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Pedro Sánchez o la grosería política con la Nación española

Pero la grosería incluye un dato de significación adicional. No  alude sólo a un desprecio de las normas aceptadas para el trato con los demás, sino a una forma soez de llevar a cabo su desdén

Pero la grosería incluye un dato de significación adicional. No  alude sólo a un desprecio de las normas aceptadas para el trato con los demás, sino a una forma soez de llevar a cabo su desdén
Pedro Sánchez en la cumbre de Sevilla. | Europa Press

Lo que sea una grosería en general está por aclarar porque es un comportamiento que se dice de muchas maneras. Por poner un ejemplo poético, Vicente Aleixandre decía que enseñar el talón era una grosería. Sí, suena a manual de urbanidad (machista). Unamuno hace decir a un personaje que quien no sabe de groserías, flatulencias sulfhídricas, no sabe de humanidad. Pessoa habría considerado el entusiasmo político de muchos, socialistas y no, como una grosería porque convierte en esfinges falsas a los que ya no saben quiénes son.

Qué sea o no una grosería varía de un país a otro. Se ha contado que los holandeses son directos pero corteses aunque nadie sabe si los educados en los 195 países menos francos que ellos pueden considerar que su claridad es más bien una forma de grosería prepotente escondida en una apariencia de sincera espontaneidad.

La grosería, dice el diccionario del uso del español de María Moliner, es la cualidad y grosero es quien sufre falta de educación o está "naturalmente inclinado a prescindir de la cortesía y la delicadeza en el trato con otras personas." Esto es, en política un grosero es quien carece de la educación necesaria y suele prescindir de los buenos modales y la delicadeza con los propios y con los adversarios.

En política democrática, el grosero es, podemos suponer, y además, el que persiste en comportamientos que relegan el modo democrático de comportarse, recogido esencialmente en una Constitución (que implica una ética y una estética además de una teoría política) y desecha actuar conforma a las reglas, al Derecho, al ordenamiento jurídico que jura acatar. Esto es, el político grosero, por principio, no es democrático en tanto que no pone valor alguno por encima de sí mismo. Alguien así no puede actuar ni cortésmente ni con delicadeza.

Pero la grosería incluye un dato de significación adicional. No alude sólo a un desprecio de las normas aceptadas para el trato con los demás, sino a una forma soez de llevar a cabo su desdén, a un modo abrutado de ejecutarlo, a una manera tosca de perpetrarlo. No sólo no respeta las reglas básicas de la convivencia, sino que lo hace con un talante zafio y de mal gusto evidente para muchos, e incluso los propios.

El María Moliner añade clarificaciones. Grosero se asimila muy ajustadamente a "agreste, alma de cántaro, aplebeyado, animal, arrabalero, bárbaro, bayunco, bestia [parda], bodoque, bruto, carretonero, cazurro, cerdo, cernícalo, cerrero, cerril, chusma, corralero, mal criado, cuaco, desatento, desconsiderado, mal educado, mal enseñado, faltón, gamberro, gañán, garbancero, gofo, guarango, guasamaco, guaso, hombracho, impertinente, inatento, incivil, incivilizado, indelicado, ineducado, insociable, insolente, irrespetuoso, jayán, lenguaraz, lenguaz, lépero, malhablado, malmodiento, mastuerzo, mazorral, ordinario, patán, plebeyo, sin principios, rabalero, rabanero, rudo, salvaje, troglodita, verdulero, zafio, de mal gusto, inconveniente, jifero, malsonante, brusco, descomedido, descompuesto, impolítico(¡¡), incivil, inurbano o rudo y no se acaba ahí (descarado, ofensivo, vulgar, impertinente).

Dicho de otro modo, el grosero no sólo exhibe malas maneras con los demás sino que las tiene de forma desafiante y basta, sin refinamiento. El grosero auténtico produce groserías groseramente concebidas y representadas. Fíjense en la consumada hacia el mérito a la Justicia con la concesión de la Orden de San Raimundo de Peñafort a un comisionista. Francisco Tomás y Valiente, asesinado por ETA, y otros muchos, se habrán revuelto en la tumba o en sus almas.

No pondré mi mano en el fuego – aunque últimamente parece que no se la quema nadie pese a las hogueras que las achicharran – por nadie. Siempre ha habido groserías en la vida y la política es parte de la vida. Recuerden la cobarde grosería con la Nación de unos líderes y diputados prestos a esconderse en sus escaños ante la pistola de un golpista. O lo de Felipe González: "Aznar y Anguita son la misma mierda". O los pies encima de la mesa de un Aznar extasiado con Bush Jr. O la cazada a Zapatero y Gabilondo consensuando la necesidad de crispar a los españoles, manera evidente de mostrar su falta de respeto al respetable.

No podemos olvidar la grosería, casi infamia, de situar una urna ilegal en un congreso de los propios para alterar el resultado electoral de unas primarias, la fuga de Rajoy a un restaurante mientras se consumaba lo que podía haber evitado y tantas y tantas groserías (las de "la azotaría hasta que sangrase" o presumir de modestia en Vallecas y bañarse en Galapagar, son majestuosas)…En realidad, toda corrupción, mentira o irregularidad es una grosería con la democracia, por eso es tan difícil precisar la referencia suficiente.

El maestro Ussía lo dice desde el principio en su amonestación sarcástica Los tres libros de las buenas maneras: "La peor plaga que padece hoy día la Humanidad —es decir, España— es la de la grosería. Los buenos modales, las mejores maneras y la beligerancia con la ordinariez y la cursilería se han desvanecido casi por completo en los hábitos cotidianos…La vida es mucho más cómoda y placentera si la convivencia se fundamenta en la cortesía. Una cortesía que debe ser al tiempo respetuosa con la frontera que la separa de lo cursi y excesivo." (¿Qué fue, si no, el arrebato de amor sufrido por Sánchez en su primera fuga por el morro cuando comenzaron a salir sus trapos sucios a la calle?

Unos cuantos ejemplos pondrán de manifiesto cuán complejo es diferenciar lo que es de hecho una grosería, una forma grosera de comportarse en democracia, con el desprecio total hacia la única receta civilizada de convivencia política que conocemos y que pese a sus defectos, muchos, no se ha encontrado otra menos sangrienta y más útil para todos los ciudadanos.

En el caso de Pedro Sánchez, el modo político de comportarse desde el principio parece haber sido la grosería en su sentido más amplio. Llegar a un acuerdo, grosero en sí, con Susana Díaz, en 2014 para eliminar a Eduardo Madina, y cederle la candidatura a la presidencia del gobierno en las siguientes elecciones generales y luego negar la mayor y eliminarla a ella, tiene otros nombres, traición, felonía, perfidia, deslealtad, pero también el de grosería, incluso por el cómo cuentan que lo hizo.

¿Fue o no una grosería con la nación y su régimen democrático su desprecio al Congreso, su cierre durante la pandemia, su evasión sistémica de las sesiones de control (grosero asimismo con sus compañeros de partido a los que somete a torturas inmerecidas), su falta de respuesta a las preguntas concretas que se le hacen, su tono en la moción de censura contra Rajoy o su desprecio hacia la oposición? ¿La trola del Comité de Expertos o el 8-M no fue una grosería moral?

A veces llega hasta la grosería institucional y civil. Se le ha visto muchas veces en el caso de Isabel Díaz Ayuso (con devoluciones de pelota, es cierto). Ah, ¿y los desmanes protocolarios con el Rey? ¿Y su carrerón de galgo en Paiporta? Pero es que hace unos días, en Sevilla, con motivo de la IV Conferencia de Financiación para el Desarrollo de Naciones Unidas han aprobado por consenso el denominado Compromiso de Sevilla, Sánchez decidió no invitar al presidente de la Junta de Andalucía y al alcalde de Sevilla, anfitriones por derecho a la cena[i] que dio en el Palacio de Las Dueñas.

La ley que rige el protocolo es muy clara si el acto es oficial. ¿O es que fue el propio Sánchez quien pagó la cena? En todo caso la cena se celebró en Sevilla, ciudad anfitriona. En el orden de preferencia de autoridades, el presidente de la Junta y, desde luego, el alcalde de Sevilla, están bastante arriba y es imposible olvidarlos. Es una ofensa y además una grosería, especialmente con el alcalde de la ciudad. Claro, no era el socialista Juan Espadas, al que favoreció la trama criminal que nos saquea con las obras del puente del V Centenario sobre el Guadalquivir para que ganara las elecciones. Grosería, una tras otras, pero, además, sucias, mezquinas.

También pueden considerarse formas groseras de comportamiento antidemocrático su manía desde la pandemia por el uso sistemático del decreto-ley y no digamos nada, de la grosera costumbre de no permitir preguntas en las "ruedas de prensa", que es algo que se había visto alguna vez en circunstancias especiales, pero no convertida en moda ultrajante para toda una misión constitucional, la de informar. Ni Trump se ha atrevido a tanto y mira que tiene afición a los modos groseros.

El uso de la mentira, habitual en la política nacional e internacional, adquiere ribetes de grosería supina cuando se hace con un descaro que ruboriza a todos, salvo a bastantes propios que aplauden esos "cambios de opinión". Recuérdense sus "pesadillas" con Pablo Iglesias[ii] con el que no iba a pactar, lo que está saliendo ahora de su pacto negado con Bildu, vía Super Santos Cerdán, sus embustes sobre Ábalos al que echó y colocó luego en las listas y su espectáculo último, el de su desprecio, ¿real? hacia su secretario de organización en presidio, el ya citado san Santos.

¿Cuántas veces negó que la amnistía cupiese en la Constitución? ¿Cuántas que pudiese "indultar" de algún modo a los responsables del fraude de los ERE? ¿Cuántas que tuviera voluntad de indultar y a amnistiar a los golpistas del "procés"? ¿Y cuándo se refirió al Fiscal General del Estado como a alguien dependiente de presidencia del Gobierno, cometió o no una grosería con la carrera fiscal? No mintió, pero esa forma de decirlo fue grosera.

Cómo ha logrado colocar a Cándido Conde Pumpido en la presidencia del Tribunal Constitucional y como ha operado este Tribunal desde entonces, es de un grosero que ni siquiera ya trata de negarse ni de esconderse. Hacer unos viajes en el Falcon, avión que pagamos todos al presidente de nuestro Gobierno, es una cosa, pero hacer centenares y que no se informe de cuál ha sido su motivo, raya en la grosería.

Lo que hemos conocido de Begoña Gómez y su hermano, el de La danza de la chirimoyas (ahora se duda de su autoría como la de la tesis doctoral, luego libro, de "suenmano") reflejan una grosedad moral que no deja indiferente. Que alguien sin titulación suficiente se vea aupada a una Cátedra universitaria sonroja por lo cerril del procedimiento y que alguien sea enchufado sin guardar apariencia alguna en un puesto del que no sabe dónde está ni para qué sirve, es de una grosería irritante.

Lo que hemos visto ya de la trama de corrupción que ha dirigido la organización socialista desde hace una década es de una grosería personal y civil difícilmente describible. Grabaciones a espaldas de presuntos amigos, filmaciones interesadas, convenios con supuestas prostitutas (las putas de toda la vida son mucho más elegantes), el modo de referirse unos a otros, a las mordidas de dinero público, el modo de repartirse los porcentajes, de obtener chaletes, pago de alquileres o de pisos…

Todo es de una grosería escandalosa incluso en el plano internacional, siendo además, como lo son, presuntos delitos. José María Marco habría recordado a Giner de los Ríos ante esta grosera manifestación de la partitocracia. La mayoría, apostillaría, "son gañanes y verduleros" envueltos en cargos y escaños.

Ni siquiera el "príncipe" guineano que se colaba en los cócteles del Quirinal se abalanzaba sobre las bandejas ni se metía las croquetas en los bolsillos. "Fue un «penetra» exótico y educado. Demostró que la categoría social no está enfrentada a la gorronería, el gorroneo o la gorronada", sentenció Alfonso Ussía. Estos no siguen ni la elegancia de ese ejemplo.

Con todo, la mayor de las groserías de Pedro Sánchez hacia los ciudadanos españoles es su negativa a convocar elecciones anticipadas cuando su familia y su partido, en niveles de máxima responsabilidad, están siendo señalados por los tribunales en diferentes procedimientos judiciales. Su falta de respeto y consideración hacia los españoles es tal que sólo convocará elecciones si piensa que las puede ganar. A la porra la alternancia, regla de oro de la democracia.

Y así es. La mayor grosería hacia la democracia y a la Nación española es encaminarla hacia una dictadura. Se comenzó bailando con dictadores bolivarianos y terroristas etarras y estamos a punto de hundir el edificio de la Transición que, pese a sus errores y malas interpretaciones, fue lo más noble, y compartido, de la historia de España en siglos. Y, dado el personaje, se está haciendo de forma grosera, sin siquiera brindarnos una justificación salvo la grosera pasión por sí mismo de este personaje llamado Pedro Sánchez.

Para el catedrático Antonio Elorza[iii], en su último libro, titulado precisamente Pedro Sánchez o la pasión por sí mismo, "en apariencia, todo está claro. España es una democracia representativa que funciona con regularidad, celebra elecciones con notable frecuencia, hay un fuerte Ejecutivo con garantía «cancilleresca» y, como jefe de Estado, un rey que va haciendo olvidar los malos sabores que nos dejaron sus antepasados hasta 1931. El Estado de derecho se encuentra firmemente asentado, en el plano formal. La economía progresa, permitiendo la superación de las tensiones sociales que siguieron a la crisis de 2008."

"La realidad es bien diferente y casi ninguna de las piezas del sistema político funciona como es debido. El Ejecutivo ha decidido invadir las competencias de los otros dos poderes[iv], sometiéndolos sin respetar los límites establecidos por la normativa vigente. Ha subordinado todo a un instinto de supervivencia, convertido en deseo de perpetuación, y para atender a ese fin, subvierte las relaciones políticas al uso en las democracias. Instaura un estado de guerra imaginaria permanente contra la oposición, excluyéndola de hecho del espacio político, para buscar apoyo en las fuerzas que tienen por objetivo la destrucción del sistema, sin que importe que alguna de ellas, justo la más influyente, se encuentre excluida de toda relación política normal, como una apestada"

Lo que estamos viviendo es la apoteosis de la última grosería, que concentra y blande las anteriores, de Pedro Sánchez hacia los españoles y la democracia, hacia la Nación y sus libertades. Esa grosería lleva el nombre de proyecto de dictadura y por ello, quien la perpetra es sencillamente un dictador. Elorza, de padre ugetista, militante comunista cuando Franco y ahora demócrata de izquierdas, se atreve a llamarlo por su nombre.

"Bajo las formas democráticas, el discurso de Sánchez y sus corifeos tiende siempre a expresar una concepción apocalíptica, de eterna lucha entre el bien y el mal, aquí y ahora, entre el progreso y la reacción, donde a él le toca hacer de arcángel san Miguel, paladín del primero, y a la oposición, de diablo a sus pies. Ridículo, degradante, pero quizá eficaz. La cosa viene en línea directa del fascismo, vía Fidel, y allí ha funcionado", recalca.

Es la grosería final, que está siendo sobreactuada groseramente, con sus designados de confianza en la cárcel, sus camisas rojas negándolo todo a su orden y sus fieles fanáticos rezándole como a un beato. Grosería insultante incluso hacia la inteligencia de sus partidarios.

Esperemos que la oposición política y civil a esta dictadura en ciernes no nos insulte con la grosería de la desunión.


[i] El Rey sí los invito a la cena de los Reales Alcázares.

[ii] Antonio Elorza, de cuyo libro hablaremos enseguida, confiesa que Pedro Sánchez consiguió engañarlo. "Me había convencido aquella declaración de Pedro Sánchez, diciendo que no podría dormir

tranquilo con Pablo Iglesias como vicepresidente.

[iii] Elorza ya escribía textos de gran interés en la Revista de Trabajo, un abierto expositor de ideas e investigaciones puesto en marcha por los epígonos del franquismo. "A finales de los sesenta, en el raro espacio de tolerancia que creó en torno suyo Juan Velarde, en el Ministerio de Trabajo, publiqué en su Revista de Trabajo por vez primera desde la Guerra Civil los textos de Pablo Iglesias («el Abuelo») y de otros fundadores del PSOE, como Jaime Vera", cuenta él mismo. Allí le leí rigurosos apuntes sobre el origen del Movimiento Obrero en Barcelona en la década de los 40 del siglo XIX, mucho antes de la "invasión" de las ideologías marxista y anarquista.

[iv] "Está desautorizando ante todos los ciudadanos, y de forma grosera y deliberada, la autonomía del Poder Judicial", remacha Elorza.

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