
La expresión "cansancio democrático" (otras veces "fatiga democrática") no es nueva. Acaba de usarla el siempre incisivo Jesús Cacho en un artículo de lectura recomendable. El primero que la usó en español, que yo sepa, fue el brillante granadino, olvidado por decreto, Ángel Ganivet, uno de los paladines de la defensa de la realidad y futuro de la nación española y de la Hispanidad. Cánovas ya había hablado del cansancio ruinoso de la nación española.
Ganivet, lumbrera intelectual de la España de la generación del 98, consignó en sus comentarios sobre la obra de Henrik Ibsen que en ella se adivinaba un "cansancio democrático": "Ibsen vio con gran claridad el cansancio democrático que la sociedad padece, el deseo universal de romper esta monotonía en que vivimos, y dio a la escena con gran oportunidad sus tipos revolucionarios de nuevo cuño. He aquí el secreto de toda su obra."[i]
Nada complaciente con las primeras democracias nacionales de la Europa decimonónica, Ganivet ya intuía que ese "cansancio" que él advertía arrojaría por la borda el respeto por la libertad individual dando paso a opciones autoritarias, que, desde Aristóteles, siempre fue uno de los peligros acechantes de las democracias.
"Hablar de democracia en España es música celestial; no podemos ser demócratas, porque queremos demasiado a nuestra familia. En la actualidad vivimos en plena democracia, y estamos asistiendo al espectáculo interesante de la formación de un nuevo patriciado, de una aristocracia política, constituida por la aglomeración en los cargos públicos de gentes enlazadas por vínculos familiares", describió anticipadamente el nepo-enchufismo de los próximos.
Muchos dan por cierta la existencia real de este cansancio democrático. El propio Cacho lo deduce de los "modelos autocráticos de explotación del poder" que más que servir a los principios fundacionales de la democracia no hace otra cosa que ocupar de arriba abajo, paciente y milimétricamente, todos los engranajes políticos y administrativos del Estado.
Esto es, los que no creen ni han creído nunca en las democracias liberales - libertad, derecho, propiedad, veracidad, equilibrio de poderes -, han apostado por una nueva estrategia. Lejos ya la época de la toma de los Palacios de Invierno y de las revoluciones por la fuerza, se impone un minucioso plan de invasión de todos los instrumentos con que cuenta un Estado de Derecho para dirigir a la nación hacia un autoritarismo maquillado por la verborrea democrática.
Es lo que hizo Hitler, mejorando el método comunista de la fuerza bruta y la dictadura, que hoy no mola, como subrayó uno de los fundadores de Podemos, Pablo Iglesias. Se trata de aprovechar los modos y maneras democráticos para obtener la legitimidad oficial y, en cuanto se dispone de poder bastante, proceder al desmontaje del edificio liberal que la sostiene para instaurar oscuros procedimientos que anulan las libertades y el derecho para imponer un destino decidido al margen de los ciudadanos y dictado por sus dogmas.
La impotencia de los ciudadanos, mónadas individuales descoordinadas y desorganizadas ante el poder conferido a los partidos, férreas y verticales organizaciones políticas financiadas por ley, les conduce primero a la sumisión cómplice, esperando participar de alguna de las ventajas de la corrupción desmelenada que originan. Luego, a la fatiga y finalmente, a buscar una salida como sea.
Cacho expresa así esta "corrupción de los de abajo": "La del funcionario dispuesto a servir al partido antes que al país, la de la oficina que deja de prestar servicio al ciudadano por exigencia de la superioridad política, la de Juan Español que agacha la cabeza ante lo que ve en espera de que también a él le alcance la pedrea del subsidio, la del poderoso que conoce o participa en casos dignos de juzgado de guardia pero calla por miedo o precaución y, en fin, la de esos millones de españoles que siguen dispuestos a votar socialismo aún conscientes de que el socialismo, como ha ocurrido en todas partes, en todas las épocas, terminará llevándose al país por delante."
Cuando finalmente se comprueba la ruina económica y moral de la nación (sobre todo de su clase media, clave del arco democrático) a la que ha conducido esa versión enfermiza y enemiga íntima de la democracia liberal, se puede pasar al descreimiento definitivo en la democracia en sí misma por haber dejado de ser útil a las propias libertades, derechos, deberes, intereses y seguridades. Es el momento de permitir la seducción de experimentos autoritarios de cualquier signo. El fraude democrático conduce a una elección entre autocracias y populismos, ya sin disimulos ni maquillaje.
Hay otros, desde las izquierdas, que hablan del "cansancio democrático"[ii] con el fin de justificar el asalto al Estado desde dentro de sus artificios jurídico-políticos e incluso desde el interior de la Constitución, conscientes de que en este clima de desconcierto puede darse un vuelco constitucional sin siquiera debate parlamentario ni consulta a los ciudadanos.
Por ejemplo, Juan Carlos Monedero, gurú de los regímenes neocomunistas bolivarianos que no se presentan abiertamente como dictaduras, aunque se comporten como tales, incluso ignorando o falsificando los resultados de unas elecciones libres. En su caso, se trata de trenos desprestigiantes hacia la democracia liberal para dar paso a la ocupación de las instituciones que favorece su modelo autoritario.
Lo dice así: "El cansancio democrático del Leviatán (que algunos han confundido con la desaparición de los Estados nacionales) ha provocado la devolución al mercado de muchos de los servicios que había asumido como derechos colectivos. La utopía neoliberal no se ocupa sólo de plantear el funcionamiento de un mercado libre de toda restricción, sino de generalizar la transformación en mercancía de todos los bienes y servicios."
El capitalismo, sin el cual cualquier democracia es imposible, es esa gran cosa mala, "el sistema", el Leviatán, el régimen monstruoso del Occidente político. Se oculta – la verdad no está entre las prioridades del comunismo, ni del "nuevo" ni del viejo -, que jamás en la Historia, con sus más y sus menos, se ha alcanzado un nivel tan elevado de respeto real por el individuo, un nivel más alto de libertad y prosperidad y una disminución tan drástica y general de la pobreza en todo el mundo. Guste o no, los hechos son testarudos.
Sin embargo, como sin capitalismo no hay progreso posible que sepamos empíricamente, de lo que se trata es de que el partido "iluminador", conocedor de la marcha íntima de la historia, combine un control decisivo sobre sus actores, su funcionamiento y su desarrollo. Hace falta que las libertades democráticas y todas las instituciones que las sostienen se supediten a los designios de los directores del proyecto.
El modelo actual es China: mezcla de capitalismo vigilado y dictadura política. Franco también adoptó esa combinación, como otros antes. El mismo Lenin no tuvo más remedio que aceptar ese herético cóctel para salvar al gobierno comunista en su Nueva Política Económica. No se dice, e incluso se predica contra el capitalismo, pero se anhela su desarrollo controlado por una élite neocomunista. Con esa guía, el capitalismo se hace bueno y provechoso, sobre todo para las oligarquías que lo manejan.
De esta forma, el "cansancio democrático" se favorece y se utiliza para ahondar en el deterioro de las formas liberales de la democracia que les permite ocupar el Estado y sus instituciones y proceder a su sometimiento por una dirección única y opresora. No es que haya cansancio democrático. Es que hay quienes están cansados de que una democracia de inspiración liberal les impida invadir el Estado e imponer su dominio.
Hay cansancio, pero no de la democracia, sino de su falsificación oligárquica
Sí, hay cansancio. ¿Quién no lo siente? Pero, ¿es cansancio de la democracia liberal más auténtica? No. ¿Cómo vamos a estar cansados de una democracia liberal que apenas hemos conocido? Cierto es que lo fundamental de ella está plasmado en la Constitución de 1978, pero no es menos cierto que ya en su texto[iii] y, desde luego, en sus desarrollos legislativos esenciales, se han ido desmontando poco a poco sus pilares liberales que amparaban a los ciudadanos y el equilibrio de poderes.
Recuérdese el ajusticiamiento guerrista de Montesquieu y cómo los partidos se apropiaron de los nombramientos del Poder Judicial. O la ley electoral, que desiguala el voto de las regiones y da peso político al separatismo y a sus privilegios derivados. Por ejemplo. O las concesiones a partidos políticos y agrupaciones sindicales y empresariales a las que pagamos todos, seamos socios de ellos o no. O los desaguisados de la unidad y solidaridad nacionales promovidos por los privilegios otorgados al golpismo catalán, o el trato favorable de los presos etarras y así sucesivamente.
Uno de los estudiosos de este cansancio, el neerlandés David Van Reybrouk, lo describió hace casi 10 años de este modo: "Basta con ver el aumento de la abstención electoral, la pérdida de afiliaciones de los partidos y el menosprecio por los políticos; cuán difícil resulta que se formen los Gobiernos, lo poco que duran y lo mal parados que acostumbran a salir; la rapidez con que se abren paso el populismo, la tecnocracia y el antiparlamentarismo; el anhelo creciente de los ciudadanos por poder participar y la rapidez con que ese deseo se puede convertir en frustración; todo eso basta para darse cuenta de que estamos con el agua al cuello. No nos queda mucho tiempo."[iv]
Agapito Maestre en El poder en vilo lo señaló mucho antes, en 1994. El poder en la democracia siempre es un poder en vilo, dependiente del pueblo soberano y pendiente de los intereses y necesidades de sus ciudadanos. Cuando el poder en la democracia deja de estar en vilo, se libra del control de sus gobernados y elude la revisión y/o la censura de otros poderes y sus instituciones, la democracia deja de existir como tal. ¿A qué les suena?
Probado empíricamente está que la democracia política, a pesar de sus desviaciones y perversiones, es el menos malo de los regímenes posibles. Su desarrollo, por perfecto que sea, es propenso a la afloración y consolidación de oligarquías, una ley de hierro que afecta a todos los regímenes políticos salvo en territorios muy pequeños y de escasa población, lo que ya puso de manifiesto el desperdiciado Gonzalo Fernández de la Mora atendiendo a lo que ocurre realmente y no a lo que se desea que ocurra.
En todos los demás, no puede evitarse la aparición de oligarquías, lo que llevó a Dalmacio Negro a formularse esta pregunta: "Si es imposible erradicar la oligarquía a pesar de las pretensiones del modo de pensamiento ideológico; si la oligarquía es perniciosa por definición dada su tendencia natural a degenerar en plutocracia y/o en cleptocracia; si la oligarquía es inevitablemente fuente de corrupción estructural; si la oligarquía implica la desigualdad política entre los oligarcas y el resto; si la oligarquía restringe la libertad colectiva a unos pocos; etc., ¿qué sentido y alcance tiene la democracia?"
El ex ministro César Antonio Molina, ha explicado a dónde puede conducir esta democracia oligárquica donde el ciudadano de a pie no se siente atendido: "La democracia, el sentimiento que hoy muchos de sus ciudadanos sienten hacia ella, es de falta de protección de sus derechos, además de una creciente imposición de deberes no siempre muy claramente explicados."
Y añade: "Esa falta de cuidado y respeto hacia sus representados, por parte de la democracia, ha llevado a los ciudadanos a un desafecto que se muestra a través de la impaciencia, la decepción, la aversión, el rechazo o el cansancio. En resumen, a una creciente deslegitimación de su autoridad. Votantes abstencionistas, votantes descreídos, votantes que castigan a los partidos votando propuestas populistas y antidemocráticas. El ciudadano enferma de fatiga democrática… El votante se siente traicionado, pues no se cumplen las directrices económicas y el empleo no llega nunca."
Pero no es bello vivir sin democracia, machaca Molina. No es civilizador añorar la tiranía y la sumisión desigual olvidando los dolores que originan. Sería lamentable que los demócratas occidentales, sobre todo en España, sobrepasados por la gravedad moral de la actuación de las oligarquías políticas, económicas y sociales, termináramos aceptando que no podemos sino elegir entre dictaduras, la de un partido, la de un líder sin control o la de una secta, religiosa o nacionalista.
Sí, hay cansancio, cansancio del tramposo desarrollo de la Constitución y de su continuo darnos gato por liebre, de la falta de autenticidad de los políticos, de la superficialidad de los análisis y estrategias, del abandono de la nación en manos de aventureros sin escrúpulos, de la casi extinguida conciencia de la continuidad que nos une a las pasadas generaciones y de nuestra propia incapacidad para emerger de la vida privada para articular un poder civil capaz de, cuando menos, contener los excesos de las oligarquías.
Otra vez Agapito Maestre lo expresa con precisión. O aceptación de un cautiverio socio-político impuesto por tales oligarquías "o la construcción abierta y permanente del Estado de Derecho a partir del ensamblaje de una democracia parlamentaria, que se toma muy en serio sus garantías constitucionales, con todos los momentos participativos exigidos por un «subsistema político» que procede de la sociedad sin el cual, dicho sea de paso, ya sería imposible el funcionamiento de la política reducida al ámbito del Estado."[v]
Como se ha conducido la política española desde los primeros gobiernos de la democracia constitucional, ha provocado un cansancio que primero se llamó desencanto y que desde el asesinato de Miguel Ángel Blanco, la posterior alianza del socialismo con los nacionalismos y los atentados del 11-M es ya un pesimismo muy espeso, a veces bajo la forma de desinterés y despego y otras veces, bajo la apariencia de llamamientos a soluciones autoritarias.
Desde 2018 muy especialmente, se ha evidenciado que hay unas oligarquías políticas amorales capaces de todo con tal de no renunciar a su poder hegemónico sobre la democracia española. La aceptación de la inconsecuencia - e incluso traición -, doctrinal, del oportunismo ideológico, del desdén por la tradición, el nulo respeto a la nación histórica de la que procedemos y el cinismo moral derivado de su himalaya de mentiras (Besteiro llamó así a las deformaciones comunistas en plena guerra civil), puede producir, ciertamente, un cansancio infinito.
Otra cosa es desesperar de la posibilidad de que la sociedad española sea capaz de convivir en libertad. Como nadie es una isla, ni siquiera España, la proliferación de modelos autoritarios, dentro y fuera de las democracias, lo pone difícil. Pero toda reforma de calado que se dirija a restaurar o a vitalizar una democracia apreciada por las mayorías, exigirá poner límites, reorientar leyes y recuperar o inventar valores[vi] en la dirección de la coherencia, la decencia y la eficiencia.
Si no se hace esto antes de que sea tarde, sin miedo y sin complejos, sólo quedará el autoritarismo, en alguna de sus formas, como destino y futuro. Cansancio, sí, mucho, intenso, justificado. Pero de la falsa democracia, de su perversión, de su ocupación planeada. Eso es ya un principio de tiranía y la tiranía, ésta u otra, puede parecer atractiva por su eficacia ante ciertos males, pero contiene el peor de todos ellos: el fin de la libertad.
Por ello, conviene recordar la esencia de toda democracia, etapa superior de la dignidad política. Responde Dalmacio Negro a la pregunta ¿Qué es la democracia?[vii]: "Que el poder pertenece al pueblo y que el poder político tiene que estar limitado por la soberanía del Derecho, que pertenece también al pueblo, no al Estado o al Gobierno, por lo que, en su estricto sentido, no puede ser una creación ni del Estado ni del Gobierno. A falta de otra expresión, democracia liberal significa el imperio del Derecho. El Derecho prevalece sobre la política determinando quién manda - en el estado social democrático, el pueblo natural, todos -, cómo se manda y quien decide."
[i] Se encuentra en Cartas finlandesas y Hombres del Norte
[ii] Eso ahora. Antes se acusaba a la democracia de ser "formal", insuficiente, burguesa.
[iii] Fueros vasco y navarro en sus disposiciones transitorias
[iv] Está en la conclusión de su libro Contra las elecciones, en el que defiende la vieja opción democrática del sorteo, entre otras propuestas.
[v] El poder en vilo, VII, 1. Política y democracia para ciudadanos. Bases realistas para la invención de lo político. Págs 219 y siguientes. Ediciones Clásicas, S.A. Madrid, 2018.
[vi] Véase el artículo de Agapito Maestre en Libertad Digital: "Creatividad policía contra el sanchismo".
[vii] Reflexiones sobre la democracia, CEU, Aula Política, 2013-2015.
