En un momento histórico marcado por implantes neuronales, algoritmos que deciden por nosotros y multimillonarios que fantasean con vencer a la muerte, Cuello de botella, la novela debut de María Dillon, irrumpe como una advertencia con aroma a futuro cercano. La autora, galardonada con el I Premio de Novela Joven LEER SUMA de la Fundación José Manuel Lara, plantea un mundo en el que la vida eterna ya no es un sueño: es un sistema de control.
La obra sitúa al lector en una ciudad donde los habitantes saltan de cuerpo en cuerpo gracias a microchips implantados en el cráneo, convertidos en meras "carcasas" sin memoria propia. Un mecanismo que permite en la ficción borrar recuerdos, reiniciar identidades y mantener una civilización bajo control total. "La idea era que existiese una sociedad en la que las mentes saltasen de cuerpo en cuerpo, y estos microchips justifican cómo eliminar sus recuerdos y empezar de cero", explica Dillon.
Un planteamiento inquietante que conecta inevitablemente con la actualidad tecnológica. La autora reconoce que imaginó esta mecánica antes de que se anunciara la implantación de un chip cerebral en humanos, pero la coincidencia la sobrecogió: "Si Elon Musk ya ha implantado microchips en personas, de ahí a descargar personalidades… por poder, quién sabe".
Vida eterna: ¿avance o amenaza?
En la novela, los fundadores del nuevo mundo justifican su experimento forzando un "cuello de botella" demográfico: reducen la población mundial y aíslan a un grupo de supervivientes para "salvar" a la humanidad. Una idea que Dillon relaciona con episodios reales de la historia, como el drástico descenso poblacional ocurrido en el Pleistoceno.
Pero lo que realmente inquieta es el trasfondo: la búsqueda de la inmortalidad como herramienta de poder. La autora no oculta su preocupación ante la posibilidad de que las tecnologías reales sigan caminos parecidos. "Me da miedo que quienes tonteen con la vida eterna sean precisamente perfiles que buscan sociedades muy controladas", afirma en referencia a figuras actuales. Y apunta a un riesgo más profundo: "Si de repente somos inmortales, ¿quién va a poder permitirse esa inmortalidad y para qué la va a usar?".
Del control de los cuerpos al control de la identidad
La distopía de Dillon no se queda en la ciencia ficción especulativa; dialoga de forma directa con los dilemas contemporáneos. La novela plantea un universo donde la tecnología controla cuerpos, pensamientos y recuerdos. Un paralelismo que la autora vincula con la saturación informativa y el "scroll infinito" que define nuestra vida digital.
"Si tu conocimiento se limita a vídeos que no te dicen nada, tendrás menos información y, en mi opinión, menos libertad", advierte, conectando su obra con la influencia real de algoritmos, redes sociales y sistemas que moldean nuestra identidad sin que lo percibamos.
Cultura, lectura y el temor a un futuro automatizado
En un tiempo en el que la inteligencia artificial genera arte, imágenes, textos y hasta voces, Dillon confiesa sentirse inquieta por la deriva cultural: "Me aterra que la IA pueda suplantar la creatividad, y que nos traguemos todo sin juzgar su calidad". Para ella, la literatura y la cultura siguen siendo la última defensa frente a sociedades donde la identidad se diluye.
Y es que uno de los ejes centrales de Cuello de botella es la pérdida de memoria colectiva, un reflejo extremo de lo que ya sucede cuando los algoritmos deciden qué vemos, qué pensamos o qué conocemos.
¿De qué debemos tener miedo?
La autora lo tiene claro. "¿Temer a la tecnología o temer al ser humano?", se pregunta al final de la entrevista. Su respuesta no deja lugar a dudas: "Temer al ser humano, a lo que pueda hacer el ser humano con la tecnología".
En un mundo donde los sueños de inmortalidad dejan de ser fantasía para convertirse en proyectos empresariales y donde los chips cerebrales son ya una realidad emergente, la distopía de Dillon actúa como un espejo incómodo. Un recordatorio de que la cuestión no es si la humanidad está lista para dejar de morir, sino si está preparada para sobrevivir a lo que podría venir después.

