
Con la llegada del invierno, cuando los días se acortan y las temperaturas descienden, muchas personas notan un cansancio persistente y una mayor necesidad de dormir. Pero, lejos de ser una sensación subjetiva o una falta de motivación, este fenómeno tiene una base científica clara. No hay que pasar por alto que nuestro cuerpo responde de forma natural a los cambios ambientales, ajustando sus ritmos biológicos para adaptarse a un entorno con menos luz y más frío.
Por tanto, puede decirse que el principal responsable de este letargo invernal es la reducción de la exposición a la luz solar. La luz es el gran regulador del ritmo circadiano, el reloj interno que controla los ciclos de vigilia y sueño. En invierno, al haber menos horas de claridad y una menor intensidad lumínica, el organismo interpreta que es momento de bajar el ritmo y priorizar el descanso.
La luz y el papel de la melatonina
Cuando la luz natural disminuye, especialmente al atardecer, la glándula pineal comienza a segregar melatonina, la hormona que induce el sueño. En invierno, al anochecer mucho antes que en verano, este proceso se adelanta varias horas. Si a media tarde ya es de noche, el cerebro recibe antes la señal de que es hora de descansar, lo que se traduce en bostezos, somnolencia y una sensación de agotamiento prematuro.
Además, diferentes estudios indican que durante los meses invernales no solo dormimos más, sino que el sueño puede ser más profundo. La fase REM, la etapa final y más reparadora del descanso, puede prolongarse hasta 30 minutos más que en verano. Este ajuste es una respuesta directa del organismo a la menor exposición lumínica y forma parte de un mecanismo natural de adaptación.
Menos cortisol, más descanso
El aumento de melatonina en invierno va acompañado de una disminución del cortisol, la hormona relacionada con la alerta y la respuesta al estrés. Este descenso favorece la relajación y reduce el estado de activación constante que suele predominar en épocas con más luz. El resultado es una mayor predisposición al descanso y una menor sensación de urgencia o hiperactividad.
Desde un punto de vista evolutivo, este mecanismo tiene sentido. Recordemos que, durante miles de años, los seres humanos dependieron de la luz solar para regular su actividad. Por ello, en épocas frías y con menos recursos, el cuerpo aprendió a conservar energía, reduciendo la actividad y priorizando el descanso, en un proceso comparable a una forma leve de "hibernación".
Vitamina D, serotonina y estado de ánimo
La falta de sol también afecta a otros procesos clave, por ejemplo, la vitamina D, que se sintetiza gracias a la radiación solar, suele disminuir en invierno. Niveles bajos de esta vitamina se asocian con fatiga, debilidad muscular y sensación de agotamiento general. A ello se suma la reducción de serotonina, un neurotransmisor vinculado al estado de ánimo, la motivación y la energía.
Además, cuando la serotonina baja, pueden aparecer apatía, tristeza o desinterés, síntomas relacionados con el Trastorno Afectivo Estacional (TAE). Este desequilibrio hormonal explica por qué el invierno no solo nos da más sueño, sino que también puede afectar a nuestro ánimo y a nuestra capacidad de concentración.
El frío y el gasto energético
El factor térmico es otro elemento clave ya que mantener la temperatura corporal estable en un entorno frío requiere un mayor gasto energético. El metabolismo trabaja más para conservar los cerca de 37 grados internos, lo que incrementa la sensación de cansancio. Paradójicamente, ese mismo frío favorece un mejor descanso nocturno, ya que para dormir profundamente el cuerpo necesita bajar ligeramente su temperatura interna.
Por ello, el hecho de dormir más en invierno no es negativo, siempre que el descanso de calidad sea de calidad. Para un descanso de calidad es importante adaptar los horarios a la estación, acostarse antes y aprovechar las primeras horas de luz para activarse. La falta crónica de sueño, por el contrario, se asocia a un mayor riesgo de problemas cardiovasculares, metabólicos y de salud mental.
Hábitos para combatir el letargo invernal
Mantener una buena higiene del sueño es clave durante los meses fríos. Seguir rutinas regulares, exponerse a la luz natural por la mañana, practicar ejercicio físico y cuidar la alimentación ayuda a contrarrestar el exceso de somnolencia. Actividades como el yoga, la meditación o el mindfulness también contribuyen a regular el sistema nervioso.
El invierno, en definitiva, no nos vuelve perezosos: nos invita a escuchar a nuestro cuerpo. Dormir más es una respuesta natural a un entorno con menos luz y más frío, una señal de que nuestro reloj biológico sigue funcionando como lo ha hecho durante miles de años.

