El Museo del Prado recurre a Ana Belén como símbolo de concordia en su vídeo institucional
La artista interpreta "España, camisa blanca de mi esperanza" a capela frente a ‘Las Meninas’ de Velázquez.
El Museo del Prado ha elegido despedir el año con un gesto tan simbólico como previsible: un vídeo protagonizado por Ana Belén, donde la artista interpreta a capela la canción "España, camisa blanca de mi esperanza". Una elección que, lejos de sorprender, encaja perfectamente en ese marco de la cultura oficialista que tanto gusta de mezclar arte, ideología y una buena dosis de autopromoción.
La canción, compuesta por Víctor Manuel en 1981 a partir de versos de Blas de Otero, ha sido el telón de fondo perfecto para una Ana Belén que, vestida con un llamativo abrigo rojo –un símbolo que no pasa desapercibido–, posa frente a Las Meninas de Velázquez. Según ha informado el propio museo, la actuación fue grabada el pasado 27 de noviembre y requirió únicamente tres tomas para quedar finalizada. Eso sí, acompañada de un making of que no escatima en detalles: maquillaje, luces, retoques y todo el despliegue técnico necesario para garantizar que la imagen proyectada sea impecable. Porque si algo ha demostrado Ana Belén a lo largo de su carrera es que domina a la perfección el arte de la puesta en escena.
De Lavapiés a Chamartín
Nadie puede negar que Ana Belén es una artista de talento, pero tampoco que su imagen pública siempre ha estado marcada por una dualidad difícil de ignorar: la de una "izquierda caviar" que habla de compromiso social mientras disfruta de una vida alejada de cualquier atisbo de precariedad. Criada en un entorno humilde en Lavapiés, Ana Belén ha sabido ascender hasta lo más alto, estableciendo su residencia en zonas tan exclusivas como Chamartín, donde comparte un lujoso piso con su inseparable Víctor Manuel.
Esta dualidad también se percibe en su discurso y en su capacidad para mantenerse siempre en el foco mediático en los momentos clave. La artista, que siempre ha sido un rostro habitual de la cultura subvencionada, ha sabido capitalizar su imagen en cada una de sus apariciones públicas, como demuestra esta actuación en el Museo del Prado.
El Prado bate récords
El Museo del Prado cierra este año con una cifra histórica: más de 3,5 millones de visitantes, un récord que supera los datos del año anterior. Sin embargo, la elección de Ana Belén para cerrar este ciclo deja un regusto amargo para muchos. La pinacoteca, símbolo del patrimonio cultural español, parece haber caído una vez más en esa dinámica tan habitual donde el arte se utiliza como altavoz de un discurso ideológico muy concreto.
El vídeo, acompañado de su correspondiente dosis de glamour y solemnidad, ha sido recibido con opiniones divididas en redes sociales. Para algunos, se trata de un homenaje emotivo y necesario; para otros, una operación de imagen más en la larga lista de apariciones cuidadosamente planificadas de Ana Belén, especialmente ahora que tiene en el horizonte una nueva gira, "MÁS D ANA", y su regreso al cine con la película Islas, una coproducción hispano-argentina.
Entre la cultura y la autopromoción
El espectáculo ofrecido en el Prado no puede desligarse del contexto en el que se produce. A nadie se le escapa que el nombre de Ana Belén sigue siendo una marca rentable, capaz de llenar titulares y garantizar visibilidad tanto para ella como para las instituciones que la acogen. Pero más allá de la cuidada puesta en escena y los elogios de sus círculos afines, lo cierto es que este tipo de actos refuerzan una sensación de agotamiento: la de una cultura institucionalizada que parece incapaz de mirar más allá de los mismos nombres de siempre.
Al final, lo que queda es la imagen de una Ana Belén envuelta en rojo, enmarcada por uno de los museos más importantes del mundo, y con la voz perfectamente afinada. Pero también queda la impresión de que, una vez más, el Museo del Prado ha preferido jugar sobre seguro, apostando por una figura que, aunque icónica, pertenece a una élite cultural donde los mensajes de igualdad y justicia social suelen sonar huecos cuando se pronuncian desde la comodidad del lujo y la exclusividad.
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