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Nostalgia del pueblo

Va siendo hora de rescatar los aspectos valiosos que se asimilan al pueblo en cuanto representación humana de una nación.

No me refiero a los recuerdos y añoranzas de los habitantes de las ciudades respecto al pueblo o pequeña localidad de nacimiento o de donde son originarios. Sucede que, en español, la voz pueblo es rotundamente polisémica. No solo alude a una localidad de tamaño menor, idealmente situada en un ambiente rural. A su vez, el pueblo no es solo el vecindario, sino el conjunto de los edificios y otros elementos físicos de esa concentración humana. Pueblo es, también, el conjunto de habitantes de una nación o de una misma raza (palabra, hoy, vitanda), etnia o corriente espiritual. Puede aludir, asimismo, a los individuos de un ambiente modesto o rústico. Recuérdese la expresión nostálgica y enaltecedora de "pan de pueblo".

Interesa sobremanera el término de pueblo como sujeto político o, también, como destinatario de las medidas de su Gobierno, al que mantiene con los impuestos. Resuena el acrónimo con mayor peso histórico: SPQR (Senatus Populusque Romanus, el Senado y el Pueblo de Roma de común acuerdo). Los primeros cristianos tradujeron así el lábaro de los emperadores romanos: Salva Populum Quam Redemisti (salva al pueblo que redimiste). La referencia al famoso acrónimo romano nos sirve para solicitar una mayor atención a los actuales contribuyentes del erario, como sujetos activos que son de las democracias.

La noción política de pueblo se acopla muy bien a la evolución de los textos constitucionales de diversos países. En el preámbulo de la actual Constitución, de 1978, se proclama que "las Cortes aprueban y el pueblo español ratifica" el texto que sigue. En el artículo 66 se declara que "las Cortes Generales representan al pueblo español". Sin embargo, a lo largo de la minuciosa Carta Magna no se alude más a ese eminente sujeto colectivo. En su lugar, se habla reiteradamente de "los españoles" o "los ciudadanos". En la práctica política de estas cuatro décadas de democracia, ha ido cuajando el abstracto de ciudadanía, aunque sin ninguna trascendencia jurídica. Llama la atención que las alusiones al "pueblo español" hayan sido tan discretas, casi oscurecidas. No hay que extrañarse de tal fenómeno, pues la expresión "pueblo español" suena hoy desafortunada para la mentalidad progresista, que es la prevalente.

Nótese que el partido conservador más destacado se apellida "popular". Eso hace que la referencia implícita al "pueblo español" se haga partidista. Es más, en España y otros países, durante los últimos tiempos, se ha impuesto el sentido más ideológico de populismo. Se aplica a los movimientos políticos con intensa movilización de masas, exaltadora de las virtudes colectivas de la nación, incorporadas en ciertas figuras carismáticas. Nos aproximamos, pues, a los movimientos nacionalistas, sean los del catolicismo político o de los regímenes autoritarios (desde los fascismos a ciertas formas de culto a la nación). Las democracias que presumen de serlo se contaminan con muchos elementos del autoritarismo.

En definitiva, los populismos de nuestro tiempo se muestran como una especie de caricatura o degeneración de los movimientos populares de antaño. Va siendo hora de rescatar los aspectos valiosos que se asimilan al pueblo en cuanto representación humana de una nación. Es un empeño, más que nada, cultural.

La operación de hacer valer las buenas virtudes del pueblo debe alejarse de los polos seculares de la demagogia y del elitismo. Por desgracia, son los que dibujan el eje sobre el que giran los sistemas políticos de nuestro tiempo.

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