
La arquetípica trama policiaca de búsqueda del culpable, o si quieren el misterio del cuarto cerrado, admite mil variantes más o menos corrosivas. Medusa Deluxe, exhibida en la sección oficial de Sitges, está ambientada en un concurso de peluquería y pese a la sátira de ciertos vicios actuales, no se distancia demasiado de lo que inspiraría a una Agatha Christie.
La película del debutante Thomas Hardiman hace gala de un reparto coral bastante notable y, desde luego, un despliegue visual y fotográfico que ya quisieran para sí experiencias de alto presupuesto con el mismo género. Es una doble lástima, por tanto, que la resolución del misterio resulte menos apasionante de lo que debería.
Es un absoluto placer ver cómo la cámara del director de fotografía Robbie Ryan sigue a su reparto por las nocturnas instalaciones de un edificio de oficinas, explotando lo kitsch (ese punto Almodovariano) y lo siniestro-industrial, pero al margen del ejercicio de steadycam y la verdadera clase de construcción de un espacio narrativo laberíntico, Medusa Deluxe resulta frustrante y desmotivada.
La pulsión que mueve el relato, al margen de interrelacionar entre sí su extensa galería de personajes mediante un ejercicio de travelling y toma única impresionante, no resulta interesante o dramático más allá de las sensaciones que otorga ese decorado entre absurdo y angustioso. El sentido del humor negro y el comentario en tiempo real de las apariencias y la moda no resulta especialmente articulado, y ese aspecto visual sobresaliente se desvirtúa. Resulta, en todo caso, loable como Hardiman es capaz -y esa era probablemente su intención- de mantener esta estructura bien codificada del whodunit sobre la nada más absoluta. Eso sí, la lección hubiera resultado redonda si sus corruptos personajes hubieran tenido algo que decir.
