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50 sombras de Ray

Ray Liotta ha muerto a los 67 años mientras rodaba en República Dominicana.

Ray Liotta ha muerto a los 67 años mientras rodaba en República Dominicana.
Ray Liotta. | Cordon Press

Tras pelearse con decenas de papeles secundarios, Ray Liotta murió como uno debe morir, durmiendo en la República Dominicana. Estaba trabajando, sumido en uno más de los rodajes que ha seguido afrontando de continuo desde su gran bautizo en el estrellato con Uno de los nuestros.

La mirada turbia pero rota de Ray Liotta, uno de esos actores que siempre han estado ahí (aunque no tanto como Gene Hackman) definió el tipo de roles de gran carácter que afrontar. Pese a su pinta de crooner -hizo de Sinatra en una película- eso le dificultó dar el salto a la categoría de gran estrella, que solo recorrió -probablemente con cierta incomodidad- en alguna etapa culminante.

Su vida tiene algo de película. Criado entre la clase obrera de Nueva Jersey, esa sobredosis de carácter le dio autenticidad a todo lo que hizo en Hollywood. A los diez se enteró que era adoptado, más tarde contrató a un detective privado y en el 2000 pudo conocer a su madre biológica, descubriendo sus raíces irlandesas y de paso a más de media decena de hermanos suyos.

Liotta parecía destinado a aquello que remató a lo largo de varias década de carrera, villanos con grietas de luz y héroes con enormes vetas de oscuridad. Y entremedias, personajes fracasados y aplastados por la vida que encuentran la manera de resurgir, quizá por última vez, o de por fin perecer en el intento. Sin maniqueísmos, Liotta hizo su agosto con la moda de los psicópatas de los noventa (venía curtido con Algo Salvaje), los mafiosos (puso voz a Tommy Vercetti en Grand Theft Auto), y ocasionalmente hasta se hizo cargo de papeles celestiales como el de Joe Jackson, esa especie de Babe Ruth que le tiene un par de cosas que solucionar a Kevin Costner en Campo de sueños.

Ojo a lo que hizo en Copland, donde robaba la película entera a un plantel de estrellas con uno de esos losers americanos que ocasionalmente bordaba. Y es que también podía hacer de policía, corrupto o, a veces, no: en películas corales como el terror de Identity lo bordaba, acababa siendo el actor que el espectador recordaba en un papel que, por cierto, demostraba que podía ser el héroe (como en Escape de Absolom) y no el psicópata. En Hannibal era un burócrata que cedía ante un psicópata de verdad y se dejó todo al descubierto protagonizando uno de los planos más impactantes del cine de los dos mil.

En años en los que la gran industria no le sintonizaba, Ray Liotta tenia el suficiente nombre y agallas para darle caché a películas de serie B de variado género o incluso utilizar su poderosa voz para parodiarse a sí mismo. Uno de esos ladrillos de la industria que sabía que acabarían volviendo a él, cosa que acababa ocurriendo. Nos gusta pensar que ha marchado así, como deberíamos marcharnos todos, sin avisar y mientras soñaba.

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