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Javier Ancín

Viva San Fermín

Si vienes a Pamplona, vístete de blanco y deja que la ciudad te absorba. La ciudad manda, eres de ella.

Durante el año, Pamplona es la ciudad más aburrida del mundo. Por mucho que te enseñen los cuatro planos de las gradas del Sadar, donde parece que aquí vamos dando brincos por las calles los lunes invernales, esta ciudad podría desaparecer en su propio silencio, engullida por su languidez extrema. Hasta que llega el día 6 de julio y vuelves a sacar la ropa blanca, la faja y el pañuelo rojo y descuelgas de la estantería el libro de Hemingway para volver a leer el arranque del capítulo 15: "A las doce del mediodía explotó la fiesta". Porque la fiesta explota, sale a la calle, se hace calle, se vive en ella. La fiesta se desborda. Revienta como un cohete. San Fermín es un exceso y por eso no a todos gusta. Un exceso de lo malo: suciedad, ruido, algún pesado que otro; pero también un exceso de lo bueno: amistad, humor, felicidad, concordia.

Para quien no lo conozca, San Fermín se parece más a la alegría de antes de una final de fútbol, el bullicio, el irse encontrando con otros, el abrazarse, el invitarse a algo de beber y comer, que a las celebraciones posteriores. Curiosamente lo que se celebra es el chupinazo, el momento en el que todo comienza, levantando la copa de campeones, y luego se va retrocediendo: semifinales, cuarto, octavos... hasta que el día 14 vas a casa a esperar el sorteo de la competición siguiente. San Fermín es darle la vuelta a la realidad, haciéndola desaparecer por unos días. Un reverso alocado donde los periódicos de Pamplona no cuentan noticias y las radios sólo ponen música. Olvídese de todo, viva sin angustias como siempre ha soñado y diviértase.

Pero no todo es locura porque, cuando parece que puedes perderte en esa espiral, las calles comienzan a barrerse y se monta el vallado. La vida se serena, a la fuerza, y se espera el prodigio.

El encierro es el momento más mágico que existe porque paradójicamente es el más cuerdo. Se calma el ambiente y amanece, con una serenidad fresca. Brilla contra los adoquines la luz del sol en la calle Mercaderes hasta la curva de la Estafeta. Nos volvemos más reales imaginando la carrera. Sin este momento todo sería el caos. Silencio… la calle vacía. Los corredores apelotonados entre la plaza del Ayuntamiento y la cuesta de Santo Domingo. Se canta a San Fermín, se invoca la protección de su capote, se siente y se palpita. Lo que asusta es la espera.

Cuando suenan las campanas en la iglesia de San Cernín a las ocho de la mañana, suena el cohete en los corrales y sale el toro para recordarte que eres mortal. Es el momento de más cordura, de más intensidad, cinco minutos en los que el drama siembra las calles para que nunca olvidemos que todo es provisional y que, en un segundo, un pitón pinchando en carne puede hacer que la vida cambie para siempre. La realidad a ras de suelo es angustiosa. No ves, sólo intuyes. Pasan los segundos, una vida en un minuto, saltas para buscar algo pero sólo sientes. Sabes que está ahí, cerca, que todo termina llegando, que los segundos se estiran pero no son eternos. Y se abre la calle y ves al toro, de frente, y todo desaparece. Estás solo, no hay nadie y corres, miras, corres, mides la distancia, miras y corres. ¿A qué juegas? A sobrevivir acercándote lo más posible a lo que nos mata. Corres guiado por tu instinto y por tus reflejos y por tu ausencia absoluta de locura. Hasta que pasa, te adelantan los cuernos y las pezuñas, desaceleras, te descubres entero, palpándote, y te retiras para que la fiesta siga. Yo ya he cumplido, devolviendo la razón a la ciudad para que la vaya perdiendo de nuevo durante el día.

Si vienes a Pamplona, vístete de blanco y deja que la ciudad te absorba. La ciudad manda, eres de ella. No existe nadie ni de aquí ni de allí, y quien quiera adueñarse de la riada de personas fracasa. Anúdate un pañuelo rojo al cuello y dejarás de ser autóctono o forastero, simplemente serás, y estarás. Y vivirás desaforado, entre drama y drama matinal. A la vida se viene a vivir, y durante nueve días esta ciudad te multiplica la existencia por años. Felices fiestas de San Fermín.

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