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José Bódalo, en el centenario de su nacimiento

Salía a veces a escena con un pinganillo para seguir los partidos del Real Madrid.

Salía a veces a escena con un pinganillo para seguir los partidos del Real Madrid.
José Bódalo, actor. | Archivo

Hace pocos días el programa de la 2 dedicado al cine español emitía Volver a empezar, la premiada película del Oscar de José Luis Garci. La escena más emotiva reunió a dos espléndidos actores, Antonio Ferrandis y José Bódalo. El primero, en su personaje de catedrático de Literatura en San Francisco comunica a su viejo amigo de Gijón el estado de salud y éste, leyendo el diagnóstico, lo corrobora en su papel de médico. Unos pocos gestos sirven para patentizar su dolor e impotencia ante el drama de su paisano. Antológica secuencia que mereció el día del estreno de la película –me hallaba presente- una sonada ovación de los espectadores. Si José Bódalo no estuviera ya consagrado como grandísimo actor, aquella interpretación le hubiera servido para serlo. Pero es que fueron muchísimas las ocasiones en las que lució su talento, en la pantalla, en el teatro y en la televisión donde, por ejemplo, lo recordamos en su inolvidable presencia en Doce hombres sin piedad que, todavía en los tiempos del blanco y negro, dirigió maravillosamente Gustavo Pérez Puig, al punto que se considera fue el mejor Estudio 1 de la historia de TVE.

'Doce hombres sin piedad' (1957). | Fotograma

Ahora, este 24 de marzo se cumple el centenario del nacimiento de José Bódalo, efeméride que justifica con toda justicia que nos ocupemos, siquiera brevemente, de esta gran figura. Hijo de un buen actor y director, llamado como él, y de la gran estrella Eugenia Zúffoli, quien no sólo destacó en el teatro dramático y la comedia sino en la zarzuela y la revista musical, donde mostraba también su atractivo físico. La venida al mundo de José sucedió en Córdoba (Argentina), durante una gira teatral de sus progenitores. Resolvió ser médico. Él mismo me refirió lo siguiente:

Llegué a estudiar tres cursos de Medicina, y del cuarto no me examiné porque por entonces yo alternaba la carrera con mis primeras colaboraciones en Radio Caracas. Nada interfirieron mis padres en ninguna de mis dos aficiones, pero elegí finalmente ser actor, sin que ello significara nunca sentirme frustrado por no haber sido médico.

Ocho mil programas hizo en la radio desde 1939 hasta 1946; en este último año debutó en la compañía de sus padres, quienes continuaban residiendo en la capital venezolana, hasta que, al año siguiente regresaron a Madrid, donde José Bódalo se presentó como galán con La enemiga, de Darío Nicodemi. "Pero como no siempre podíamos representar papeles de madre e hijo –me contaba- me fui de la compañía". Y en adelante se dedicó más al cine, aunque no quedó muy satisfecho de sus apariciones desde finales de la década de los 40 hasta comienzo de los 60, periodo del que me recordó como una de sus mejores intervenciones la de la película de José Luis Sáenz de Heredia El grano de mostaza. ¿Por qué dejó el cine tiempo después? "Porque empezaron a encasillarme en papeles de "malo" y a mí, eso me cansaba, me quitaba ilusión". Ya era, por otra parte, primer actor del Teatro Nacional María Guerrero, donde estrenó, entre otras, la primera función de Antonio Gala, Los verdes campos del Edén: un exitazo. Y también, dentro de un variado muestrario escénico: Romance de lobos, de Valle-Inclán; Misericordia, de Pérez Galdós; El círculo de tiza caucasiano, de Bertolt Brecht; El concierto de San Ovidio y El sueño de la razón (donde encarnaba a Francisco de Goya), de Buero Vallejo…

El fútbol, su otra pasión

Daba muy bien, físicamente, José Bódalo, convenientemente caracterizado, con el personaje del pintor de Fuendetodos. A primera vista, parecía ser un hombre malhumorado, cuando en verdad respondía a todo lo contrario. Su mayor pasión, al margen de su trabajo, era el fútbol. Si retransmitían algún encuentro de su equipo, el Real Madrid, se las componía para aligerar la función e irse deprisa y corriendo a seguir por televisión las incidencias del partido. Llegó a decirse que alguna vez se sirvió de un pinganillo para, en el mismo escenario, sin olvidarse una frase de la representación, estar al tanto de cómo iba la jornada futbolera.

Casado con Alicia Fernández, que le dio dos hijas, tuvo la alegría de que una de ellas fuera apadrinada por su gran amigo, el jugador merengue Héctor Rial. Un día, gajes de su oficio tan sacrificado, pasó por un amargo trance, que el actor me contó llevándome desde su camarín hasta el centro del escenario del María Guerrero: "Aquí mismo tuve que salir a actuar a las siete en punto de la tarde, como todos los días. Sólo que esa tarde, a las seis menos veinte, mi padre acababa de morir". Se me puso un nudo en la garganta en aquel momento de nuestra conversación, al igual que a él, lógicamente. Acerca de su carácter, me confiaba esto: "Soy sincero, extravertido, natural, nada callado, hablo con todo aquel que se me acerca por la calle. Y cuando salgo a escena doy todo lo que puedo y aguanto la gripe, el dolor, lo que sea, con tal de no suspender jamás una función".

Un acontecimiento destacado lo protagonizó en septiembre de 1968 cuando reaparecieron juntos, su madre y él, en el madrileño teatro Maravillas, con la comedia de André Roussin Los huevos del avestruz, donde Eugenia Zúffoli hizo de suegra teatral de su verdadero hijo. Hacía diecisiete años que no coincidían en una obra, ella ya entonces en los estertores de su larga y triunfal carrera artística. Ya no volvieron a hacerlo nunca más. Bódalo, por aquella época, llevaba tres temporadas sin pisar un escenario, más dedicado a la televisión y al cine, aunque en este último medio no encontrara papeles acorde con su categoría, obligado incluso a rodar penosos westerns en Almería. Fue José Luis Garci quien verdaderamente le ofreció sus mejores oportunidades en la pantalla, en El crack (1981) e inmediatamente después Volver a empezar. A sus órdenes, también Sesión continua, de 1984, su penúltimo filme. Le pregunté al actor si algún vez pensó en un epitafio a la hora de irse de este mundo y negándome tal posibilidad sí que me comentó lo que le gustaría dijeran sobre él cuando no existiera: "Fue un hombre honrado, que cumplió con su profesión e hizo todo lo posible por no hacer daño".

Su último trabajo fue para Televisión Española, la comedia musical Luna de miel en El Cairo. El último día de grabación se despidió de sus compañeros anunciándoles que iba a operarse de un forúnculo. Ciertamente, fue intervenido quirúrgicamente de ello. Pocos meses después, el 24 de julio de 1985, fallecía en su domicilio madrileño a la edad de sesenta y ocho años. Procuraba eludir la fecha de su nacimiento: "De eso no hablo ni con mi mujer, como tampoco con nadie sobre dinero, asunto que dejo para los inspectores de Hacienda, y tampoco acerca de mis ideas políticas", me dijo un día.

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