
Ya desde sus primeros compases esta tercera parte de las aventuras del Hombre Hormiga juega a contrastar géneros. A una introducción más oscura y repleta de dramatismo, protagonizada por dos actores que más tarde no encontrarán dificultad alguna en adueñarse de toda la función, Michelle Pfeiffer y Jonathan Majors, se suma después un aderezo cómico a cargo de Paul Rudd para conectar la nueva ficción de Marvel (la número 31 del MCU y la primera en la denominada Fase 5) con todo lo demás que ha ocurrido antes y lo que vendrá después. Es el augurio de algo que se cumple: Rudd está aquí totalmente desconectado de la situación, y no porque el comienzo haya sido concebido como un gag. El actor parece haber asumido ser el invitado en su propia película en una tercera parte donde se plantean los cimientos de la nueva amenaza cósmica que tratará de unificar de nuevo el proyecto del productor Kevin Feige.
Quantumania sume a la familia de Scott Lang y Hope Van Dyme, junto a los padres de ella, en el mundo cuántico del que creían haberse liberado. La película se desarrollará casi íntegramente en este lugar extraño que sirve a la película para rendir un indisimulado guiño a la ciencia ficción más clásica de los 50, a los relatos espaciales de Edgar Rice Burroughs y sí, al cómic aventurero Marvel más clásico. Esto convierte a la película en automáticamente mejor que recientes intentonas de comedia irónica (Thor: Love and Thunder del insoportable Taika Waititi) y drama trascendente (Wakanda Forever de Ryan Coogler) y eso ya es digno de aplauso.
Lo que no lo es tanto, a estas alturas, es la absoluta desconexión de los personajes con las situaciones en las que viven y entre ellos mismos. Quantumania es una película rodada toda en una pantalla verde que cree que el humor debe ser en todo momento autoconsciente, no fruto de la interacción de los personajes, además de absolutamente impersonal en todos y cada uno de los estratos que componen su producción: la fotografía de un profesional como Bill Pope es genérica, como lo es también la banda sonora de Christophe Beck así como el guion y el montaje de todas sus secuencias. Criticar una película Marvel por su falta de independencia es una labor inútil, pero la experiencia de visionar un filme donde confluyen talentos como esos y los de Bill Murray, Michelle Pfeiffer, Michael Douglas y otros debería significar algo más que un competente filme de marca registrada.
Si hace unos años aplaudíamos cómo Marvel retorcía géneros tradicionales para enriquecer su creciente mitología, Quantumania es solo un correcto film en el que, sin embargo, los géneros precedentes y talentos implicados parecen más bien ponerse al servicio de la vampirización de mitos, de una fábrica de películas conectadas. Ant-Man parece aquí un héroe desdibujado, algo que al menos permite que Pfeiffer y Majors se adueñen, como decíamos, de la totalidad de la película. Quizá todo esto es la constatación de algo que tenia que pasar: una vez se populariza el milagro del superhéroe, una vez literalmente todos los personajes en pantalla o cualquier secundario puede hacerse un traje de superhéroe en el garaje, hay algo que se pierde; el milagro y la emoción desaparecen. Ant-Man y la Avispa: Quantumania tiene un aroma a película sci-fi antigua que agrada y enriquece, y desde luego proporciona el entretenimiento que necesitamos, pero es una obra tan carente de aristas que provoca cierta indiferencia. Solo ese chistoso comentario de Michael Douglas sobre el socialismo de las hormigas nos saca de esa sensación.
