
El guionista James Vanderbilt, uno de los principales encargados de blockbusters de la última década como The Amazing Spider-Man, Asalto al Poder, ha revelado en su faceta como director un no tan inesperado interés por los hechos reales. No en vano, fue el guionista de Zodiac, que contaba la carrera criminal del asesino del Zodiaco con un prisma marcadamente periodístico, y debutó en el largometraje como director en La Verdad, sobre un escándalo mediático relacionado con George W. Bush. En Nuremberg la temática está clara, pero no el punto de vista que proporciona el libro del periodista Jack El-Hai, que en El nazi y el psiquiatra contó la relación entre el segundo de Hitler, Hermann Göring, y el doctor norteamericano encargado de su análisis psicológico, Douglas Kelley.
Vanderbilt rebaja la investigación y los claroscuros de esa relación psicológica tortuosa entre Göring y Kelley, paradójicamente el centro del largometraje, y decide contar Nuremberg como si de un drama bélico se tratase. Una decisión que ahorra al espectador la pesadilla logística de los juicios y le permite convertir el thriller judicial en una operación de espionaje, con Kelley (Rami Malek) trabajando de espía doble, o triple, en base a los intereses del fiscal Robert H. Jackson (Michael Shannon), Göring (Russell Crowe, verdadero dueño de la película) y él mismo y sus presupuestos éticos.
La confianza de Vanderbilt en Crowe a la hora de retratar a un hombre orgulloso, evidentemente culpable pero, a la vez, amo y señor de los secretos de su conciencia, es absoluta. Y el australiano responde interpretando a Göring como un carismático héroe caído, afable, humano y digno, capaz de trasladar por sí solo la gran paradoja del film: es capaz de confraternizar con el espectador, luego todavía es un enemigo peligroso al que hay que hacer caer.
Falta profundidad en la investigación, falta estrechar lazos entre los personajes, pero a cambio obtenemos un drama histórico contado como un film bélico con todas las cualidades de solidez y clasicismo que se le presumiría a ambos géneros en su época dorada. Nuremberg no es un film especialmente brillante o profundo, pero sí uno tremendamente ameno, apasionado a su manera y capaz de introducir cierta ironía: consciente de su rareza en la cartelera actual, donde el modelo de blockbuster moderno cultivado por -precisamente- el mismo Vanderbilt como plumilla de los estudios, es el que ha triunfado desde hace tiempo, la aquí presente se saluda como una bienvenida y digna revisión de géneros caídos.

