Puede que esta nueva versión de las aventuras sentimentales de Don Juan sea pertinente en tiempos de cuestionamiento de identidad masculina, pero el arquetipo de seductor español sin duda ha tenido encarnaciones más vivas. No es culpa de Tahar Rahim, su protagonista, ni desde luego de Virginie Efira, cuya fotogenia compensa, disfrazada de varias mujeres, la planicie pretenciosa y sin atmósfera de la película de Serge Bozon.
Mezclando música y drama, el director pone a Don Juan frente al espejo en multitud de planos. El múltiple juego de reflejos con el que se le suele ubicar en el escenario casi teatral de la película así lo refrenda. Pero ni es un recurso sutil ni tampoco uno que valga para defender una película pretenciosa que, en realidad, tampoco está arriesgando un ápice.
Los números musicales son pobres, el juego post-moderno en el que el actor se refleja en su propio personaje durante una representación de Don Juan, sin duda rinde homenaje a la mitología del arquetipo, pero no deja de ser un guiño nostálgico más que poético. Si Bozon trataba de reflejar la imposibilidad de distinguir entra la obra y la realidad, la verdad última es que al final solo confunde al espectador en una película aburrida y solo momentáneamente expresiva gracias a los rostros de sus protagonistas.