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La nieve y yo: un romance imperfecto

En la nieve hay muchas éticas y estéticas, pero abundan dos tipos de categorías.

En la nieve hay muchas éticas y estéticas, pero abundan dos tipos de categorías.
Estación de esquí de Cerler. | Europa Press

Hay una nueva tribu urbana que no se encuentra en las calles de Malasaña ni en los cafés de moda de Chueca. No. Esta especie se despliega por Sierra Nevada cuando el parte meteorológico dice "nieve y sol". Es en ese momento exacto cuando aparecen algunos valientes del après-ski prematuro. Y aunque sean una escasísima minoría los que esquían en camiseta de manga corta —y no precisamente térmica— convierten las pistas en un desfile de normcore mal entendido. Esa estética que nació como antídoto a lo fashion y que algunos han pervertido hasta convertirla en sinónimo de dejadez con forfait. Tómense mi escrito con humor.

En la nieve hay muchas éticas y estéticas, pero abundan dos tipos de categorías. ¿Los más vintage? Chaquetas flúor, pantalones de hace cinco temporadas, gorros que nunca debieron salir del baúl del olvido. ¿Las más modernas? Monos de esquí ajustados, gafas tipo mosca y pintalabios indeleble. ¿Y yo? Me debato entre parecer esquiadora o convertirme en cronista infiltrada en una película de Wes Anderson. En cualquier caso el sentido del ridículo debe empezar por uno mismo.

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Marta Salinas, Javier Fal-Conde y Katy.

Y es que yo, que sigo creyendo que la nieve y mi ser más profundo somos un oxímoron andante (quienes me leen desde hace años recordarán mi debut en estos territorios gélidos), he vuelto a desafiar el hielo y mis principios. Pero esta vez, desde un lugar distinto. En concreto, desde Arttysur Lux Village Sierra Nevada, una promoción de viviendas de alta gama en Sierra Nevada que son auténticas joyas arquitectónicas. El proyecto está liderado por mi querido amigo Javier Fal-Conde, y no exagero cuando digo que amanecer en una de las habitaciones es lo más parecido a hacer un pacto con la belleza. Cocinas y baños firmados por Porcelanosa —porque sí, el buen gusto también vive en la piedra natural y no solo en la pasarela—, ventanales infinitos, calidez estética. Una casa que te susurra al oído "quédate aquí, no bajes a la pista".

Estoy acompañada por mi amiga y socia Marta Salinas, que lidera la agencia Shameless y se lanza por cualquier pista sin miedo a nada. Porque no hay mayor descaro con gracia que el suyo. Y porque esquiar sin miedo y dirigir con atrevimiento comparten algo esencial. Estilo propio y valores. Muchos.

Llegamos en un Defender 130, la versión más grande del Land Rover Defender, diseñada para ofrecer más espacio y capacidad sin comprometer su rendimiento todoterreno. Hay coches que simplemente te llevan y otros que te representan. El Defender pertenece a esa rara estirpe de vehículos que combinan potencia y elegancia sin gritar ninguna de las dos. Un icono del lujo silencioso, sobrio pero inconfundible, perfecto para conquistar la cima sin perder el estilo. Y aunque sus dimensiones no son aptas para conductores inseguros ni para aparcamientos urbanos, en escenarios como Sierra Nevada se mueve como en casa. Belleza funcional con espíritu de aventura.

Y, entretanto, mis amigos, más intrépidos, se lanzaron fuera de pista. Yo, coherente con mi espíritu de bajadita y brindis, opté por la pista azul Maribel y por refugiarme a mediodía en el champú y champán de El Lodge.

La cena tuvo lugar en La Muralla, una oda al buen gusto gastronómico. Tuétano incluido —ese manjar que divide a la humanidad entre los que se atreven y los que prefieren pasta con trufa—. Aquí hay para todos. Porque el lujo, como el buen esquí, es cuestión de actitud.

Y mientras algunos siguen creyendo que esquiar en camiseta es tendencia, yo proclamo que hemos cambiado los paraguas por otros complementos: cascos con visera, gafas con espejo y ese inevitable toque de ironía que siempre abriga más que un plumas técnico.

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