
El éxito de El hombre invisible animó a Universal a entregar otro de los monstruos de su legendaria galería, el de este Hombre Lobo, a Leigh Whannell y la factoría Blumhouse, que acapara el género de terror en su vertiente más comercial con sus películas de presupuesto limitado. Si la primera acertó de pleno al adoptar el punto de vista de la pareja del susodicho, permitiendo abrir el thriller a una historia sobre el acoso, la aquí presente sirve a Whannell, creador de las sagas Saw e Insidious antes de su salto a la dirección, para abrir una nueva conversación sobre las contradicciones masculinas y el papel del hombre en la pareja y sociedad contemporánea. Un hombre lobo tan trágico y más vulnerable que nunca, pero con el mismo mal temperamento…
Una pena que la película de Whannell, a diferencia de El Hombre Invisible, luche también con una serie de contradicciones que impiden que las mismas buenas sensaciones de aquella salgan a la luz. El baño de realidad ha limitado el atractivo del monstruo, cuyo maquillaje y apariencia resulta solo en parte amenazante. Pero es el giro argumental (previsible, por otro lado) que sucede a bordo de un camión de mudanzas lo que convulsiona y precipita lo que hasta ese momento parecía un thriller de cocción más lenta, convirtiéndolo en una sucesión de situaciones de acoso doméstico que emborronan un tanto el resultado final. Que Leigh Whannell decidiera condensar (y hasta cierto punto condenar) su propuesta sobre el Hombre Lobo en solo una noche hace que el drama de los personajes encoja, convirtiendo la inevitable ruptura familiar y la transformación en un relato más inverosímil y menos fluido que el de una de las referencias del "body horror" que, evidentemente, maneja la película: La Mosca de Cronenberg.
Resulta, por tanto, un tanto frustrante, pues al margen de ese tejido conectivo que decide precipitar la película, ésta acierta de verdad en su planteamiento e incluso en la resolución de sus escenas, devolviendo un monstruo de fantasía a la realidad contemporánea con extraordinaria brillantez con una serie de aseveraciones sobre el monstruo interior e, incluso, las insalvables diferencias sociales que parecen separar a los dos amantes. El prólogo, que sirve para establecer el vínculo familiar y la naturaleza de enfermedad de la maldición, es aterrador; la banda sonora tremendamente romántica y atmosférica de Benjamin Wallfisch (It) añade glamour clásico al film, el diseño de sonido anticipa la transformación de manera inteligente... y el conjunto de metáforas y sugerencias del mismo queda perfectamente expresada y resulta contemporánea, válida y emocional, con un enorme compromiso del protagonista Christopher Abbott (algo peor está su compañera, Julia Garner). Hay más todavía, condensado en poco más de noventa minutos: la fotografía atmosférica crea una America atávica y rural tremendista, amenazante (una pena, por eso mismo, que el guion no acabe de aprovechar la idea de su contraste con el entorno urbano de Nueva York, donde parece pertenecer la esposa) y todo remata visualmente una serie B válida y emocional. Una que se ha quedado a apenas un mordisco de resultar brillante por su proceso de reducción dramática.

