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Libertad en vaqueros

Hace unas semanas escribía que no sabía quién era Karla Sofía Gascón. Y no era desdén, era verdad.

Hace unas semanas escribía que no sabía quién era Karla Sofía Gascón. Y no era desdén, era verdad.
Karla Sofía Gascón. | Europa Press

Hay personas que no ves hasta que el contexto las enmarca. Y de pronto, sin saber cómo, te das cuenta de que estaban ahí, esperando a ser comprendidas desde otro ángulo. Hace unas semanas escribía que no sabía quién era Karla Sofía Gascón. Y no era desdén, era verdad. Pero la verdad también cambia cuando se amplía la mirada.

Este jueves, Karla cenó en Barcelona con algunos amigos míos (Gerard Guiu, Lázaro Rosa-Violán, Pablo Erroz, Vicente Suárez). Y el viernes apareció en el Godó. No en alfombra roja ni en modo celebrity, sino en vaqueros, con la cara lavada, sencilla y auténtica. Apareció en prensa y, sobre todo, apareció distinta. Menos personaje y más persona.

Tiene un estilo que no se encasilla; y esto, en este mundo de uniformes disfrazados de moda, es refrescante.

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Mezcla sin pedir permiso. A veces desconcierta, otras hace sonreír. Pero lo importante no es si combina colores, sino que lo lleva con la libertad de quien ya no necesita justificar. Porque Karla no sigue códigos. Ella los reescribe.

Ha pedido perdón por la polémica en su momento (y hacerlo sin victimismo ya es un gesto que la distingue). En plena Semana Santa no hay nada más coherente que practicar el perdón. Y quien no ha sabido perdonar, quizá tampoco ha sabido mirar con profundidad.

Karla es, a su manera, una mujer FEARLESS. No porque no tenga dudas, sino porque se atreve a vivir con ellas expuestas. A mostrarse sin maquillar ni el rostro ni el discurso. Y eso, sinceramente, no se ve todos los días.

Yo, mientras tanto, he estado en Madrid sin moverme, y cumpliendo mi promesa de tener tiempo para no hacer nada. Desde mi ático en Conde de Peñalver he podido ver pasar las procesiones. He escuchado ese ruido que es silencio, ese temblor que sube desde la calle hasta las cornisas. Aquí en Madrid también hay emoción, recogimiento y belleza. No hace falta estar en Sevilla para estremecerse.

Y es que la Semana Santa, además de ser fe y rito, es también forma. Y qué forma. Las túnicas, los capirotes, las mantillas, las velas, el terciopelo, el dorado, el ritmo acompasado de los pasos, el brillo de la plata. Todo habla un lenguaje visual que nos conecta con lo sagrado y lo simbólico. Es una coreografía sin estridencias, pero llena de intención. Una pasarela de silencio y de sombras que nos recuerda que la moda también puede ser liturgia.

La Semana Santa nos devuelve algo que habíamos perdido. El respeto por el tiempo, por el gesto, por la mirada lenta. Y en eso se parece a la moda de verdad. A la que no solo viste, sino que comunica.

A veces basta con mirar sin prejuicio. O con aparecer en vaqueros. Pero con el alma bien puesta.

En Chic

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