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Fornicar en tiempos de crisis

A veces incluso la mentira acierta con el devenir del tiempo.

A veces incluso la mentira acierta con el devenir del tiempo.
Fornicar en tiempos de crisis | Pixabay

Llega un momento en la vida que una acumula ex como quien acumula vestidos de invitada de bodas cuya finalidad no es más que ocupar un espacio, en el tiempo, o en el vestidor. Hasta aquí todo claro, hasta que descubres que uno de esos -pocos, maticemos- ex se ha abierto una aplicación para conocer personas; o mujeres, para ser exactos. Y empieza la creatividad moral y las especulaciones. Oiga, que él también tiene derecho a rehacer su vida, faltaría más. Pero que se abra un perfil después de haber criticado infinitas horas durante aquella nuestra relación a todos los seres vivos que recurrían a una "app para ligar" genera mucha reflexión, por sentenciar algo con ambigüedad. Por supuesto que podemos aplicar el voto de la inocencia, la incertidumbre, el despecho o el desconocimiento. Uno no sabe el paraíso que tiene para ligar hasta que se abre un Tinder o similar. Pero aquí está el quid de la cuestión: debes tener tiempo. O no.

Tiempo para atender virtualmente a tu target, para contarles, por enésima vez, la misma película que quieres narrar: de dónde vienes, dónde estás y adónde quieres mentir con tu dirección. A veces incluso la mentira acierta con el devenir del tiempo. Y a la vez, no tener tiempo para conocer a nadie físicamente, y recurrir a una herramienta virtual que te "ponga la cosa más fácil": se evita ir a bares y discotecas para intentar interactuar con el otro género, si hablamos de relaciones heterosexuales. Todo va más rápido. "Si estás aquí, es porque estás solterx", y con esta premisa ahorramos tiempos, fases, episodios. Vayamos al turrón, o a la torrija.

Este no es un microensayo psicosociológico de cómo copular en tiempos de crisis. De crisis moral. Perdonadme por lo de copular, pero no creo que exista un verbo más preciso en el castellano que represente el acto de hacer el amor sin amor y sin buscar descendencia. No menos protagonismo en este escrito se merecen aquellos que simplemente buscan compañía, amistad o conversación. Como el que recurre a la prostituta, algunas veces.

Y aquí viene la novedad (o al menos lo ha sido para mí). La persona de la que les hablo ha traspasado la pantalla de Tinder (como quien pasa de nivel en un videojuego) para aterrizar en el último grito del flirteo virtual: Bumble. Pronunciada /bambe/'. Me hablan de ella muchas amigas como si fuera la panacea, de Sandra a Carla, y otras tantas más.

Es una app como otra más, cuya geolocalización te sugiere gente a "X kilómetros de ti", pero no todo es tan bonito, no para ellos. Son ellas, nosotras, las que eligen al pretendiente. Es una especie, en suma, de Badoo pero anclado en el empoderamiento femenino, cuyas ventajas, sin ánimos de ofender a ninguna feminista, no termino de hallar. Habrá que probarlo, me imagino. Entiendo que Bumble genera cierta seguridad a la mujer; sin embargo, a efectos prácticos, cuando das con un ser carente de valores y dignidad, da igual quién haya iniciado aquella comunicación. Y es que el peligro de amar (o fornicar) en tiempos de crisis empezando a través de una pantalla es este. Es la ausencia de poder analizar el lenguaje corporal. E higiénico. A qué huele tu cita es el verdadero lujo y la gran pregunta. Tampoco sabemos a qué huelen las nubes. Aún ninguna casa de lujo ha logrado descifrar este asunto y retenerlo en un frasco de agua de baño.

Y después está Raya, que no es una app para cocainómanos ni nada parecido, como vaticiné cuando me lo contaba Pilar. Es una herramienta para ligar para -presuntos- ricos y famosos. Me parece divertido, si evitamos pensar en que, al igual que el mundo offline, esta red se llena de estafadores y personas que sobreviven a base de alimentar una falsa apariencia.

Les escribo con mi gata Cibeles en brazos. 4 meses, y pocos días. No hay nombre más blanco, más divino y más madrileño para la paciencia que ha desarrollado ella conmigo, y no al revés. Cibeles me ha enseñado que el amor está en la sala de espera. Pero no de un iPhone. Bueno, en verdad también nos lo ha enseñado Eduardo Punset (que en paz descanse), cuando decía que la felicidad se la había enseñado su perra, y que estaba -la felicidad- en la sala de espera. Puesto que al cielo vamos, esperemos. ¡Feliz Domingo de Pascua!

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