
Un extraño polvo amarillo cubre primero los campos y luego las calles de la ciudad. Un polvo que parece estar detrás de un fenómeno sobrenatural: los asesinados están volviendo a la vida. Esta es la historia de La tempestad (Les tempêtes / Silent forms) que nos presenta a Nacer, un periodista argelino de 45 años que quedó viudo años atrás tras el asesinato a sangre fría de su esposa por parte de terroristas.
Tras una primera escena que hará que el espectador no entienda nada, lo hará más tarde, vemos que a este periodista le llama la atención unas extrañas tormentas de polvo amarillo que están cubriendo pequeñas localidades cercanas a Argel. Comenzará una investigación para dar sentido a lo que está pasando. Nadie parece tomarle en serio, salvo su hermano, Yacine, un médico traumatizado por la pérdida de una paciente. Un médico que no duerme bien porque los muertos no se lo permiten.
La película, presentada en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, cuenta con una premisa interesante que sin embargo su debutante directora, la franco-argelina Dania Reymond-Boughenou, no consigue llevar a buen puerto. Por momentos la trama se hace un tanto confusa. Conforme avanza la tormenta de polvo amarillo hacia la capital, los muertos vuelven a la vida, lo hacen de una forma desconcertantemente rutinaria, incorporándose incluso al día a día. Entre los que vuelven a la vida se encuentra Fajar, la mujer asesinada de nuestro protagonista Nacer.
Sin embargo, los momentos más confusos de la película, y que distraen la atención del espectador, son el idilio amoroso entre el hermano del protagonista, Yacine, y una estudiante. Una trama que no tiene nada que ver con el resto de la historia y que sólo sirve para romper el ritmo, en este caso para mal. Uno de los reclamos de la película es la actriz y cantante francesa Camélia Jordana en el papel de la mujer asesinada de Nacer.
La película combina el drama con la ciencia ficción y pide al espectador un esfuerzo extra en su tramo final para dar sentido a la historia. Quizás la directora peca de haberse movido en exceso para ese clímax final en la fantasía, en la metáfora, jugando con la ambigüedad de la línea que separa lo real de lo imaginario. Una película para espectadores exigentes que buscan cine de autor.

