
"Las diez de la noche. Estoy sentado solo en la trastienda. Todos ya se han acostado…la tinta es mala, se difumina en el papel, y la pluma lo araña como un buen arado… Todo me impide trabajar… Pero tengo que llenar el diario, cueste lo que cueste". Con estas líneas, escritas en el año 1940, el joven Ivan Khripunov, un campesino del sur de Rusia, plasmaba su obsesión, que estaba siendo frustrada por el régimen comunista de Stalin.
Khripunov tenía solo 17 años cuando escribió aquellas palabras y, como cualquier otro adolescente, tenía el sueño de convertirse en escritor. Desde los 14 llenaba cuadernos con apuntes, reflexiones y relatos de su vida en un entorno hostil, marcado por la hambruna, la represión y la incertidumbre de una dictadura. "Pienso en mi futura gran obra literaria, en la que muestro mi vida y doy una descripción completa de la sociedad contemporánea", confesó poco antes de ser reclutado por el Ejército Rojo. En 1942 fue dado por desaparecido, y su diario quedó como un testimonio único de lo que significaba ser joven en la Unión Soviética de Stalin.
Lo que la historia olvidó
Los cuadernos de Khripunov forman parte de una colección de 25 diarios inéditos escritos por adolescentes soviéticos entre 1930 y 1941. Estos textos han sido analizados y publicados en la revista académica Slavic Review por Ekaterina Zadirko, investigadora de la Universidad de Cambridge, quien los describe como "una de las fuentes más perspicaces para explorar la muy flexible naturaleza de la subjetividad soviética".
"Estos jóvenes no conocieron otro mundo más allá del soviético", explica Zadirko. "Vivían bajo una enorme presión: se esperaba que construyeran el futuro socialista, pero al mismo tiempo carecían de modelos claros. Los diarios eran un refugio, un lugar donde podían expresarse sin censura".
En sus páginas, los adolescentes combinaban anhelos literarios con emociones reprimidas, historias de hambre y reflexiones sobre el amor, un tema casi intolerable en la dictadura comunista. De hecho, Khripunov lo definió así en 1941: "En el extranjero el amor es la principal meta de la vida…Para nosotros, el amor es secundario. Lo más importante es el trabajo común. Me enamoré de una chica, pero ella no me correspondió".
Hambre, amor y guerra
Los escritos de estos diarios son, en muchos casos, estremecedoras. Khripunov narró sin rodeos el hambre de su familia durante la hambruna de 1932 y 1933: "La hambruna no estalló por una mala cosecha, sino porque nos arrebataron todos los cultivos… Sin pan, pasamos hambre. Empezamos a salir al campo a cazar ratas para comérnoslas". Aquella sinceridad, que rompía con las narrativas oficiales, nunca fue concebida por él como un acto político o de rebeldía en contra del régimen, sino como un ejercicio de verdad y una reflexión personal.
Otros diarios, como el de Vasilii Trushkin, un joven campesino exiliado en Siberia, revelan el despertar del deseo en un mundo en el que estos placeres eran percibidos como impuros. "¡Es tan placentero sentir la cercanía de una mujer amada! Del vaso sagrado, cantado por muchos poetas, bebí con avidez el placer", expresó cuando tan solo tenía 18 años.
Sergei Argirovskii, otro de los jóvenes que escribía en su diario, reflejaba la ansiedad existencial: "Los exámenes no deberían definir la vida, ¿verdad? ¿Pero qué es la vida verdadera? Tomemos como ejemplo a mis padres: viven y trabajan con el sudor de su frente. ¿Acaso eso es la vida? Si es así, que Dios me perdone. ¿Acaso la verdadera vida está en el ejército, en la guerra, en el frente?".
La literatura, la salvación de muchos
La escritura era, para muchos de ellos, una vía de escape y, al mismo tiempo, una aspiración de vida. "La cultura soviética ofrecía héroes casi inalcanzables, como pilotos o exploradores polares, pero ser escritor parecía algo posible", sostiene Zadirko. En sus cuadernos, los adolescentes imitaban a Máximo Gorki o Tolstói, experimentaban con poemas y relatos, y se autodenominaban a sí mismos como aprendices de autores.
Sin embargo, sus voces quedaron silenciadas por un régimen autoritario del cual muy pocos pudieron salir intactos. La mayoría de estos jóvenes vio sus diarios interrumpidos por la guerra. "La guerra nos convierte en adultos", anotó Khripunov en 1941, poco antes de su partida al frente, del cual, desgraciadamente, nunca pudo regresar.
Ganas de comerse el mundo
Para la investigadora, estos diarios son mucho más que simples confidencias juveniles: "Nos permiten ver cómo los adolescentes soviéticos intentaban forjar su identidad en medio de un sistema que no les dejaba espacio para la duda o el error. No eran ni disidentes ni creyentes ciegos, eran algo más complejo: seres humanos buscando sentido".
Hoy, esos cuadernos se han convertido en cápsulas del tiempo, relatos que convergen entre la inocencia de los adolescentes y la tragedia, entre sus pensamientos esperanzadores sobre el amor y el final de sus cortas vidas.


