
El cine ayuda a comprender al hombre por encima de ideologías. Y profundamente política como puede ser El buen italiano, que ya desde su título español ahonda en las tortuosas y lúdicas derivas identitarias de ese país, se trata de una película que puede provocar cortocircuitos en fetichistas políticos de corto alcance. Relato de la misión de un submarino fascista italiano en la Segunda Guerra Mundial y de un acto de bondad fascista que pasó a la historia, la película de Edoardo de Angelis se erige como una versión vital y a la vez nihilista de otro clásico europeo del cine bélico bajo el agua, la recordada El submarino de Wolfgang Petersen.
Si los futuristas de las vanguardias italianas fallecieron en la guerra que tanto les fascinaba por su belleza y velocidad, la decisión del comandante de submarino Cappellini (Pierfrancesco Favino) se inserta en un relato evocador y artístico que combina secuencias de acción con monólogos poéticos e imágenes enfáticas, incluso eróticas, que entroncan con esa imagen de lo italiano volcada por Sorrentino en La gran belleza. Un tono onírico y recargado que a veces parece una cinemática de videojuego (como si éstos ya no fueran una narrativa que mira de tú a tú a las demás) que privilegia los silencios y busca crear un equilibrio entre lo decadente y lo vital de una manera netamente italiana.
De estructura un tanto incidental y episódica durante gran parte del metraje, algo que sin duda acabará de estomagar a sus detractores, a El buen italiano se le podría reprochar que retrasa lo máximo posible el rescate de los marineros enemigos, eludiendo algunos de los conflictos morales y humanos de mezclar las dos tripulaciones y por tanto la dialéctica entre ambos grupos. Se trata, visto con cierta distancia, de la mejor decisión que podía tomar su director Edoardo de Angelis, que sintetiza una película en tiempos de narrativa serializada y alargada, de esas que ves mientras planchas la ropa mientras sus personajes hablan y hablan. Lo hace dedicando minutos a la ética de su comandante y los pequeños y grandes episodios de la vida de un lobo de mar, mostrando tras las frases grandilocuentes y temibles la ética íntima y la justicia poética incluso dentro del bando fascista. Una decisión atrevida que imaginamos causará urticaria pero que ayuda a El buen italiano a mantenerse como una buena película de submarinos con una mirada contradictoria y afectuosa -y estéticamente enfática, esto es Italia- a su contexto histórico.

