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El lento asesinato del Arte: la descolonización o tratar de convertir a Goya en un antitaurino

Los asesinos del Arte tratan de transformar los Museos en centros de "diálogo" y "mediación". Por supuesto, "diversos" e "inclusivos". Para ello desplazan las grandes obras de artistas blancos, heterosexuales occidentales.

Los asesinos del Arte tratan de transformar los Museos en centros de "diálogo" y "mediación". Por supuesto, "diversos" e "inclusivos". Para ello desplazan las grandes obras de artistas blancos, heterosexuales occidentales.
Exposición del Reina Sofía 'Esperpento. Arte popular y revolución estética, 2024' | Museo Reina Sofía

Los filósofos llevan dos mil quinientos años tratando de asesinar a los artistas. Desde Platón en Atenas, que propuso aniquilarlos físicamente, a Arthur C. Danto en Nueva York, que decretó enfáticamente el fin del Arte, gran parte de los teóricos del arte han tratado desesperadamente de que los artistas o bien dejen de hacer arte, o bien lo conviertan en panfletos pseudofilosóficos, cuando no indigestas proclamas políticas. Como los artistas no suelen leer mucha filosofía permanecían indiferentes a las amenazas hegelianas de muerte del Arte y las profecías foucaultianas sobre la muerte del Autor. Como suelen ser unos vivos, los artistas sorteaban con humor y diligencia el cementerio al que los enfilaban los pensadores.

Últimamente, fueron los filósofos posmodernos los que se disfrazaron de artistas para tratar de convencerlos de que dejaran de hacer pinturas con sentido, películas poderosas, esculturas interesantes, música emocionante. Los simulacros de artistas con veleidades filosóficas llenaron los museos de basura, literalmente hablando, que sistemáticamente era barrida por los mejores aliados de los verdaderos artistas: el personal de limpieza. Algunos hicieron acciones ridículas, como subirse durante horas a las paredes para simular que eran estatuas, en un desesperado intento de llamar la atención y tratar de convencer al personal de que cualquiera podría ser artista. Los más espabilados, que se dieron cuenta de que Papá Estado paga muy bien a los traidores del arte, se encasquetaron un sombrero permanentemente, pusieron cara de Buster Keaton y pagaron a un crítico o un galerista para que adornase sus chorradas con una jerga alambicada, oscura y estúpida que hacían pasar por la Crítica del juicio de Kant.

"La descolonización del arte"

Sin embargo, los artistas seguían a sus cosas armados de lápices, óleos y ahora ordenadores, así que enviaron a una tropa de politólogos a los museos para tratar de convencerlos de que sus antepasados habían sido el brazo artístico de un satánico poder colonialista y racista que habían practicado una especie de magia negra con los pueblos oprimidos en forma de "extractivismo" y "apropiacionismo". Ya que no podían destruir las obras de arte, ni siquiera los nazis y los comunistas se atrevieron a tanto, se trataba de destruir la fama, la leyenda y el aura que rodeaba a los héroes del Arte. De esta forma, Duchamp ha sido cancelado por presuntamente robar el urinario que le hizo pasar a la historia del arte a una dama; Picasso ha sido puesto en la picota por machista y acosador; Gauguin, por tres cuartos de todo lo anterior. Velázquez, esclavista. Goya, taurófilo. Caravaggio, un asesino.

Lo llaman "La descolonización del arte", pero en realidad no es sino la aplicación en el campo de la cultura de las teorías de la "justicia social" y "racial crítica", es decir, de la versión del marxismo pasado por Gramsci que trata de colonizar las instituciones culturales con mensajes políticos de izquierda. Los comisarios culturales se convierten así en comisarios políticos al servicio del "socialismo del siglo XXI". Casos paradigmáticos de colonización socialista de instituciones culturales son los museos Reina Sofía y Thyssen, convertidos en centros de propaganda del indigenismo, la cancelación woke, el victimismo y la occidentalfobia.

El foco del ataque antioccidental por parte de este neomarxismo cultural es el pensamiento universal con pretensiones de objetividad del paradigma ilustrado. Kant, Hume y, en general, los ilustrados que creían en los derechos humanos y los universales de la especie más allá de las diferencias culturales, son los enemigos de los que pretenden hacer del nihilismo deconstructivista y el resentimiento indigenista la guía de actuación de los museos y las instituciones culturales. La herramienta fundamental de estos enemigos de Occidente es la "deconstrucción", el arma intelectual que patentó el filósofo nazi Martin Heidegger para desmontar la civilización fundada en el Logos, en la Razón, para poner en su lugar el movimiento basado en la Raza, la Sangre, la Tierra y la Voluntad. Este paradigma irracionalista ha sido asumido en los últimos años por la extrema izquierda filosófica que ha descubierto en Ser y tiempo del pensador alemán la piedra de toque de sus esperanzas de aniquilación del paradigma liberal. Ya que han constatado que no han podido acabar con los artistas mediante el asesinato político metafórico o literal (véase Shostakovich, Mandelstam, Ajmátova, Prokófiev…), se trata de convertir los museos en núcleos irradiadores de propaganda y lavados de cerebro, de manera que el arte no sea contemplado respecto a sus propios valores estéticos, sino subordinado a la agenda ideológico del politólogo de turno disfrazado de indígena y víctima, abanderando siempre lo que denunció Robert Hughes como la muy rentable "cultura de la queja".

El Prado trató de convertir a Goya en un antitaurino

Por supuesto, una especial labor de "deconstrucción" y "decolonización" se aplica al caso de los artistas españoles, empeñados en enraizarse en una tradición ajena, y, por tanto, considerada enemiga, de la hegemónica anglosajona.

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Grabado de Francisco de Goya

Un caso especialmente grave de mentira goebbelsiana aplicada al campo artístico sucedió cuando el Museo del Prado trató de convertir a Goya en un antitaurino, con los funcionarios, conservadores y comisarios del museo más español convertidos en empleados del Ministerio de la Verdad de 1984 de Orwell. Por supuesto, fue un inglés, Nigel Glendinning, el que trasladó al pintor español su visión anglosajona sobre la Fiesta, tergiversando desde su sesgo anglosajón el significado de los grabados de Goya sobre las corridas de toros. Estos prejuicios anglosajones fueron comprados entusiastas por los expertos del Prado que defendieron que la serie de grabados sobre la Tauromaquia resultan "ambiguos hasta provocar la duda sobre la posición de Goya acerca de las corridas de toros". Como no les cuadra para su reducido y simplista marco de referencia "progre" que un afrancesado e ilustrado artista como Goya pueda ser taurófilo, desfiguran su obra. A este paso, "Elegía por Ignacio Sánchez Mejías" de Federico García Lorca terminará por ser interpretado como una denuncia del espectáculo taurino. Seguramente a estas alturas algún profesor de la Universidad de Texas o Delaware lo habrá defendido.

Los asesinos del Arte tratan de transformar los Museos en centros de "diálogo" y "mediación". Por supuesto, "diversos" e "inclusivos". Para ello desplazan las grandes obras de artistas blancos, heterosexuales, occidentales (en su mente desquiciada y enferma todo ello es equivalente a colonialista, depredador y explotador) por medianías a los que reducen a sus atributos de raza, procedencia o sexo. No olvidemos que en el Prado insistieron en que Goya además de antitaurino también era homosexual, un freudiano intento de salvar para el nuevo Museo políticamente correcto al autor de La maja desnuda y Ligereza y atrevimiento de Juanito Apiñaniz en la plaza de Madrid.

Sin embargo, da igual. Si sacan el gran arte de los museos para exponer las últimas ocurrencias del penúltimo patán posmoderno o las deposiciones narcisistas de la más celebrada víctima de su propia imaginación bipolar, los artistas auténticos expondrán en las calles, colgarán sus obras en las farolas y se acercarán a los museos oficiales únicamente para orinar en sus muros, convertidos por los politólogos y los comisarios políticos en contenedores de basura con perspectiva de género, racializada y deconstruida.

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