
La frase es peligrosa porque está cargada de malentendidos. Es una frase que seguimos diciendo, sólo que ahora los cobardes miramos hacia los lados antes de hacerlo por si además de ser machistas, o gordófobos, o terraplanistas, pecamos sin querer de no saberlo. En la vida uno tiene permitido ser cualquier cosa, lo que se le ocurra, hasta lo que no es pero otros le etiquetan, siempre que se sepa siéndolo y conozca en qué ocasiones esconderlo. Lo contrario roza la mala educación, pero peor que eso es perder el hilo, así que mejor volvemos a la frase. La última vez que pensé en ella fue hace unos días, tras varias horas de escuchar a una chica increpando tanto a un camarero que se me hizo difícil discernir si a lo que tenía fobia era a la carne poco hecha o a la gente que trabaja con bandejas. La frase se me vino entonces de improviso, tan rápido que por poco ni la pienso. Pero lo hice: "No eres tan guapa para ser tan gilipollas", dije en alto; y al instante comprendí todo lo que está mal en este mundo.
La escena me recordó inevitablemente a aquello otro que soltó Michael Robinson en un programa de Ilustres ignorantes: "Que yo era gilipollas lo descubrí bastante pronto, pero como jugaba bien al fútbol, daba igual". Y aunque él se refería a su nivel de inteligencia y no a sus carencias sociales, la cosa en realidad iba de lo mismo.
La chica del otro día considera que quienes decimos cosas como esas tenemos una concepción del mundo equivocada. Y yo creo que tiene razón, pero no por lo que piensa. Ella sospecha que valoramos demasiado cuestiones intrascendentes y arbitrarias, nimiedades que no dependen de nosotros como la belleza o el talento innato. Cosas subjetivas, además, cambiantes como el tiempo y detestables porque permiten que a alguna gente se le exija más que a otra. "Prefiero ser calva y pesar trescientos kilos que ser anoréxica y que sólo se me acerquen por mis tetas", me contestó; y yo solo pude replicarle que igual de superficial me parece quien salta a reivindicar algo tan insustancial como la fealdad, en lugar de arrepentirse por haber sido gilipollas.
Es una curiosa trampa, ciertamente. La frase "no eres tan guapo para ser tan gilipollas" dice tanto de quien la piensa como de quien se enfada si la escucha por creerla heterobásica. Pero, al final del día, las personas que decimos cosas como esa tenemos una concepción del mundo equivocada por una razón bien diferente. Lo que nos pasa, intuyo yo, es que vivimos como si fuésemos guionistas de Hollywood. Y concebimos que en la vida debe existir una especie de compensación cósmica, algo que iguale los talentos y nos equipare a todos en el tablón humano de virtudes y defectos. Miramos a un guapo y pensamos que con esa cara debe ser un gilipollas. A los listos los imaginamos soberbios. A los extrovertidos les cuantificamos los cadáveres que deben tener enterrados en algún jardín comunitario… Y así hasta llegar a quienes parecen haber sido brutalmente golpeados por la suerte —y por un bate, si juzgamos sus facciones—. A esos sólo nos los podemos representar como la bondad hecha persona, así que tiene bastante sentido que nuestro universo se resquebraje si descubrimos que no tienen por qué serlo. Los que decimos cosas como las que yo dije hace unos días caminamos por la vida como si la vida fuese el instituto de una serie americana, pero pocas veces reparamos en que el chaval aquel que en nuestra clase lo tenía todo, ese que era guapo, listo, bueno y carismático, ahora además es rico y felicísimo.
Las personas que decimos frases como esa entendemos que la realidad debería ser igualitaria. No solemos preocuparnos por que sea justa, pues la justicia nos exigiría ponernos a la altura de nosotros mismos, que siempre cuesta más que actuar simplemente como gilipollas.
