Las lluvias no cesan… vivir cara al sol se complica. Y es que el otro día yendo a una reunión por la madrileña calle Diego de León desde casa, ni el chubasquero con capucha me protegía. Por lo que tuve que pagar 7,90 por un paraguas cuya permanencia en mi vida cotidiana desconozco (porque, reconózcanlo: los paraguas, junto a los bolis, las gomas de pelo y los mecheros, son los bienes materiales que más sufren la desaparición inconsciente). El quiosquero los tenía en color negro, rojo y militar. Con algo de frivolidad (les confieso) y, sin malicia alguna, espeté: "Véndame el militar, que estamos en guerra". Aquí en España… guerra, guerra.. lo que se dice guerra, no hay, pero sí un ambiente bélico. Y es que aterrizo de un cálido y soleado Miami para dejarme mojar por la lluvia, ver desabastecida la sección de leche del Carrefour Market que está al lado de casa (¡menos mal que no tolero los lácteos!) y observar cómo las cosas fluyen 'malamente': gasolina y luz, por las nubes. Puede que algún día acaben, incluso, las obras de la calle del Príncipe de Vergara, y el silencio y la pureza vuelva a reinar.
Si bien Putin y su maquiavélica invasión en Ucrania ha sembrado paz a la guerra del Covid (¡qué oxímoron!, ¿verdad?); Miami, en la práctica, se ha convertido en un territorio libre de mascarillas (en donde sólo opera la voluntad: ¡quien quiera que se las ponga!). Bares, restaurantes, centros comerciales, hoteles, y, en suma, espacios cerrados libres de mascarillas, no sólo para los clientes sino también para el servicio. Desconozco a fondo la normativa en el Estado de La Florida, pero ahí nadie protesta ni le mira mal a uno por vivir respirando libertad.
Pero es que la actriz Carmen Jedet (protagonista de la serie Veneno) ha sido expulsada de un desfile de moda esta semana por negarse a llevar mascarilla. Tras días de silencio sepulcral y después de la polémica en la prensa, ha decidido explicar los hechos: nadie la ha echado del local, sino que se ha marchado ella misma, dado que no se le estaba hablando con respeto.
En vez de relajarnos y disfrutar la vida, seguimos sufriendo a diario una terrible persecución, casi inquisitorial, del uso de mascarilla. Aun con la gripe aviar asomando, y con una extraña lluvia marrón, el mundo sigue dividido entre los que exigen que se lleve y los que quieren libertad, voluntad y respeto.
Mientras tanto, Putin sigue gozando de levitar sobre unos carísimos Ferragamos; de observar el transcurso del tiempo a través de la esfera de relojes que pueden alcanzar las 6 cifras (como Lange Sohne Tourbograph Pour le Merite, IWC o Patek Philippe); y de esconderse del frío en una confortable parka de Loro Piana (del grupo LVMH) por 12.000 euros, que en estos momentos podría dar de comer a 100 familias ucranianas refugiadas en algún bunker. De su botox ya ni voy a entrar a hablar, porque me da vergüenza. Si no fuera por la Guerra, a mí plin (que es Putin), y que vista como quiera (que gaste, malgaste o reinvierta su riqueza en lujo, y genere más riqueza). Que este capitalismo agresivo, en tiempos de penuria y hambrunas, lo promueva un ex comunista oficial y un actual comunista y dictador en la praxis, presidente de un país del que todas las marcas de moda y de lujo se han despedido, genera cuanto menos rechazo y risa. A mí plin, RasPutin.