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La ducha del algoritmo

Las clean girls llevan su outfit de "recién salida de una clínica de fertilidad privada en Beverly Hills".

Las clean girls llevan su outfit de "recién salida de una clínica de fertilidad privada en Beverly Hills".
Clean girls | Instagram

Limpia. Pulcra. Con moño repeinado, joyitas de oro fino y las uñas como si nunca hubiera abierto una lata de atún. Así es la clean girl aesthetic, la estética viral que promete minimalismo, pureza y vida de yogur con semillas de chía; pero que, en realidad, huele un poco a rancio.

Porque más que una tendencia, esto es una uniformidad higiénica de influencer, una suerte de monja contemporánea que no reza pero sí hace pilates. Vestida en tonos neutros —beige, blanco, marrón chocolate (pero sin azúcar, por favor)—, la clean girl no se mancha, no grita, no interrumpe. Si me apuran, tampoco opina.

De hecho, una de las cualidades más celebradas de esta corriente es que es apolítica. No molesta. No incomoda. No incomprende. Es la estética perfecta para tiempos de algoritmos moralmente agotados. Una chica que no te va a llevar la contraria, pero sí te va a vender una leche vegetal a 5 euros el litro.

Mientras las maximalistas llevan tul, animal print o metalizados imposibles, las clean girls llevan su outfit de "recién salida de una clínica de fertilidad privada en Beverly Hills". Camiseta blanca. Falda de lino. Horquillas que sujetan el flequillo de la obediencia.

Y en medio de este universo aséptico, aparece Marta Camín —sí, la influencer— en uno de sus vídeos, lanzando al aire una pregunta como quien abre una ventana: "¿Por qué todo tan ‘nude’, tan simple y minimal?"

Pues porque sí, Marta. Porque la vida, según el algoritmo, es más monetizable si cabe en una paleta Pantone de beige claro.

Yo misma, hace unos días, entré en WOW Concept Serrano y vi un bolso que, lo confieso, me encantó. Lo toqué. Lo giré. Le di la vuelta. Y entonces leí la etiqueta:"Piel vegana." Perdón, ¿cómo? ¿Piel vegana? ¿Un animal que fue vegano en vida? ¿Una res que comía tofu y meditaba? Nada de eso. Es plástico reciclado. PVC con narrativa emocional. Un envoltorio "con valores" que cuesta el triple. Porque el minimalismo, no lo olvidemos, es muy caro.

Y es que la clean girl no es una forma de vida. Es una forma de algoritmo. Una forma de decir "estoy bien" aunque no lo estés. Una forma de disfrazar la exigencia bajo el disfraz del equilibrio. Una forma más de domesticarnos.

Ya nos dijeron que bebiéramos leche de avena. Que dejáramos los tacones. Que camináramos 10.000 pasos. Que leyéramos libros de autoayuda.

Ahora nos dicen que nos maquillemos sin parecer maquilladas, que comamos clean, que vivamos clean, que sintamos clean, pero que jamás destaquemos. La clean girl es una especie de zen de Zara, una espiritualidad con código de descuento.

Pero, ¿y si no quiero estar limpia? ¿Y si me gustan los perfumes fuertes, los moños despeinados y los labios rojos que manchan las copas? ¿Y si prefiero una estética que hable de mí, en lugar de una que me borre?

La verdadera revolución no es el minimalismo. No. Es tener una estética propia, con sus imperfecciones, sus gritos, su barroco emocional y su estampado fuera de temporada.

Y si alguien se atreve a preguntarle por qué no es una clean girl, responda con algo mucho más potente que un serum de ácido hialurónico: "Porque no soy un algoritmo con bronceador."

En Chic

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