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Amando de Miguel

Un progreso disparatado

No siempre se produce el avance deseado.

El modelo fue, siempre, el progreso técnico (que ahorita dicen "tecnológico"). Significaba que, al evolucionar las máquinas, los productos eran crecientemente accesibles y, por tanto, más baratos. Compárese el esplendoroso automóvil Hispano Suiza, destinado a los potentados, con el sencillo Seat 600, y eso que todavía este era caro para los sueldos españoles de la época desarrollista. Sin embargo, esa ley ya no se cumple. Los coches de la última generación son cada vez más complejos y caros. Los más típicos son los híbridos. Es un curioso adjetivo, que indicaba algo sospechoso o despectivo, al ser un animal procreado por dos individuos de distinta raza o especie. Pero los coches híbridos son, para nosotros, el no va más, lo insuperable. No importa que sean más caros que los de combustión y, al final, más contaminantes, por los metales raros que contienen. Un mecánico de pueblo podía arreglar fácilmente cualquier avería de un 600. Hoy, ante un híbrido, debe dirigirse antes a la casa matriz o a un taller homologado. Es más, la fabricación de coches híbridos o eléctricos va a ser subvencionada generosamente por el Gobierno, a través de la gran repartija de los fondos europeos.

La fábula de los coches híbridos se puede extender a otros muchos aspectos de la vida colectiva actual, transida por el progreso. No siempre se produce el avance deseado. Una ilustración: la técnica del cine ha avanzado prodigiosamente. No obstante, las grandes películas de la época del cine en blanco y negro no han logrado ser superadas. Las películas del siglo XXI mantienen la música de fondo al tiempo de los diálogos, lo que dificulta su comprensión. Además, a los directores hodiernos les ha dado por filmar con poca luz, lo que lleva a cansinas escenas tenebrosas. Pero, sobre todo, los argumentos se hacen confusos, pierden verosimilitud. En definitiva, no es progreso todo lo que reluce.

Tampoco la televisión actual, como tendencia, mejora la del pasado en blanco y negro. Un ejemplo doméstico: no hay forma de que el programa La Clave, de José Luis Balbín, de hace 40 años, encuentre hoy una réplica apetecible. Hay algunas tertulias divertidas, pero suelen ser un guirigay.

El actual sistema de cita previa (bastaría decir "cita") para conseguir la asistencia de cualquier servicio público no puede consignarse como un progreso. En la práctica supone una inmensa pérdida de tiempo para los funcionarios o profesionales y para los usuarios o clientes. El hecho de que los contactos de las citas previas se establezcan con un robot o similar puede que ahorre muchos costes a la oficina correspondiente, pero lleva a una general ineficiencia del servicio.

Claro está que en la vida actual se detectan algunos progresos. Es el caso, por ejemplo, de la distribución de todo tipo de bienes por empresas de mensajeros, paquetería o como se llamen. Han sido una solución inteligentísima en tiempos de pandemia, en los que se restringe la movilidad de las personas. Los pedidos pueden hacerse, con toda facilidad, a través de los teléfonos móviles o equivalentes. Por cierto, esos artilugios de comunicación han sido el mejor invento de nuestro tiempo, aunque tampoco se note una bajada de precio de tales cachivaches.

Lo más escandaloso es que, ahora mismo, el precio del kilovatio es el más caro de las últimas décadas, o al menos esa es la impresión que les queda a los usuarios, que somos todos. Es un efecto económico que a los profanos nos resulta incomprensible.

Me he referido al capítulo del progreso técnico, el más sencillo de alcanzar. El progreso moral es mucho más difícil de conseguir. Baste indicar el inmenso retroceso que supone aceptar la ley de memoria histórica (o democrática" para mayor inri), auspiciada por los Gobiernos socialistas. Es un gigantesco atentado contra la libertad de pensamiento. De menor cuantía, pero en el mismo sentido del retroceso moral, es la aceptación de esa tontería del lenguaje inclusivo, impuesto por los colectivos feministas o sexistas, tan atosigantes. Me dicen que en algunos ambientes internacionales ya no se puede saludar al público con la fórmula tradicional de "señoras y señores" (ladies and gentlemen). Por lo visto, esa denominación binaria atenta contra las hordas del arco iris, que son los bárbaros de nuestro tiempo.

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