
"No temáis a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma." Las palabras de Jesús, el Dios más humano de todas las religiones conocidas, según dicen los cristianos, nos vienen al pelo para vomitar a la muchedumbre española y extranjera que "legitima" el asesinato de Charlie Kirk y, de paso, carga contra quienes quieren detener esta atrocidad. Porque el crimen no tiene justificación alguna, la Administración Trump, y una gran parte de la sociedad civil norteamericana, han entendido bien, muy bien, qué respuesta necesita la chusma que aplaude el crimen. La ideología, o sea, el engaño para negar lo obvio, o sea el crimen de Kirk, tiene mil respuestas. Trump ha elegido una inmediata: las leyes deben aplicarse a los criminales y a quienes justifican la acción criminal. Trump, sí, sigue al hijo del carpintero, al pie de la letra. Por eso, precisamente, persigue con la ley en la mano a quien se burla del sagrado derecho a la vida. Quien mata a un hombre, tiene que ser castigado. Y quien persiste en matar el alma de ese hombre, tiene que ser doblemente perseguido, primero, por aplaudir al canalla y, segundo, por persistir en seguir matando.
Los maestros de escuela, los profesores de universidad, los periodistas, en fin, toda esa gente que "comprende" el asesinato tiene que aplicársele la ley. Es lo que está haciendo la Administración de Trump en EE.UU. He ahí mi respuesta inmediata a un amigo, un querido lector, que me pide ayuda intelectual para entender el embrollo de la cancelación. Necesita auxilio para ratificarse en su gran indignación, o rectificar su perplejo y equivocado pensamiento. Se trata de entender la diferencia, que él ve nítida, entre cancelar la expresión y cancelar la vida. A Charlie Kirk, primero le cancelaron, le silenciaron y manipularon su expresión, aunque saliera airosa y resplandeciente porque era franca, honesta y valiente; y después le quitaron la vida, le eliminaron para siempre del debate de creencias, ideas y opiniones. Es decir, ha sufrido... ¡no una doble cancelación!, sino la cancelación de sus opiniones y la pérdida de su vida.
Después han llegado las expresiones horribles de burla, comprensión, justificación, sospecha, indiferencia... ante su asesinato. Todas igual de culpables, aunque mi amigo las ha querido enumerar en grado descendente. En efecto, las declaraciones de justificación o indiferencia ante el asesinato perpetrado igualan en el desprecio a la vida de las personas, tanto a los que las emiten como a los homicidas o asesinos. Ante estas inaceptables expresiones se tomaron decisiones de cancelación por parte de organismos, o empresas, o medios que tenían en su seno a esos individuos que expresaron odio a la víctima y aceptación perversa del asesinato perpetrado. Por estas últimas decisiones, que a mi amigo le parecen evidentes y coherentes si queremos que en nuestras sociedades se sostenga el derecho a la vida como primero y primordial para la convivencia humana, se comenzó a hablar de lo inaceptable de la "cancelación" de esos individuos, pues ejercían su derecho a la libre expresión. O sea, que no se podía "decidir" o aplicar esas cancelaciones porque, según esta gente, resultarían equiparables a las censuras previas a Charlie Kirk y poco acordes con su espíritu de aceptar las discrepancias y opiniones de los contrarios en el debate.
La inmoralidad de estas últimas apreciaciones está al alcance de cualquier mortal con sentido común. Quien opina en contra de la vida y a favor del uso de la violencia debe ser censurado, clausurado, cancelado, silenciado... La libre expresión no puede ir en contra de la vida, la verdad y el bien, y menos aún, a favor del asesinato y la muerte del que expresa una opinión contraria. Es necesario poner límites y partir de una moral previa y necesaria, de ahí que esas expresiones de aceptación del asesinato tengan que ser reprimidas y canceladas. Entiendo y comparto, pues, la indignación de mi amigo. Es indignante el poco esfuerzo por distinguir a la hora de hablar y escribir sobre la diferencia entre el derecho a la vida y el derecho a la libre expresión. Es indignante que haya intelectuales que hablen sólo de meras "cancelaciones" entre los dos polos enfrentados. ¡No, señores, diferencien ustedes!, no quieran quedar bien con todo el mundo. Por un lado ha existido la cancelación de opiniones y, luego, el asesinato y el desprecio a la vida del oponente en ideas. Por el otro, sólo ha habido una reacción de coherencia para preservar el derecho a la vida y la justa expresión libre que posibilite la convivencia social. ¡De qué polarización hablan! Falso.
Y, sin embargo, esa falsedad es mantenida a izquierda y derecha. Mi amigo se siente sorprendido y decepcionado. No incluye entre sus decepciones a los "opinadores" dirigidos desde el ámbito de la izquierda. Ésos rizan el rizo para salir a flote después de que la barbarie de su bando se haya desatado. Ellos empezaron a sacar la idea de la "cancelación no aceptable" contra las declaraciones de burla y odio hacia la vida de Charlie Kirk. Y los intelectuales "bienpensantes" pecan de bonachones y siguen con la "matraca cancelatoria". Sorprende más esa "argumentación" ideológica en la derecha. Mantiene que son cancelaciones equiparables, o sea, se olvidan de que el derecho a la vida está por encima de todo, tampoco hablan de la actitud inmoral del que se ríe de ese derecho primero de las personas. Creo que estos papanatas de la derecha están empapados de "cancelacionismo". ¡Ay, el pantano oscuro de la cancelación! Quien entra en él de buena fe, acaba tragado por sus aguas fecales. En este asunto no debemos caer en la ambigüedad. Las cancelaciones no son equiparables a no ser partiendo de una previa desigualdad de acciones. Cancelar y matar por un lado no pueden equipararse a ser cancelados por emitir mensajes malvados y amorales contra la vida de las personas.
Dicho en roman paladino: ninguna tolerancia, pues, con las "almas bellas" y arrogantes que critican a Trump por "cancelar" a quienes se ríen del sagrado derecho a la vida. Más aún, nadie debería discutir, hablar y escribir sobre el asesinato de un hombre aceptando el lenguaje de quien justifica la acción de matar. Sí, quien utiliza la terminología de los criminales, bien sea del que ejecuta la acción de matar como el que pretende legitimarla intelectualmente, para criticar la política de Trump que persigue, reprime y hasta acusa en los tribunales de justicia al que se burla del sagrado derecho a la vida, corre el peligro de caer en la red perversa de la maldad criminal. En conclusión: ninguna tolerancia con los intolerantes. ¡Tolerancia represiva! Quizá. Pero es tolerancia.
Y en caso de duda, sigan el consejo de Sócrates, eviten falsos debates. Las palabras tienen que ser ajustadas a los hechos. O mejor, la palabra es la plenitud de una experiencia. No hablemos de cancelación. El vocablo exacto es asesinato. La muerte de Charlie Kirk es un crimen. El criminal y quienes lo justifican tienen que ser perseguidos. Debería, pues, procurarse eludir cualquier cháchara, incluida la previa a todo diálogo sensato, con quien utiliza la palabra cancelación. Quien justifica el asesinato de Kirk con la palabrería de la cancelación, no sólo merece desprecio sino represión legal, porque el derecho a la vida está por encima de cualquier otra consideración. El criminal es criminal, y, sin duda alguna, participa de ese crimen quien de uno u otro modo lo justifica. Al carajo, pues, con el rollo de la cancelación. No nos dejemos abrumar por esa faramalla ideológica cuyo único objetivo es legitimar el asesinato de Kirk y amenazar (sic) a Trump de que él podría ser el próximo en caer. Terrible. Pero así es de dura la cosa. Es menester, pues, reconocer que para practicar la prudencia, como virtud regidora de la inteligencia y la cordura social, no hay que dejar la astucia olvidada en los rincones del debate público. La izquierda saca su habitual engaño, embarra las opiniones y comentarios y se lleva el gato al agua sin que ante la asamblea pública se esclarezca el uso de su artería principal: cancelación es la palabra fetiche para ocultar sus crímenes, el primero de todos el de Kirk, y, en segundo lugar, la destrucción del espacio público como principal camino del entendimiento entre los hombres. Matan a la persona y la posibilidad de un "juicio" compartido, o sea, la Política.
Sigamos, pues, pensando el asesinato Kirk. Quizá ese pensar no nos otorgue el poder de actuar, pero, mientras lo ejercemos, no estaremos cayendo en la ideología de equiparar el asesinato de un hombre con la censura de una opinión. He ahí el poderío del pensamiento: el pensar tiene sentido en sí mismo, es decir, en su inmanencia. Lo otro es ideología. Engaño.
