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Juan Manuel González

Crítica: 'El ritmo de la venganza', con Blake Lively

Ambientada en parte en Madrid, El ritmo de la venganza es una suficiente película de acción de los productores de James Bond.

Llama la atención la presencia de la factoría Eon tras esta El ritmo de la venganza. No por suponer un giro importante respecto a su legado principal, la saga Bond casi al completo (de hecho, no lo supone en absoluto) sino por la escasez de su producción al margen del legado del mítico agente secreto. Resulta comprensible por qué la productora independiente regida con mano maestra por Barbara Broccoli y Michael G. Wilson, casi un modelo de empresa familiar, se ha sentido atraída por esta adaptación de la novela de Mark Burnell, a la sazón también guionista: la confección de una heroína que actúa de espía doble en tiempos de movimientos populistas como Me Too y otras reivindicaciones. Una Bond femenina, si quieren (aunque más bien sería una Jason Bourne, a tenor de los resultados).

Al margen de ese escalofrío de satisfacción que supone encontrar a Eon tras la película (al menos para algunos: es de suponer que al resto le de rematadamente igual) la película dirigida por Reed Morano, responsable de El cuento de la criada y experta directora de fotografía, funciona razonablemente bien durante una importante sección de su metraje gracias a la actuación de su protagonista, Blake Lively. La actriz vuelve a entregarse en un film de género como es esta El ritmo de la venganza, y eso duplica las simpatías que pueda generar esta película convencional, eficaz, pero que sufre de un defecto capital: la trama se viene abajo en los últimos minutos debido a la incapacidad del guión y la dirección de dotar de interés su "twist" final.

Durante sus dos primeros actos y hasta ese desmayo inexplicable, El Ritmo de la Venganza se esfuerza en aportar cierta psicología a su protagonista, una joven que pierde a su familia en un accidente de avión que resulta ser un atentado. La dosis de conspiración no va más allá del cliché, pero la cámara en mano cogotera típica de Morano cumple su cometido y todo se disfruta como una Nikita adaptada a los nuevos tiempos, en el que una mujer se sobrepone al patronazgo de dos hombres (por suerte interpretados por dos actores igualmente notables como Jude Law y Sterling K. Brown) sin dar la chapa en discursos sociales que podrían resultar efímeros. Lively no es que ayude, sino que remata ella misma esa fórmula de prospección moral y psicológica con acción en una interpretación que está muy por encima de ese guión que, lamentablemente, se viene abajo en sus abruptos, torpes minutos finales. El resto no es ni más, ni tampoco menos que una mezcla de Venganza con Jason Bourne (obviamos la referencia a Nikita, se da por supuesta) con una actriz superdotada y a la espera de un adecuado reconocimiento.

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