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El Discurso de Trump

¿Dónde están, pues, los métodos heterodoxos de los que es acusado Trump por algunos plumillas de la prensa española?

¿Dónde están, pues, los métodos heterodoxos de los que es acusado Trump por algunos plumillas de la prensa española?
El presidente Donald Trump en la Casa Blanca | EFE/EPA/WILL OLIVER

No leen, no escuchan. Tampoco piensan. Solo odian. Basta ya de precauciones, desconfianzas y sospechas contra Donald Trump. Casi dos años han pasado desde que escribí: "Sigo, desde hace años, tanto la trayectoria política de Trump como la de sus críticos, y siempre he considerado a Trump infinitamente más inteligente que a la inmensa mayoría de sus detractores". Para qué añadir ahora que estos difamadores, además, son malos y ridículos. No merece la pena. Solo oyen, ven y leen lo que ellos quieren. Nada. O peor, sus corazones solo proyectan maldad sobre Trump. Esta gente necesita confesores eclesiásticos o psicoanalistas. La caverna española será la última en ser liberada de la estulticia y la violencia contra la excelencia. El Discurso de Donald Trump en el Parlamento de Israel debería ser aprendido de memoria por este personal. Es la primera condición para salir del estado de esclavitud mental en que se hallan las "élites" intelectuales y políticas de España.

El Discurso de Trump ha barrido por completo al mundo diplomático, político y periodístico de España, pero todavía les queda fuerza a sus majaderos habitantes para acusar a Trump de todas las inmundicias que a ellos les identifican. Adiós, pues, a los idiotas que dicen que esto no es una paz sino una tregua -¿habrá alguna paz sin previa tregua?-, pero a renglón seguido dicen que EE.UU., gracias a Trump, vuelve a ser el primer actor político, económico y social del globo y ha recuperado los esperanzadores pactos de Abraham para una entente cordial y pacífica entre el mundo árabe y Occidente, empezando por Israel como Estado defensor de los valores occidentales. Váyanse a hacer puñetas quienes le critican de "volubilidad", sí, de haber pedido a Ucrania que se rindiera a Rusia y ahora les ofrece los famosos "misiles de crucero Tomahawk" (todavía está por ver si se los dará o no) para combatir a Putin. Nunca dijo Trump semejante cosa; la "volubilidad" de la que se acusa a Trump es propia del acusador: "Haría bien Zelenski", dijo en antena el locutor-acusador cuando empezó la invasión de Ucrania por el ejército ruso, "en entregarse a Rusia y salir en el primer avión hacia el exilio…". Nada hay que hablar con este personal. Discutir con esta gente sin columna vertebral es tiempo perdido. Y, además, se corre el riesgo de que nos confundan con ellos.

Vayamos, pues, directamente a lo más elemental de la intervención de Trump, o mejor, a lo más sencillo de captar para cualquier ser normal, a saber: al estadista norteamericano se le entiende todo; sí, sí, nadie se pierde, mientras él habla. Se le puede seguir con extremada facilidad. Su lenguaje es universal. Sólo los muy obtusos y malvados se atrancarán ante algunos de sus argumentos. En segundo lugar, nadie podrá comparar la ovación recibida por Trump en la Knéset israelí con la de cualquier otro mandatario del mundo. Largos y sentidos fueron los aplausos. Nada que ver con los levanta-traseros chinos, coreanos y rusos compitiendo por aplaudir a sus respectivos dictadores. Nadie ha recibido en ese espacio público-político, uno de los parlamentos más democráticos del planeta, más aplausos que él; pero, y esto es lo decisivo, ningún otro mandatario puede comparársele en generosidad hacia sus colaboradores, amigos y adversarios: Trump presentó, uno por uno, a todos los que han colaborado para traer la paz a la Franja de Gaza y, por lo tanto, a Israel… Los que aplaudían fueron tanto o más aplaudidos que él; valga como ejemplo de esa reciprocidad, de ese mutuo reconocimiento, las palabras que dirigió al oriundo de Asturias: "Marco Rubio es el mejor ministro de Asuntos Exteriores de la historia de EE.UU.".

La lucha de todo ser humano por el reconocimiento, para que se le conozca y se le reconozca su trabajo, fue ayer cantada por el Discurso de Trump. Si el filósofo Hegel hubiera resucitado para escuchar esa plática, no me cabe la menor duda de que hubiera exclamado: "¡Grandioso!" Trump pasó revista, en efecto, a todos los grandes actores del plan, incluidos sus adversarios. Por eso, precisamente, es el líder más democrático de nuestra era. Sencillez exhibió el principal concepto del discurso: la paz depende, sí, de la fuerza. He ahí la quintaesencia de su inteligente parlamento. El terrorismo fue vencido con la institución más antigua y, por supuesto, una de las más civilizadoras de la humanidad: la guerra, cuyo principal secreto no es la defensa sino la agresión. Trump ha leído bien a los clásicos de la guerra, empezando por Napoleón. El Discurso de Trump estaba celebrando una victoria militar. Poco antes de comenzar su intervención estaban reunidos los Jefes del Estado Mayor del Ejército de los EE.UU. y de Israel. También estaba por allí, nadie lo olvide, el General del Ejército de Egipto, acaso el principal interesado en poner fin a la atrocidad de Hamás.

¿Dónde están, pues, los métodos heterodoxos de los que es acusado Trump por algunos plumillas de la prensa española? Por favor, corresponsales de prensa en Washington, repasen a los autores españoles de los siglos XVI y XVII, si es que no quieren leer a los clásicos griegos y romanos. Los grandes inventores del Derecho de Gente conocían bien a Flavio: Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum; en fórmula más breve y mil veces repetidas si vis pacem, para bellum. El mundo entero entiende el adagio clásico. La paz se mantiene, sin duda, si se está dispuesto a defenderla. Entonces quien desee, en efecto, la paz debe prepararse para la guerra. Sin embargo, los "analistas" políticos no entienden la cosa y persisten en calumniar de "personalista" y "heterodoxo" a Trump. ¿Personalista es el hombre que delega permanentemente y se rodea de los mejores equipos y profesionales de su país? Ay, amigos, cuánta estulticia aún nos queda por soportar. Bienvenida sea, por otro lado, la heterodoxia de Trump ante tanta corrección política, abstracción y métodos diplomáticos trasnochados. Maldicen a Trump, en fin, con todo tipo de improperios, porque no quieren reconocer su inteligencia política.

Repasen todos sus críticos el discurso de Jerusalén y asimilen los pasos principales. Vayan despacio para no tropezar. Primero: no es un alto el fuego. Es la paz después de una victoria militar (sic). ¿Tregua? Repito: ¿acaso hay alguna paz sin tregua? Segundo: el discurso de Trump es una detallada explicación de cómo se ha llegado a la paz. Y, tercero, dio las pautas clave para reconstruir la zona devastada. Otra cosa es que unos tipos bestiales, una vez retiradas las tropas de Israel, se maten entre ellos…

El discurso fue, sí, un acto simbólico, pero, sobre todo, fue una acción política de extraordinaria importancia. Grandiosa en sí misma. Y, como todo lo grande, efímero. Sus dimensiones históricas aún están por analizar. "Termina una era de sangre, destrucción y ruina", dijo Trump, o lo que es lo mismo: "Las fuerzas del terror han sido derrotadas". Y reiteró varias veces el nuevo camino: "Los pueblos de Oriente Próximo deben ser socios, no enemigos". A Egipto, Qatar, Turquía, que firmaron con Israel el acuerdo que pone fin a dos años de guerra, pronto se unirán, según Trump, otras naciones árabes que reconocerán diplomáticamente al Estado judío. Es obvio que estaba refiriéndose tácitamente a Arabia Saudí. Y quizá lo consiga más pronto que tarde, porque Trump ya ha preparado para ese país un plan de negocio fabuloso. Arabia Saudí seguirá a Qatar. Los dos países competirán por lograr una paz duradera.

Si dejo aparte todo lo que dedicó al coraje e inteligencia de Netanyahu, clave para detener la guerra y negociar, es decisiva la explicación que dio para vincular la paz conseguida con el ataque a Irán. Las decisiones militares que tomó en junio, cuando ordenó la destrucción de las tres principales instalaciones nucleares iraníes, fueron decisivas: "Si no hubiéramos hecho eso", dijo Trump, "este acuerdo nunca habría sido posible", o sea, ningún país árabe "habría presionado a Hamás sin saber que Irán estaba debilitado". Descartó por completo las predicciones que consideran que el gobierno de Teherán reanudará pronto su programa nuclear: "Lo último que quieren hacer es volver a excavar túneles en montañas que acaban de volar por los aires". Irán está, sin duda alguna, exhausto.

Y, por eso, planteó con gran acierto la posibilidad de un acuerdo con Irán: "¿Saben lo que sería estupendo? Si pudiéramos firmar la paz con ellos. ¿Les gustaría eso? Creo que quieren hacerlo. Creo que están cansados". La propuesta es genial. Nadie olvide que los iraníes son "persas". ¡Chiítas! Los principales impulsores del terrorismo serían vencidos y en su lugar, obviamente, se alzarían los más suaves y pacíficos suníes… En fin, con un estilo entre conciliador e intimidatorio, Trump nunca deja de ser cauto y, por eso, pasó por alto explicar cómo logró sacar a Siria de las garras de Putin que, sin duda alguna, es otra pieza clave para entender el nuevo orden de esa zona del mundo. ¡Rusia ya no pinta nada en esa zona de Oriente!

Trump, sí, explicó y explicó muchas cosas e hizo matizaciones importantes, aunque la caverna mediática y política siga erre que erre distorsionando su figura política. El final de su mensaje fue claro. La promesa hecha con la solemnidad del caso: Gaza será desmilitarizada y administrada bajo supervisión internacional. EE.UU. sigue luchando para que nuevos países árabes reconozcan a Israel como parte de una ampliación de los Acuerdos de Abraham. Washington mantendrá la tutela del proceso, porque EE.UU. quiere un Oriente Próximo estable, con cooperación económica y respeto mutuo. "Ya no es tiempo de destruir, sino de construir". La segunda fase pronto se consolidará, entre otros motivos, porque algunos países árabes están comprometidos con la reconstrucción de Gaza.

Trump, en fin, ha terminado con una terrible guerra que duraba dos años, y parece haber conseguido, después de ochenta años, encarrilar un conflicto que parecía no tener fin. Pero el mundo diplomático, político y mediático persiste no sólo en quitarle importancia a su discurso y acción política, sino en desfigurarlo hasta el esperpento. España sigue llevándose el primer premio de la ignominia contra Trump.

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