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Santiago Navajas

Robin el Histriónico

Una lástima, porque entraba Williams en una edad en la que los actores cómicos alcanzan una densidad trágica superior.

No sé exactamente en qué momento se convirtió histrión en un término despectivo. Sin embargo, los cuatro usos que recoge el DRAE son descriptivos y laudatorios: 1) actor teatral; 2) persona que se expresa con afectación o exageración propia de un actor teatral; 3) hombre que representaba disfrazado en la comedia o tragedia antigua; 4) prestigitador, acróbata o cualquier otra persona que divertía al público con sus disfraces. El caso es que, cuando juntes todas ellas en una sola persona, el primer nombre que posiblemente te venga a la cabeza sea el de Robin Williams, actor que hizo de la exageración, la risa y el disfraz una seña de identidad. Al menos es lo que me ocurre a mí desde que lo vi en una pantalla por primera vez gritando "Good morning, Vietnam!". Fue en la extraordinaria, efervescente y divertida de la década de los 80, y se iniciaba un período de éxito de público y crítica para Williams que culminaría con el Oscar en 1997 por su papel de psicólogo divertido por fuera, destrozado por dentro en El indomable Will Hunting; un papel que, junto al de profesor en El Club de los Poetas Muertos, marcó el perfil de lo que tiene que ser un loquero y un maestro ejemplares para las siguientes generaciones. Estas dos interpretaciones marcan su toque personal, una sensibilidad a flor de piel, una pureza adornada con una mezcla original de fragilidad de flor y autenticidad de diamante, envuelta siempre en un irónico sentido del humor que lo salva de cualquier atisbo de pedantería y esnobismo.

Capaz de meterse en la piel de una mujer (Señora Doubtfire, papá de por vida, 1993), en la senda de José Luis López Vázquez y Dustin Hoffman, con la misma facilidad que en la de un robot (El hombre bicentenario, 1999), como Arnold Schwarzenegger y Haley Joel Osment, Robin Williams era sobre todo famoso por su pasión por la comedia disparatada y veloz, como en Jumanji (1995), y su capacidad para transmitir todo tipo de emociones y matices poniendo su voz al servicio de dibujos animados como Aladdin (1992). Sin embargo, las apariciones que prefiero de él se dan en películas raras, en las que al principio uno diría que no pega un actor de su perfil más famoso, pero que sin embargo demuestran su interés por no quedarse encasillado en papeles optimistas, glamurosos y divertidos. Quizás también porque quería hacer salir esa zona oscura de su personalidad que se manifestaba en su relación con las mujeres y las drogas. En cualquier caso, El agente secreto (1996) se recordará sobre todo por esa última secuencia en la que Williams avanza siniestro y fanático a empujones y contracorriente entre la multitud. Y en Insomnio (2002) daba vida a un asesino empeñado en matar a las personas que fotografiaba, una confirmación de que al hacerte una foto se te arranca el alma. Precisamente en esta película su personaje, Walter Finch, explicaba la voluntad homicida al detective interpretado por Al Pacino con estas palabras:

La vida es muy importante, ¿cómo coño puede ser tan frágil?

Que es, más o menos, lo que nos preguntamos nosotros hoy al enterarnos del fallecimiento de Williams en su casa de Tiburón (California). Una lástima, porque entraba Williams en una edad en la que los actores cómicos alcanzan una densidad trágica superior. Y Williams tenía la polifacética capacidad de interpretar al desquiciado rey Lear de Shakespeare como al irónico y despistado Sócrates de Las nubes de Aristófanes. Nos seguiremos emocionando y riendo contigo, Robin. En la más íntima secuencia de El indomable Will Hunting, Matt Damon, un cani tocapelotas y aprendiz de genio matemático, interpreta un cuadro que ha pintado el psicólogo que interpreta Williams en el que se ve a un hombre solitario remando en mitad de una tormenta. En ese momento, Williams coge a Damon del cuello y amenaza con partírselo si no se deja de chorradas psicoanalíticas. Con una intensidad que nos hace sospechar que quizás había llegado Damon a tocar alguna fibra sensible no de su personaje, sino del propio Williams. Los profesores seguirán enseñando el valor de la poesía a sus alumnos poniéndoles en clase la vibrante secuencia en la que el profesor Keating despedía a los tuyos por seguir fiel a unas ideas mientras le recitaban a Walt Whitman.

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