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Katy Mikhailova

Caviar sin Champagne

El lujo no comulga con las guerras, y recordemos que este sector abandonaba Rusia renunciando así a los 7.000 millones de euros en ventas.

El lujo no comulga con las guerras, y recordemos que este sector abandonaba Rusia renunciando así a los 7.000 millones de euros en ventas.
Influencers rusas se despiden de sus Chanel. | Instagram

Recuerdo con pavor y disgusto cómo, cada vez que mi hermana mayor María ponía fin a alguna relación sentimental, tiraba las joyas y los regalos que le había podido llegar a hacer el que fuera su compañero sentimental. Claro que el valor de aquellos enseres era muy escaso, por lo que practicar el desapego desde lo material para vaciar lo emocional no era una tarea demasiado negativa; más bien todo lo contrario.

Cuando realicé mi última mudanza hace escasos meses, me dediqué a tirar y tirar (o donar) ropa, sin piedad alguna. No hay que tener nunca miedo a deshacerse de objetos innecesarios, que sólo distraen y confunden. Por alguna extraña razón el ser humano teme el vacío, y tiende siempre a completarlo de cuadros, libros, esculturas, fotografías… ¿conocen a personas cuyos domicilios atesoren paredes totalmente blancas sin ninguna decoración? O, ¿seres de occidente con armarios vacíos por voluntad propia?

A esta última pregunta se me viene a la cabeza la multitud de influencers rusas que están destrozando sus bolsos de Chanel como protesta, que terminará por acabar con sus vestidores para convertirlos en ataúdes de la moda y la frivolidad.

No todos se han atrevido a hacer lo mismo con el iPhone desde el que comunican al mundo su protesta (¿o Apple no se ha marchado de Rusia todavía?). Pocos fueron los que tuvieron los santísimos tacones de destrozar sus iPad. Después de Chanel, supongo que también tendrán que quemar sus vaqueros de Zara, Mango e incluso las bragas de Women’s Secret .

El lujo no comulga con las guerras, y recordemos que este sector abandonaba Rusia renunciando así a los 7.000 millones de euros en ventas que genera en el país anualmente. Kering (conglomerado al que pertenece Gucci), LVMH o Richemont se retiraban de Rusia al poco de arrancar la guerra.

Ahora, para comprar un Chanel en Madrid, uno tiene el deber de declarar su origen y confirmar que en caso de ser ruso este producto no viajará a Rusia.

Que por cierto, si se lo preguntan, no soy rusa: he nacido en Armenia, mis padres, abuelos y tatarabuelos en Azerbaiyán; llegué a Madrid con 14 meses, y tengo nacionalidad española desde que tengo uso de razón. Y sobre todo soy madrileña y madridista por la gracia de Dios. Por despejar cualquier duda ante la terminación de mi apellido… y sí: también digo ‘no a la guerra’.

Pero el gran dilema es qué harán sin los champagnes de LVMH (Ruinart, Veuve, Don Perignon…) todos los particulares aristogatos versión Rusia (oligarcas, burguesía emergente y los quiero-y-sí-puedo) acostumbrados al comercio y al bebercio de desayunar caviar con burbujas y champú en vaso fino, extendiendo el dedo meñique en cada gesto de acercar la copa a la boca para pegarle un silencioso sorbo etílico e idílico cuando las reservas en su supermercado gourmet acaben. A qué aspirarán desde ahora también sus hijas y queridas, en un momento en el que vamos a dejar desabastecido el país del "2.55" (el icónico bolso de Chanel que creó Cocó en febrero de 1955) y cuál será la siguiente víctima de la moda (aquí por menos se destrozaron osos de Tous).

Y la última cuestión: ¿por qué no vender todos estos complementos de lujo y donarlos a todos esos ucranianos que están soportando auténticas hambrunas en Rusia? ¡Menudo planeta que se nos está quedando! Insostenible y insolidario.

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