El Reino Unido declaró la guerra a Alemania el 3 de septiembre de 1939 a las 11. A esa hora expiraba el ultimátum dado a Alemania para que retirara las tropas que dos días antes habían comenzado a invadir Polonia; Francia declaró la guerra a las 15. Como Hitler no tenía la más mínima intención de renunciar a su conquista de nuevos territorios (lo que consideraba su espacio vital o Lebensraum),los Gobiernos francés y británico no tuvieron otra opción que honrar la promesa dada a la nación mártir el 6 de abril de 1939 de acudir en su ayuda si era atacada por Alemania. La declaración de guerra cayó como un rayo en Berlín, que confiaba en que Londres y París permanecerían inactivos, como lo habían estado cuando Hitler, contra el criterio de sus generales, remilitarizó la Renania (7 de marzo de 1936), se anexionó Austria (12 de marzo de 1938), se anexionó los Sudetes (10 de octubre de 1938), se anexionó Memel (23 de marzo de 1939) e invadió Bohemia y Moravia y las separó de lo poco que quedaba de Eslovaquia, despiezando así a la recién nacida Checoslovaquia (15 de marzo de 1939).
Hitler heredaba la doctrina estratégica asumida por el Estado Mayor alemán (Von Moltke el Viejoy Von Schlieffen) en anteriores conflictos, como la guerra franco-prusiana de 1870 y la I Guerra Mundial, entre 1914 y 1916, de no combatir nunca simultáneamente en dos frentes o, por lo menos, concentrar el mayor número posible de efectivos en un solo frente hasta derrotar al enemigo y, luego, dada la excelente movilidad interior en Alemania, volverse contra el segundo enemigo.
Así, Hitler terminó la conquista de Polonia en cinco semanas, consiguió eliminar el flanco oriental y se repartió Polonia (y otros territorios) con Stalin. La Unión Soviética se adueñaba de los territorios polacos al este de la Línea Curzon, la Polesia y la Volinia; Alemania recuperaba Prusia Occidental, Danzig y su corredor (que fue el pretexto para comenzar la guerra, a pesar de que el art. 98 del Tratado de Versalles de 16 de junio de 1919 permitía el tráfico ferroviario, telegráfico y telefónico a través del pasillo), la Posnania y la Alta Silesia polaca, dejando Polonia reducida a una zona llamada Gobierno General. Era difícil imaginar cómo Francia y el Reino Unido podían ayudar a quien le habían prometido asistencia en caso de agresión. Era impensable llevar tropas a través del Báltico (aunque ambos países desembarcaron tropas en Noruega para llegar, a través de Suecia, a Finlandia, atacada por el Ejército Rojo).
La inacción
Lo que sí podían hacer Francia y Gran Bretaña era ejercer presión sobre Alemania en el frente occidental, es decir atacando o ejerciendo presión sobre la Línea Sigfrido de modo que la Wehmarcht, que solo mantenía 23 divisiones en la frontera con Francia frente a las 115 desplegadas por Gamelin (comandante jefe del Ejército francés), tuviera que traer varias de las 70 divisiones que, repartidas entre dos grupos de ejército y en convergencia con las tropas soviéticas, arrasaban Polonia. Gamelin propuso atacar Alemania avanzando a través de Bélgica y de los Países Bajos (aunque eso suponía violar la neutralidad de los dos Estados y en todo caso enfrentarse a las defensas de la Línea Sigfrido, que protegía el territorio alemán desde las proximidades de la limítrofe Basilea –en Suiza– hasta Cleves, en la frontera con los Países Bajos). Pero no se le aceptó la propuesta y nada se hizo; en todo caso, para el 30 de octubre de 1939 la partición de Polonia entre nazis y bolcheviques se había completado, con lo que la oportunidad de ayudar a Polonia de manera efectiva había caducado. A partir de entonces Gamelin adoptó una actitud pasiva y desplegó casi todas sus tropas a lo largo de la Línea Maginot, formidable conjunto de fortines y casamatas en profundidad y puestos artillados que se extendía, una vez más, desde la fronteriza Basilea hasta Montmedy, en la frontera con Luxemburgo, siguiendo un curso paralelo al Rin y a la enemiga Línea Sigfrido. Es decir, cubría una línea por donde precisamente el Ejército alemán no pensaba atacar.
La Wehrmacht se proponía atacar en noviembre de 1939, siguiendo el plan de Von Schlieffen (atacar el norte de Francia a través de Bélgica) y respetando el consejo de Von Moltke el Viejo:¡por Dios, no descuidéis el ala derecha! Ello después de que Francia y el Reino Unido hubieran rechazado la oferta de paz hecha por Hitler en octubre, cuando ya Polonia estaba prácticamente sometida. Pero el mal tiempo y las dudas del Alto Mando de las Fuerzas Armadas (Oberkommando der Wehrmacht u OKW) retrasaron el comienzo de la ofensiva hasta la primavera de 1940. Luego, en abril, la invasión de Dinamarca y Noruega (Fall Weserübung), para asegurar el suministro del mineral de hierro sueco de Kiruna y de Gällivare a través del puerto noruego de Narvik, retrasó nuevamente el comienzo del ataque. Estaba previsto que el ataque comenzaría en los primeros días de abril. Entonces, el Grupo de Ejércitos B alemán (Von Bock) desencadenaría una ofensiva a través de los Países Bajos y Bélgica, tomaría la que se creía inexpugnable fortaleza belga de Eben-Emael (cercana a Mastrique, en el Limburgo neerlandés) y los puentes sobre el Canal Alberto para avanzar por la cuenca del bajo Mosa y las planicies de Namur; allí se enfrentaría al Ejército Belga (Van Straeten), pero también a la British Expeditionary Force (Gort) y al Primer Ejército francés (Blanchard), que debían avanzar desde la frontera franco belga hasta la línea fortificada K-W paralela al curso del Dyle.
El grupo de ejércitos franco-británico no había podido entrar en Bélgica desde su despliegue, el 10 de septiembre de 1939, para no violar la neutralidad belga –que los alemanes no iban a respetar (a pesar de haberla garantizado solemnemente el 13 de octubre de 1937), como no la habían respetado en la Primera Guerra, el 3 de agosto de 1914–. Y cuando los franco-británicos entraran lo harían ya tardíamente, avanzando hacia el Dyle; eso sí, contando con el refuerzo del no despreciable Ejército belga (600.000 hombres encuadrados en 22 divisiones). Se enfrentarían con los invasores alemanes de los Sexto y Decimoctavo Ejércitos (Von Reichenau y Von Klücher, respectivamente).
El cambio
Pero en una semana el OKW se vio obligado a modificar los planes y se acordó que el peso de la ofensiva se llevaría más al sur, por el Grupo de Ejércitos A (Von Rundstedt), integrado por los Ejércitos Cuarto (Von Kluge), Duodécimo (List), Decimosexto (Busch) y un Panzergruppe (Von Kleist), que atacaría por donde los aliados no esperaban: las Ardenas y el curso alto del Mosa.
¿Cómo se había cambiado a las Ardenas el eje principal del ataque alemán? El 10 de enero de 1940 un avión correo de la Luftwaffe perdió combustible en vuelo, tuvo que hacer un aterrizaje forzoso y capotó en una campa en Malinas del Mosa, en el Limburgo belga. El piloto, que había despegado de Münster y se dirigía a Colonia, se despistó por la niebla, confundió el Mosa con el Rin, y cuando tomó tierra descubrió que estaba en territorio belga. El incidente no habría tenido mayor importancia; Bélgica era país neutral, el piloto sería internado o, incluso, previa presentación de excusas por las autoridades alemanas, sería devuelto a su país. El problema era que a bordo del correo viajaba un comandante de paracaidistas, Reinberger, que portaba en su cartera los planes de la invasión de Bélgica y los Países Bajos, el Fall Gelb (Plan Amarillo). Reinberger no pudo deshacerse de los documentos pese a los repetidos intentos de prenderles fuego, y éstos cayeron en manos de dos guardias de fronteras, que los hicieron llegar al Estado Mayor belga.
El OKW no podía saber si los documentos habían sido destruidos; si no era así se corría el riesgo de que la ofensiva del Grupo de Ejércitos B fracasara, al poder belgas y holandeses (y en su momento los franco-británicos) prever los movimientos de los atacantes y frustrarlos. Entonces Von Manstein (jefe de Estado Mayor del Grupo de Ejércitos A y probablemente el mejor estratega alemán de toda la II Guerra Mundial) elaboró, en unión de Guderian (que mandaba el XIX Panzerkorps), un plan que consistía en lanzar el ataque a través de las Ardenas, región quebrada y boscosa situada entre el Luxemburgo belga y el Mosa, como eje principal de toda la ofensiva, mientras que el ataque simultáneo por Bélgica y Holanda, aún importante, tenía una función de apoyo. Se asignaron a Von Bock solo tres divisiones acorazadas y a Von Rundstedt, nueve acorazadas y tres motorizadas.
Guderian era el creador de la Blitzkrieg, la guerra relámpago, que consistía en lanzar una masa de carros de combate seguida de infantería motorizada y con el apoyo táctico de los bombarderos de picado, generalmente los Junker 87 Stuka y Henschel 123. Esa guerra se había practicado con éxito terrorífico (y criminal, pues se dirigía indiscriminadamente contra objetivos militares y civiles) en Polonia.
El concepto del arma acorazada, de la Panzerwaffe como elemento principal de ruptura a la que se subordinaban otras armas (reconocimiento, zapadores, artillería autopropulsada, etc.), había tenido gran aceptación en Alemania, no así en Francia ni en Gran Bretaña, donde se utilizaban los blindados repartidos entre las unidades de infantería, a modo de apoyo y de forma dispersa. Solo algunos militares británicos (Liddle Hart y Fuller) y un francés (De Gaulle) habían estudiado el tema y habían prevenido sobre el peligro que suponía la forma alemana de hacer la guerra. No se les hizo caso. Lo paradójico es que los carros blindados franceses no eran inferiores en armamento y blindaje a los Panzer (el Somua 35 montaba una pieza de 47 mm frente a la de 20 mm del Panzerkampfwagen II y a la de 37 mm del Panzerkampfwagen III); donde eran muy inferiores era en el entrenamiento, por falta de doctrina y de práctica, y en las comunicaciones entre los propios blindados (los franceses todavía operaban con banderolas) y con el mando (los alemanes tenían comunicación por radio entre los propios carros y con su aviación, que les prestaba apoyo táctico con 30 minutos de espera desde la llamada).
El ataque en el Oeste
Ya con el nuevo plan en la mano, y con el respaldo de Guderian, Von Manstein puenteó a sus superiores Von Rundstedt, Halder y Von Brauchitsch y consiguió presentar al propio Hitler lo que se llamó Operación Sichelschnitt (golpe de guadaña). Se articulaba así el segundo elemento de la trampa. El 10 de mayo de 1940, por fin, empezó la ofensiva a través de Luxemburgo, y el día 13 ya los zapadores de los XIX y XLI Panzerkorps (Guderian y Reinhardt, respectivamente) habían cruzado el Mosa a la altura de Sedán y Monthermé, a pesar de la inicialmente dura resistencia del Segundo Ejército francés (Huntziger). Más al norte, a la altura de Dinant, el XV Panzerkorps (Hoth) cruzó el río enfrente del Noveno Ejército francés (Corap). Desde esas tres cabezas de puente, con el auxilio de un devastador bombardeo en picado, surgió un veloz avance de los blindados que ni el Segundo ni el Noveno Ejércitos franceses pudieron contener.
Ni el Alto Mando francés ni los generales citados esperaban un ataque por las que creían impenetrables Ardenas (que por eso mismo no habían sido fortificadas). Los soldados franceses habían combatido con bravura pero aislados y con una absoluta ausencia de coordinación. La falta de comunicaciones impidió que los franceses supieran en cada momento hasta dónde habían llegado los invasores, la desconexión entre los Ejércitos belga y francés y entre los dos ejércitos franceses, en cuya juntura se introdujeron los Panzers, y la pobre actuación de la aviación francesa facilitaron el veloz avance de las divisiones alemanas: rotas las líneas del I Grupo de Ejércitos franco-británico (Billotte), los Panzers alcanzaron el día 16 Beaumont y Montcornet, el 18 Cambray y San Quintín, el 20 Amiens y Arras y el 21 Abbeville, en la desembocadura del Somme, en el Mar del Norte.
Los franco-británicos quedaban, así, aislados en Dunkerque, sin otra salida que el mar, y se cerraba la trampa. Sólo quedaba reducir la bolsa, lo cual hicieron simultáneamente Von Rundstedt, empujando desde el sur a lo largo de la costa del Canal, y Von Bock, desde el norte. Entonces, Churchill, que el 10 de mayo había sustituido a Chamberlain, decidió el día 20 aceptar la propuesta de Gort de repatriar la BEF, sin decir nada a los franceses; el Ejército belga, sin tampoco consultar a sus aliados, se rindió el día 28. El 22 de mayo Von Rundstedt tomó Boulogne y aisló Calais (que se rendiría el 27), el día 23 tomó Gravelinas y el 24 llegó al perímetro de Dunkerque, en el Flandes francés. A su derecha, Von Bock había llegado a la costa en Ostende, en el Flandes belga.
La mar por medio
¿Cómo pensaba Gort evacuar sus tropas? La BEF se articulaba en 10 divisiones encuadradas en tres cuerpos de ejército, con un total de 250.000 soldados y una inmensa cantidad de material móvil armamento y munición. Dunkerque era el único puerto que, por el momento, seguía en poder de los franco-británicos. Desde luego, el material móvil (fuera pesado o ligero) y la munición se daban por perdidos. Entonces el Alto Mando británico puso en marcha la Operation Dynamo (que dirigió el vicealmirante Ramsay desde los subterráneos fortificados del castillo de Dover), consistente en enviar a Dunkerque todas las embarcaciones militares y civiles que desde los puertos ingleses del Canal, de las Islas del Canal y del estuario del Támesis (Portsmouth, Ramsgate, Margate, Folkestone, St. Peters Port, St. Helier, Southend-on-Sea, Leigh-on-Sea, Sheerness, Hastings y, desde luego, Dover) pudieran alcanzar la costa francesa, donde se concentraban los restos de la BEF. Incluso desde Kingstown (Irlanda) llegaron dos ferries. Por la Royal Air Force se daría cobertura aérea a los barcos de guerra y a las embarcaciones civiles de todo tipo, no todas británicas. Tampoco quisieron colaborar todos en la operación: los pescadores de Brixham, Dartmouth, Southampton y Rye se negaron.
El 26 de mayo comenzó la evacuación, que el primer día permitió embarcar 7.669 hombres. El puerto de Dunkerque tenía dos espigones, uno al oeste y otro al este, larguísimos (1,6 km), de cemento y madera, que permitía atracar a los barcos de guerra (destructores, corbetas, dragaminas, minadores) de mayor calado. Además, existía a continuación y hacia el este una playa de 16 km a la que llegaban las embarcaciones de menor calado que, por su escasa borda, no podían abarloarse al espigón. Los ataques de la Luftwaffe produjeron numerosas bajas ametrallando la playa y los barcos de rescate. También destruyeron completamente los muelles, pero sin llegar a inutilizar el espigón. Los días siguientes continuó el accidentado embarque de tropas, que duraría hasta el 4 de junio, en que se dio por concluida la operación. La cantidad de soldados evacuados aumentó día a día (17.000, 47.000. 53.000, 68.000, etc.), así hasta el octavo día.
Antes, el 24 de mayo, Hitler había dado la orden de parar la ofensiva, que estaba ya a las puertas del perímetro de Dunkerque. Ello facilitó sin duda el progreso del reembarque. No existe una explicación clara para esta orden. De haber podido avanzar Guderian, Reinhardt y Hoth sobre la ciudad y el puerto, habrían copado, con un mínimo coste de bajas, todo lo que quedaba del I Grupo de Ejércitos franco-británico, incluida la BEF; se apunta a que el Führer temía que los blindados se hundieran en el terreno pantanoso de la costa, o que el ejército francés situado en la orilla izquierda del Somme lanzara un contraataque contra el flanco sur del Panzergruppe de Von Kleist; o a que necesitaba que todas las unidades de los Grupos de Ejército A y B iniciaran inmediatamente el Fall Rot (Plan Rojo), que llevaría a sus tropas a la línea del Aisne y a París (de hecho, los alemanes entrarían en la capital de Francia el 14 de junio de 1940, ¡solo mes y medio después del comienzo de la ofensiva!), a rodear la inútil Línea Maginot y a aniquilar a los restos del Ejército francés.
Otra explicación, ligada a las anteriores, era que el extravagante Göring, Reichsmarschall, ministro de Interior de Prusia, ministro del Aire y jefe supremo de la Luftwaffe (además de conspicuo morfinómano, diseñador de uniformes y depredador de obras de arte), ofreció a Hitler acabar con la bolsa enemiga con solo la aviación, ametrallando las playas y el espigón, y bombardeando los barcos, lo que solo en una pequeña parte pudo hacer, pues los Hurricane y Spitfire de la Royal Air Force se tomaban muy en serio lo de proteger a sus soldados y marinos (la RAF perdió 145 aviones pero causó a la Luftwaffe 156 bajas). También se ha buscado explicación en que Hitler pretendía ofrecer la paz a los británicos y creía que éstos aceptarían silenciar las armas si no eran obligados a una rendición humillante (que habría sido mayor que la que tendría lugar el 13 de febrero de 1942, en que 130.000 soldados británicos y australianos se rindieron ante los japoneses en Singapur).
El 27 de mayo el Führer levantó la orden y los Panzers avanzaron hacia el perímetro, pero el 28 nuevamente dio la orden de parar. Para cuando se reemprendió el avance ya no quedaban más que soldados franceses de la División 60 de Infantería (Teissere), que trataban de asegurar el perímetro. Por cierto, que Gort, que no se fiaba de los franceses y que nada les había dicho sobre la evacuación, había pedido que dos brigadas canadienses que estaban en Gran Bretaña fueran llevadas a Dunkerque ¡para que aseguraran el perímetro mientras los restos de la BEF se ponían a salvo! El general Mc Naughton, comandante en jefe del contingente canadiense, puso el grito en el cielo. Desde el Estatuto de Westminster (1921), Canadá, antiguo dominio, era un Estado soberano e independiente. Una cosa era que los británicos dejaran en la estacada a los franceses silenciando su propósito de volverse a Inglaterra y otra cosa era llamar a otros para que les sacaran las castañas del fuego mientras ellos escapaban. Eso ya era demasiado. La petición fue denegada por el Estado Mayor Imperial. Más de dos años más tarde, el 19 de agosto de 1942 la 2nd Canadian Infantry Division (Roberts) fue empleada como conejillo de Indias en el infausto desembarco de Dieppe (Operation Jubilee). Otro desastre. Fueron rechazados en menos de 6 horas por la 302. Infanterie Division (Haase) de guarnición en dicha plaza, que les causó 907 muertos, 586 heridos y les hizo 1.946 prisioneros.
En el puesto de mando de Ramsey, en Dover, la actividad era constante. Era necesario incautar y movilizar todas las embarcaciones: intervinieron 95 buques de guerra y 800 barcos privados británicos, franceses, belgas y holandeses, que acudirían al rescate, algunas con tripulaciones propias –pero que quedarían sujetas a la disciplina militar– y otras con tripulaciones de la Royal Navy Voluntary Reserve (Reserva Naval). Había que proveer con tablas de marea (en la primavera de 1940 la diferencia entre la pleamar y la bajamar en el este del Canal de la Mancha era de 5 metros) y con instrucciones precisas sobre las boyas del Canal y los bajíos de la costa de Dunkerque a todos los barcos que llegarían a ella, que tendrían que maniobrar entre ellos. Había que encauzar a los buques por alguna de las tres derrotas fijadas, lo que entrañaba recorrer 39, 55 u 87 millas náuticas, según uno de los canales estuviera o no más expuesto a las minas magnéticas o a la artillería alemana. Había que mantener una exacta y continua información meteorológica. Había que coordinarse con la RAF, cuyas tripulaciones no podrían mantenerse mucho tiempo sobre la costa francesa (20 minutos, al tener que volar 21 millas náuticas desde los aeródromos de Kent, y vuelta). Había que coordinar con la mayor exactitud posible a los barcos y a las tropas que esperaban en las playas o en el espigón, eso por medio del capitán de navío Tennant y su equipo de 160 marinos, en labor de enlaces de playa; esa necesidad de coordinación se extendía a la recepción en los muelles o embarcaderos de Dover, Ramsgate, Folkestone, Margate, etc., de los soldados británicos y franceses exhaustos, empapados, deshidratados y hambrientos, con sus necesidades de atención sanitaria y alimentación; serían necesarios 545 trenes para trasladar las tropas a sus acuartelamientos.
Mientras tanto, en la playa, el procedimiento de remar en bote hasta una embarcación de poco calado de las que podían acercarse era exasperantemente lento. Pero la evacuación empezó a mejorar cuando los buques de guerra empezaron a embarcar las tropas desde el espigón; conseguían embarcar 2.000 soldados cada hora. Cuando concluyó la operación, los barcos de la Royal Navy y de la Marine Nationale francesa (dirigida por el almirante Abrial, curiosamente sin comunicación ni coordinación con Ramsey), y los yates, ferries, lanchas rápidas de salvamento, gabarras, pinazas, remolcadores y barcos pesqueros habían conseguido reembarcar, según Harman, a 338.226 soldados británicos y franceses (250.000 desde el espigón, y el resto desde la playa; 200.000 en barcos de guerra, y el resto en embarcaciones privadas), bien que a costa de seis destructores que les fueron hundidos, los HMS Basilisk, HMS Grafton, HMS Grenade, HMS Havant, HMS Keith y HMS Wakeful y otros 20 buques de guerra de menor porte. También se perdieron los destructores franceses Jaguar, Bourrasque, Sirocco y Le Foudroyant.
El fin
Fue un desastre. Las calles de Dunkerque quedaron llenas de cadáveres. A la pérdida de los buques y a las inmensas pérdidas de vehículos y armamento (615 carros de combate, 1.754 piezas de artillería, 65.000 camiones y automóviles y 20.000 motocicletas) había que añadir lo principal, que en las poco más de tres semanas de ofensiva (desde el 10 de mayo hasta el 4 de junio) la BEF había perdido 68.000 soldados, entre muertos, heridos y prisioneros, ello sin contar los 5.000 soldados, marineros y personal civil muertos en la playa o al irse a pique con sus barcos cuando intentaban regresar a Inglaterra. En materia de pertrechos, se perdieron 377.000 toneladas de alimentos, material médico, material de campaña, medicinas, etc., 70.000 toneladas de munición y 146.000 toneladas de combustible. Las últimas unidades británicas en retirarse fueron los Batallones II/Coldstream Guards y I/East Yorkshire. Después, solo las tropas francesas cubrieron el perímetro (al verse obligados a capitular días más tarde, 45.000 quedaron prisioneros). Los heridos graves o que no podían tenerse en pie habían sido abandonados; en los buques, un herido en una camilla ocupaba el sitio de 6 soldados; el Ejército alemán se atenía a los Convenios de Ginebra sobre el trato a prisioneros, y la vida de los franco-británicos heridos que quedaron a su cargo fue respetada.
Aunque no siempre fue así. El 27 de mayo la compañía del capitán Knöchlein, del Batallón II/3 de la 3. SS Division Totenkopf (Eicke), llevada al frente desde la reserva de Von Bock, había asesinado a 97 prisioneros británicos en Le Paradis, a 50 km de Dunkerque; y el 28, fuerzas de la 1. SS Division Leibstandarte Adolf Hitler (Dietrich), destacada del Decimoctavo Ejército, habían dado muerte a 80 prisioneros británicos y franceses en Wormhout, a 20 km de Dunkerque. No sin motivo, en los últimos años de la guerra numerosos jefes y oficiales de las Waffen SS (que habrían de ser consideradas organización criminal) fueron sumariamente ejecutados tras su captura. Otros muchos –entre ellos Knöchlein– fueron juzgados por los tribunales de los aliados, condenados y ahorcados.
El inesperado éxito –el milagro– de la operación Dynamo (se esperaba repatriar a 45.000 soldados y fueron repatriados casi 340.000) no podía dar lugar al optimismo. El 4 de junio Churchill advirtió ante la Cámara de los Comunes: las guerras no se ganan con retiradas.
La esperanza
En todo caso, los más de 300.000 soldados que volvieron al Reino Unido desde Dunkerque formaban el núcleo de tropas experimentadas que combatirían después contra la Alemania nacionalsocialista. Primeramente en África del Norte contra el Afrika Korps de Rommel y sus incompetentes aliados italianos; y después en Europa, contra los ejércitos de Von Kluge, Model, Von Rundstedt y Kesselring en Francia; y de Kesselring y Von Vietinghoff en Italia.
Dos de los generales de la BEF, Alexander y Montgomery, que mandaban sendas divisiones de Infantería (la I y la III, respectivamente), adquirieron más tarde justificado renombre al conseguir que esos combates terminaran en victoria. Montgomery, con el Octavo Ejército en El Alamein, la Cirenaica y la Tripolitania; y con el 21º Grupo de Ejércitos en Normandía, norte de Francia, Bélgica, los Países Bajos, el Bajo Rin y el Schleswig-Holstein. Alexander, con el 18º Grupo de Ejércitos en Túnez y con el 15º Grupo de Ejércitos en Sicilia y en toda Italia.
El error de Hitler fue fatal. Al no impedir la evacuación de la BEF, al no decidirse a invadir las Islas Británicas (Unternehmen Seelöwe u Operación León Marino) por el fracaso de la Luftwaffe en conseguir el dominio aéreo y por la falta de medios de la Kriegsmarine, y al no decidirse por la toma de Gibraltar atravesando España (Operación Félix) por la negativa de Franco, perdió un tiempo precioso, mientras la Gran Bretaña armaba y entrenaba a su Ejército, reforzaba a la Royal Navy (con 50 destructores adquiridos a los Estados Unidos) y aumentaba la producción de sus aviones para la RAF. La Wehrmacht estuvo inactiva nueve meses. Cuando, en la primavera de 1941, Alemania se vio arrastrada por Italia a la guerra en África del Norte y en los Balcanes, perdió ya su iniciativa. Y cuando el 22 de junio de 1941 invadió la Unión Soviética (Operación Barbarroja) cavó su tumba (y la de 10 millones de alemanes) al abrir un segundo frente, en contra de la doctrina de Von Moltke el Viejo y Von Schlieffen. Después de todo, Hitler, en contra de sus generales, se había lanzado a la mayor y más cruel guerra de todos los tiempos sin tener unos objetivos definidos.
Felipe Fernández Armesto, corresponsal de La Vanguardia Española en Londres durante la II Guerra Mundial, relataba que un oficial de la BEF fue recogido en penosas condiciones en aguas cercanas a la playa de Dunkerque por un buque de guerra; un marinero le proporcionó inmediatamente una taza de té; el oficial, decepcionado por la oferta, le reprochó: "¿No tienes algo más fuerte?". El marinero, imperturbable, le respondió: "Lo siento, señor, pero hasta que no salgamos de la zona de las tres millas no podré servirle alcohol". Fernández Armesto concluyó que, con gentes de ese carácter, la Gran Bretaña no podía perder la guerra.