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Pedro Fernández Barbadillo

Malvinas: la soberbia de los militares argentinos

No fue por petróleo, fue por política, y por política interna, no por equilibrios entre bloques en la Guerra Fría.

La guerra de las Malvinas no fue por petróleo, fue por política, y por política interna, no por equilibrios entre bloques en la Guerra Fría, o por una revancha hispana contra los anglosajones, o por anti-imperialismo.

En Occidente, casi toda la izquierda, gran parte de la derecha y hasta amplios sectores de los cleros cristianos ya sólo son capaces de interpretar los acontecimientos políticos e históricos en clave económica, como unos marxistas ramplones: todo se debe a los fabricantes de armas o al petróleo. Así, es común encontrar explicaciones sobre la guerra en Siria que se resumen que la OTAN quiere robar el petróleo sirio… cuando este desgraciado país sólo extraía un 0,5% de la producción mundial.

Una versión un poco más elaborada, pero también con base material, es la que explica el terrorismo islamista con el mal trato de los europeos a los musulmanes, de modo que "no ven otra salida que inmolarse", según un diputado de Podemos. La consecuencia es que la política, la religión, la ideología, el poder, la geopolítica y los sentimientos humanos desaparecen y toda actividad se limita a lo material.

El general Alexander Haig, secretario de Estado del presidente Ronald Reagan, que tuvo la misión de negociar con el dictador general Leopoldo Galtieri y la primera ministra Margaret Thatcher, aseguró (La Nación, 10-8-1997) que la decisión de la Junta argentina se debía a un asunto interno:

Muchos en la Casa Blanca creían que el problema no tenía nada que ver con el orgullo nacional, que todo estalló por el petróleo. Reagan a veces repetía eso. Es ironía, pero yo no creía en eso. Que tenía que ver con despertar el orgullo nacional y con otra cosa. La junta -Galtieri me lo dijo- nunca creyó que los británicos darían pelea. El creía que Occidente se había corrompido. Que los británicos no tenían Dios, que Estados Unidos se había corrompido.... Nunca lo pude convencer de que ellos no sólo iban a pelear, que además iban a ganar.

Respuesta a las protestas populares

La dictadura se implantó en Argentina en marzo de 1976, ante el caos del Gobierno peronista de Isabel Martínez, el terrorismo de los montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y el desastre económico. Incluso el minúsculo partido comunista argentino la recibió con alivio ante el riesgo de que se implante una de estilo chileno; luego recibió prebendas de la Junta.

Los militares aniquilaron a los terroristas de izquierdas (algunos de los cuales acabaron colaborando con la Junta y luego formaron parte de los Gobiernos de los Kirchner), mediante métodos brutales que en ocasiones se aplicaron a civiles inocentes. Los números de esta guerra, según recordó Horacio Vázquez Rial, son los siguientes: más de 9.000 desaparecidos (muy lejos de los 30.000 que se pretende) y 1.800 uniformados, junto con docenas de civiles, muertos en atentados terroristas, tiroteos, secuestros...

Sin embargo, el régimen, denominado Proceso de Reorganización Nacional, fue incapaz de reorganizar y estabilizar el país: hiperinflación, empobrecimiento, abandono de los grupos sociales que le habían respaldado, aislamiento internacional, etc.

Así empezó la oposición en las calles. El sindicato CGT, prohibido por la Junta, convocó para el 30 de marzo de 1982 la primera gran protesta contra la dictadura bajo el lema "paz, pan y trabajo".

Por eso, ante la creciente pérdida de legitimidad interna y para controlar la transición política, la Junta, formada por militares distintos de los que dieron el golpe de Estado de 1976, optó por recurrir al nacionalismo y la fuerza. La cúpula militar tenía planes para desarrollar un programa nuclear y expandirse a costa de sus vecinos. Ya en 1978, la Armada argentina estuvo a punto de atacar a la flota chilena por la disputa del canal de Beagle, que al final solucionó el arbitraje de Juan Pablo II.

El día-D

En marzo un grupo de obreros argentinos había desembarco en las deshabitadas islas de Georgias del Sur y mientras las autoridades británicas de Londres ordenaban al gobernador de las Malvinas su desalojo, el 26 de marzo los tres miembros de la Junta (el general Galtieri, el almirante Anaya y el brigadier Lami Dozo) aprobaron la conquista del archipiélago mediante una operación desarrollada la noche del 1 al 2 de abril.

Jorge Anaya, Leopoldo Galtieri Basilio y Lami Dozo. | Cordon Press
Revista 'Gente', 8 de mayo

Los militares planearon pésimamente la llamada Operación Rosario: escogieron una fecha inadecuada, antes del desmantelamiento anunciado del portaaviones Hermes y la entrega a Australia del Invincible, que luego formaron parte de la flota enviada al Atlántico Sur, y antes del terrible invierno austral. También estaban convencidos de que el Gobierno de Reagan, con quien colaboraban en Centroamérica contra los sandinistas nicaragüenses, persuadiría a Thatcher de negociar en serio en la ONU la descolonización de las islas, ocupadas por los ingleses en 1833.

La Junta no esperaba una guerra, por lo que no había elaborado una estrategia, ni acumulado armamento ni formado alianzas exteriores ni avisado siquiera a varios de los principales ministerios. El Gobierno británico, que partía de un principio inflexible, la recuperación de las Malvinas y las Georgias del Sur, se comportó con mucha más astucia.

Revista 'Gente'

Thatcher consiguió que Estados Unidos prefiriese la special relationship con el Reino Unido y prestarle apoyo logístico, con el riesgo de arrostrar las críticas de casi todos los países americanos. Reagan quería contar con ella y con Juan Pablo II en su lucha contra la URSS.

Londres aprovechó las baladronadas de los argentinos contra Chile para que la Junta militar de este país se convirtiese en un aliado discreto a través del general de la Fuerza Aérea Fernando Matthei. Los chilenos no sólo transmitían información sobre los movimientos militares de sus vecinos y acogían a comandos británicos, sino que además forzaron a Buenos Aires a mantener en los Andes las mejores unidades de montaña del Ejército argentino y enviar a las Malvinas a reclutas del norte del país.

Del Gobierno español de Leopoldo Calvo-Sotelo (UCD), centrado en ingresar en la OTAN (se consiguió el 30 de mayo de 1982, mientras las dos infanterías ya combatían en tierra) y en las Comunidades Económicas Europeas, Londres obtuvo la detención del comando argentino que pretendía destruir un buque en la colonia de Gibraltar y la abstención en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Un Westland Wessex en la Isla Ascensión en mayo de 1982. | Wikipedia

Apoyo a Argentina de Israel y Libia

A pesar de su improvisación y soberbia, los argentinos recibieron ayudas inesperadas: de Perú, gobernado por un civil, Fernando Belaúnde, de la Libia de Gadafi y del Israel de Mehanem Beguin. Perú desplazó su flota al sur para atraer a la chilena y vendió aviones a los argentinos; y Libia e Israel suministraron material bélico a la Junta.

También se dice que los Gobiernos de Venezuela (civil democristiano) y de Guatemala (dictadura militar) prepararon tropas de élite adiestradas en el combate contra las guerrillas para enviarlas a las Malvinas. De haberse podido trasladar, no está claro que habrían podido hacer los paracaidistas de estos países tropicales en un terreno donde las temperaturas eran bajo cero.

El informe que elaboró el teniente general Emilio Rottenbach después de la derrota enumeró los fallos cometidos por la Junta. Ésta pretendía "la ocupación de las Islas Malvinas (en la que murió el Capitán de Fragata Pedro Edgardo Giachino), con el propósito de encaminar favorablemente las negociaciones" con Londres, pero "concluyó en una escalada militar". La consecuencia fue, por parte argentina, "una serie de medidas irreflexivas y precipitadas" que convirtieron el resto de la campaña "en una aventura (sic) militar".

Unos jefes militares pueden no ser responsables de una derrota, salvo cuando ellos han escogido la guerra y hasta la fecha de ésta.

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