
La última gran campaña de bulos por parte de la izquierda internacional es que Elon Musk hizo el saludo nazi al levantar el brazo en un mitin. Por supuesto, Elon Musk no hacía otra cosa que saludar, como también lo hicieron en su momento de Barack Obama a Macron pasando por Pedro Sánchez. De manera trivial, ninguno hizo el saludo nazi, aunque sí es cierto que Pedro Sánchez acostumbra a levantar el puño en sus mítines como un símbolo político en la misma senda que Maduro, Xi Jinping y Lenin. Sin embargo, dada la asimetría habitual en Occidente entre los crímenes causados por los nazis y los comunistas, y el complejo cultural de la derecha, nadie le avergüenza a Sánchez que siga asumiendo los ominosos y criminales símbolos de la ideología que el PSOE abandonó en 1979, el marxismo.
Nadie salvo, y volvemos al principio del artículo, el propio Elon Musk, el cual en una entrevista con la líder del partido alemán AfD dijo que Hitler era socialista, lo que provocó una ola de indignación entre la izquierda acusando a Musk y Weidel de ser antisocialistas. Como si ser antifascista no implicase automáticamente ser antisocialista. El País titulaba "Musk jalea el bulo de la candidata ultraderechista alemana sobre Hitler: ‘Era comunista’". Que El País no sepa distinguir entre un bulo y una interpretación no es de extrañar, dado que hace colar habitualmente a sus lectores bulos como si fuesen interpretaciones. El último, por ejemplo, ha sido presentar a una terrorista liberada por Israel, en su intercambio de presos por rehenes con Hamás, como si fuese una heroica luchadora por la libertad y una torturada por la única democracia homologada de una región plagada de dictaduras islamistas.
Pero volvamos a la identificación realizada por Musk y Weidel de Hitler como ideólogo socialista, algo que suele enervar al izquierdista típico porque para su paradigma resulta algo todavía peor que el muro de Berlín, el gulag y Errejón. Posteriormente, en otra entrevista, Weidel explicó su interpretación de Hitler como socialista. Los puntos clave en los que se basaba la líder de AfD son que Hitler pretendía crear un nuevo tipo de ser humano que fuese capaz de marchar al unísono siguiendo una homogeneidad social, también proponía que todos los medios de comunicación estuviesen dirigidos por el Estado y quería implantar una economía planificada estatalmente. Todo ello aderezado por un fuerte sentimiento de "justicia social" paternalista y condescendiente. Da igual que un pato sea negro o rojo, sigue siendo un pato.
El testimonio más relevante y revelador sobre la esencia patuna, totalitaria, de los rojos comunistas y los negros nazis nos la dio Simone Weil en su escrito No empecemos otra vez la guerra de Troya, en la que describía los debates callejeros en Berlín, un año antes de la toma del poder por parte de Hitler, entre comunistas y nazis en los que siempre llegaban a la sorprendente conclusión de que su programa era básicamente idéntico. Nada más fantasmal, subrayaba Weil, que la oposición entre comunismo y fascismo. ¿Quién es entonces el que propaga bulos, Musk o El País?
Weil argumenta que tanto el nazismo como el comunismo son, en esencia, dos caras de la misma moneda en cuanto al uso de la fuerza, la opresión y la falta de libertad. Ella escribe sobre cómo ambos sistemas se justifican mediante palabras vacías de significado real, como "nación", "seguridad", "capitalismo", "comunismo", "fascismo", etc., que sirven para legitimar la violencia y el dominio. Según Weil, tanto el fascismo como el comunismo se ven a sí mismos y al otro como el "mal absoluto", lo que justifica una guerra sin fin en nombre de ideales vacíos. Argumenta que los programas de ambos sistemas se han vuelto indistinguibles en su práctica, centrándose en la acumulación de poder y el control absoluto. En No empecemos otra vez la guerra de Troya, Weil defiende que, en la práctica política y en su impacto sobre la libertad y la humanidad, nazismo y comunismo tienen efectivamente un mismo programa de opresión y violencia, aunque sus justificaciones ideológicas en cuanto al grupo dominante y opresor difieren, dado que el comunismo es internacionalista siendo su agente revolucionario la clase proletaria, mientras que el nazismo es nacionalista y su agente transformador es la raza aria. ¿Qué parte de nacional-SOCIALISTA no quieren ver en El País? Exactamente, la parte que vincula a Hitler con su triste, resentida, violenta y genocida perspectiva política. Cuando Hayek dedicaba Camino de servidumbre a los socialistas de todos los partidos se refería tanto a los nacional-socialistas (vulgo: nazis), a los internacional-socialistas (común: socialistas, comunistas).
Una visión parecida a la de Weil, solo que más desarrollada, es la de Hannah Arendt en su análisis del totalitarismo en su obra Los orígenes del totalitarismo (1951). Arendt argumenta que tanto el nazismo como el comunismo compartían características esenciales del totalitarismo, como el control total sobre la vida de los ciudadanos, la eliminación de la oposición, la ideología como sustituto de la verdad y el uso del terror como instrumento de gobierno. Arendt veía estos regímenes no solo como formas extremas de gobierno, sino como sistemas que aniquilan la esfera pública y la pluralidad humana.
Además, en su cobertura del juicio de Adolf Eichmann, Arendt acuñó el término "banalidad del mal" para describir cómo el mal puede cometerse por personas ordinarias que simplemente siguen órdenes dentro de un sistema burocrático, sin necesariamente ser malvados en su esencia. Esta banalidad del mal se manifiesta hoy día en todos aquellos que niegan la identidad entre nazismo y comunismo para seguir manteniendo la ilusión de la superioridad moral y el espejismo de que su ideología no está manchada de sangre.
Otro filósofo que identificó paralelismos significativos entre el comunismo y el nazismo fue Karl Popper en su obra La sociedad abierta y sus enemigos. Popper arguyó que ambos sistemas eran ejemplos de "historicismo" y "totalitarismo", donde la historia es vista como determinada por leyes inmutables que justifican la imposición de un orden social específico. Critica a ambos por su enfoque en un Estado omnisciente y por la supresión de la libertad individual en nombre de un ideal colectivo. Popper los consideraba iguales en cuanto a sus métodos historicistas y objetivos totalitarios, cambiando únicamente, como dije, el sujeto revolucionario. Explica en La sociedad abierta y sus enemigos:
El historicismo, cuyo análisis comprenderá el cuerpo principal de esta obra; nos referimos a la filosofía histórica del racismo o fascismo, por una parte (la derecha), y la filosofía histórica marxista por la otra (la izquierda). En lugar del pueblo elegido, el racismo nos habla de raza elegida (por Gobineau), seleccionada como instrumento del destino y escogida como heredera final de la tierra. La filosofía histórica de Marx, a su vez, no habla ya de pueblo elegido ni de raza elegida, sino de la clase elegida, el instrumento sobre el cual recae la tarea de crear la sociedad sin clases, y la clase destinada a heredar la tierra.
Pero pasemos de las abstracciones filosóficas a las concreciones históricas. Dos libros son claves para estudiar lo que pasaba por la mente de dos de los nazis más destacados, el propio Adolf Hitler y Joseph Goebbels, su ministro de propaganda y uno de los líderes culturales más destacados del movimiento nacional-socialista.
En el libro de Thomas Weber, De Adolf a Hitler, se plantea una narrativa sobre la evolución ideológica de Adolf Hitler, sugiriendo que su ideología era una mezcla de dos corrientes históricas. Echando mano de una metáfora genealógica, el nacionalismo como Padre y el socialismo como Madre, Weber sostiene que el nacionalismo, visto como el "padre" de la ideología de Hitler, es un movimiento que busca transformar los antiguos Estados dinásticos en Estados-nación, un fenómeno que surge de la Ilustración y que se concreta en la caída de imperios y reinos tras la Revolución Francesa. Este movimiento se centra en la soberanía nacional, la identidad cultural y la unidad de un pueblo bajo un Estado propio. Por otro lado, el socialismo como la "madre" de esta ideología, nace en respuesta a la industrialización, con la formación de una clase obrera empobrecida. Este socialismo alcanza su madurez después de la crisis liberal de 1873, proponiendo la redistribución de la riqueza y la lucha de clases como medios para alcanzar la justicia social.
Bajo esta dupla del nacionalismo como padre y el socialismo como madre se explica el nacimiento y el crecimiento del Nacionalsocialismo, que encontró terreno fértil en lugares donde la inestabilidad económica se cruzaba con imperios multiétnicos en decadencia, como fue el caso del Imperio Austrohúngaro. Partidos con nombres como Partido Nacionalsocialista Checo y el Partido Obrero Alemán surgieron en estas regiones, mostrando una fusión temprana de ambos ideales. Aunque no es una consecuencia directa de la Primera Guerra Mundial, el conflicto actúa como catalizador para la maduración política del nacionalsocialismo. Durante la guerra, la división entre socialistas sobre el apoyo a sus respectivas naciones en el conflicto permitió a este movimiento ganar terreno, incluso en lugares como el Reino Unido.
Hitler, en su juventud y primeros años políticos, no era un personaje con una ideología sólida y definida; más bien, mostraba una flexibilidad que le permitió moverse entre diferentes corrientes ideológicas. Su rechazo al "internacionalismo interior" no era exclusivamente contra los socialdemócratas, sino contra cualquier forma de pensamiento que pusiera en peligro la primacía de la nación sobre lo individual o colectivo internacional. El joven Hitler se mostró interesado en el socialismo revolucionario, como se ve en su asistencia a mítines y en su observación de la acción socialista en Berlín y Múnich. No obstante, su antisemitismo y su visión de un socialismo "nacional" se diferencian del socialismo internacional, al que veía como una herramienta de los banqueros judíos para socavar las naciones.
La narrativa de Weber sugiere que Hitler tenía simpatías o al menos no hostilidad hacia el SPD en sus inicios, lo que indica una complejidad en su relación con el socialismo. Sin embargo, su antisemitismo era un elemento fundamental que permeaba su visión del socialismo, diferenciándolo de otros movimientos socialistas de la época. Weber propone que Hitler era ideológicamente un socialista en el sentido de que deseaba un socialismo que se alineara con sus visiones nacionalistas y racistas, luchando contra el capitalismo internacional, el socialismo internacional y cualquier influencia externa que amenazara la pureza de la nación alemana. Esta mezcla peculiar de nacionalismo y socialismo se convirtió en la base del nacionalsocialismo, una ideología combinaba elementos socialistas con el extremismo racial y nacionalista que definiría el régimen nazi.
Por otro lado, el libro Goebbels de Ralf Georg Reuth ofrece una mirada profunda a la vida y carrera de Joseph Goebbels, destacando su evolución ideológica y su papel crucial en el ascenso del Partido Nazi. En el invierno de 1919-20, Goebbels se muda a Múnich para asistir a la universidad, durante un periodo turbulento en la ciudad. Múnich estaba en medio de una revolución, con la breve proclamación de una república soviética, marcada por ideales utópicos y luego por la violencia para restaurar el orden. Entonces, Goebbels se muestra como un partidario del "socialismo alemán", una ideología que buscaba fusionar nacionalismo con elementos socialistas, aunque su interpretación difiere, como hemos visto en el caso de Hitler, de la visión internacionalista del socialismo marxista. En sus escritos y discursos, muestra una preferencia por un socialismo que priorice la nación sobre la lucha de clases internacional.
En su caso, es muy importante su relación con Gregor Strasser, un líder nacionalsocialista que compartía la visión de un socialismo nacional. Sin embargo, Goebbels eventualmente se alinea más con Hitler, más nacionalista que izquierdista, aunque mantiene la retórica socialista como una herramienta para mantener la cohesión dentro del partido. Goebbels se encuentra en medio de un conflicto interno en el NSDAP entre los que querían priorizar el socialismo y aquellos más enfocados en el nacionalismo puro. Este conflicto se agudiza en reuniones como la de Bamberg, donde Hitler reafirma su control y su visión más autoritaria y nacionalista sobre el partido.
Su visión del nacionalsocialismo era el de un movimiento del corazón en contraposición a la fría racionalidad de la política parlamentaria, lo que le lleva a despreciar el sistema democrático liberal. La complejidad de Goebbels como figura política y propagandista explica los conflictos internos del régimen nazi entre los ideales socialistas y los nacionalistas, pero sin que ello signifique la renuncia al socialismo como eje vertebrador del movimiento, aunque sí su sumisión a cuestiones prácticas. Como también hizo Lenin, por cierto, respecto a la propiedad privada y nadie dice que Lenin dejó de ser socialista.
En suma, son Elon Musk y Alice Weidel los que tienen razón sobre el socialismo de Hitler, en contraposición a esa fábrica paradójicamente goebbelsiana de bulos que son los medios de comunicación de izquierdas, de El País al New York Times pasando por Granma y Pravda. Hannah Arendt, Simone Weil, Karl Popper, Thomas Weber, y Ralf Georg Reuth, cada uno desde su perspectiva, han llegado a conclusiones similares sobre el comunismo y el nazismo, identificándolos como ideologías que, aunque diferentes en muchos aspectos superficiales, comparten estructuras y características fundamentales. Hagamos un resumen:
● Antiliberalismo: Ambas ideologías se oponen a la libertad individual y a los principios democráticos liberales, promoviendo en su lugar un Estado omnipotente que controla todas las facetas de la vida pública y privada de sus ciudadanos.
● Anticapitalismo: Aunque con matices diferentes, tanto el comunismo como el nazismo critican y se oponen a la economía de libre mercado y al capitalismo, proponiendo sistemas económicos centralizados y controlados por el Estado.
● Negación de Derechos Humanos: Las dos ideologías se caracterizan por su disposición a sacrificar derechos humanos fundamentales en aras de sus objetivos ideológicos, incluyendo la libertad de expresión, la autonomía personal, y el derecho a la vida, que los comunistas descalifican como "derechos burgueses" mientras que los nazis desprecian por "derechos anglosajones".
● Violencia y Genocidio: Ambos sistemas han recurrido a la violencia extrema y al genocidio como herramientas para alcanzar y mantener el poder. El comunismo bajo Lenin y Stalin y el nazismo bajo Hitler cometieron atrocidades en masa que incluyeron purgas, ejecuciones masivas y campos de concentración.
Arendt analiza el totalitarismo como una forma de gobierno que aniquila la pluralidad humana; Weil critica la deshumanización inherente a estos sistemas; Popper ve en ambos un historicismo que justifica la opresión; Weber y Reuth, en sus estudios específicos sobre Hitler y Goebbels respectivamente, subrayan cómo el nacionalsocialismo, a pesar de su discurso nacionalista, compartía con el comunismo una profunda antipatía hacia la democracia y los derechos individuales, así como métodos estatales de planificación opresiva del Estado y la sociedad.
Juntos, estos pensadores argumentan que aunque el comunismo y el nazismo puedan diferir en sus enemigos y supuestos fines últimos, sus medios, estructura y efectos sobre la humanidad son alarmantemente similares en su desprecio por la libertad y la dignidad humana.
Dado que Musk y Weidel tienen razón, va siendo hora de que los socialistas de todos los partidos asuman que tienen a Hitler como un ascendiente. El reconocimiento del horror es el primer paso para poder llegar algún día a pedir perdón. Entonces, ya veremos si se lo damos.
