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ASUNTOS EXTERIORES

Sueños de paz en Ginebra

Ginebra es una ciudad agradable, aunque sus habitantes, quizás por el viento que se cuela entre las dos orillas del Lago Leman, justo en el nacimiento del Ródano, o más probablemente por la incalculable montaña de dinero sobre la que viven, son proclives a la demencia.

En estos días se van a reunir allí los representantes de unos 200 países, bajo los auspicios de la ONU, para discutir el control de Internet, hasta ahora en manos de una organización norteamericana, la ICANN. Quieren ponerla bajo control de la ONU, argumentando que los países en vías de desarrollo no se sienten lo suficientemente representados y defendidos. En otras palabras: problemas a la vista para la red y para los internautas.
        
Ginebra también ha sido el escenario del lanzamiento de un plan de paz paralelo para el llamado conflicto árabe-israelí. En este caso la propuesta no estaba auspiciada por ninguna organización. Lo ha promocionado un señor llamado Alexis Keller, profesor de la Universidad de Ginebra. El gobierno suizo no quiso intervenir en el patrocinio del acto, aunque prestó a Alexis Keller algún apoyo diplomático. El dinero para el festejo ha venido del padre del promotor, un banquero que dio a su hijo un millón de dólares para ver cumplido su hermoso sueño de pacificación de Oriente Medio.
        
En el acto de presentación hubo discursos, aplausos y un gran despliegue de buenas intenciones. También hubo música, que por lo visto es la gran coartada de las propuestas de este tipo. Son conocidos los actos musicales de reconciliación, por así decirlo, que suele organizar de tiempo en tiempo el pianista y director de orquesta Daniel Barenboim, gran aficionado a ese eminente filosemita que fue don Ricardo Wagner. El “plan de paz” de Ginebra ha sido acogido con alborozo en los medios de comunicación occidental. En The Washington Post, David Ignatius evocó con ternura la canción Imagine de John Lennon, que pone su bonita melodía al servicio de unas cuantas necedades del tipo “imagina un mundo sin países, sin religión, y sin nada por lo que matar o morir”  (02.12.03).
        
En España, como no podía ser menos, el progresismo avasallador de los medios de comunicación ha resucitado la antigua pulsión arbitrista y se ha lanzado a entonar buenos deseos de paz y de concordia. Es lo de siempre: el dulce aroma de la armonía universal intenta enmascarar el hedor de la existencia de grupos terroristas, asesinatos brutales y fanatización en masa de poblaciones enteras, con financiación a cargo de fondos públicos, entre ellos algunos votados por las instituciones, como ocurre con esa desgracia colectiva que es el Parlamento Europeo. La cosa no tendría más importancia que la constatación de siempre: que el terrorismo sigue teniendo buena prensa en Occidente. Como le dijo Zapatero a Aznar en el último debate sobre Irak en el Congreso de los Diputados, incluso la televisión pública española llama “resistentes” a los terroristas iraquíes. Aznar no se dignó responder a la que debió ser la única observación atinada del líder socialista.
 
La novedad en el caso del “acuerdo” de Ginebra es que ha encontrado un aval inesperado en el Gobierno norteamericano. Condoleeza Rice no ha querido tener nada que ver con una propuesta que sigue los pasos de los fracasados acuerdos de Oslo, respalda las posiciones del terrorista Yaser Arafat y coloca toda la presión sobre Ariel Sharon, que es —guste o no guste: evidentemente no gusta— el único líder democrático de la zona. Pero sí lo ha hecho Colin Powell, que se ha manifestado interesado en conocer los términos del “acuerdo”. Es posible que el gesto sólo responda a conflictos de intereses internos de Washington. Pero la impresión que da es lamentable. Como dice The Wall Street Journal Europe en un editorial (04.12.03), el respaldo del Secretario de Estado norteamericano es una bofetada al Gobierno israelí.
 
Bush ha dejado claro en sus últimas intervenciones públicas que el objetivo de la paz en Oriente Medio sólo se conseguirá mediante la implantación de regímenes democráticos, o al menos mínimamente respetuosos con los derechos humanos. Gestos como el de Powell contradicen estas declaraciones y llevan a dudar de la capacidad de Estados Unidos para liderar un auténtico proceso de paz.
 
 

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