
Nunca una marcha procesional tuvo un título más ajustado tanto a su objeto, la Virgen de la Amargura (la sevillana sobre todo que ha logrado convertirse en himno "oficioso" de su Semana Santa, pero también la de Granada, Jerez y otras localidades andaluzas), como a su sujeto creador, Manuel Font de Anta, afamado músico sevillano que fue asesinado en Madrid el 20 de noviembre de 1936. El infortunado compositor, colaborador entre otros de Pedro Muñoz Seca, era padre de un joven falangista al que buscaba un grupo de milicianos y, al no encontrarlo, decidió matar al jefe de la familia sin formalidad judicial alguna. Cuando compuso la famosísima música penitencial, Font de Anta no sabía que su obra (1919) iba a encontrarse con él de esa manera tan trágica y criminal.
Tampoco sabía el anarquista Buenaventura Durruti, muerto por accidente fortuito, según se sabe desde 1993, por el testimonio de su chófer Clemente Cuyás, el mismo día de 1936 (el mismo del año en que fusilaron a José Antonio Primero de Rivera), que en su entierro barcelonés iba a interpretarse precisamente la marcha Amargura, cuyo autor, Manuel Font, estaba siendo vilmente asesinado casi al tiempo. Curiosamente, escribió Nicolás Salas, esta marcha "fúnebre" fue elegida por la banda de música de la Generalitat catalana sin que nadie de la CNT fuera consciente de la relación de la composición elegida con las cofradías sevillanas. Cosas de la vida.
Durante esta pasada semana, tiempo propicio, han desfilado por las calles españolas miles de nazarenos y a saber cuántos pasos de Misterio y cuántas Vírgenes. En Sevilla, con 31 grados y el viento justo, tuvo lugar además este sábado la procesión del Santo Entierro Grande en la Semana Santa Más larga del siglo XXI, 26 pasos seguidos, descriptores en su conjunto de la Pasión, hasta el cierre de "La Soledad", otra virgen con marcha de Manuel Font, al que casi nadie recuerda. Paco Robles llamó "media memoria histriónica" a la que ejercen algunos sectarios que callan lo que no les conviene que se sepa.
Por ejemplo, callan lo que ocurrió en Sevilla, y es un ejemplo, durante las Semanas Santas que transcurrieron desde 1932 a 1936. Cuando se proclamó la II República el 14 de abril de 1931, la Semana Santa había terminado todavía con pocos incidentes. En mayo comenzó la quema de iglesias. El cultivo de un odio minucioso a todo lo relacionado con la religión, la católica en particular, tuvo una estampida incontrolable desde 1932 a 1936. Los que defienden que desde su alegal aclamación a su final el régimen republicano fue un paraíso de libertad y derecho mienten con descaro y a sabiendas de que casi todo en ella, incluida su Constitución, fue concebido para "lanzar a una España contra otra", como ha escrito Juan Pedro Recio en su investigación sobre la Semana Santa sevillana bajo la II República.
En 1932 sólo procesionó por las calles de Sevilla la hermandad de la Estrella porque se empeñó en ello el "devoto" socialista Tomás Carrasco, contra el criterio de los dirigentes de la Cofradía, apoyado por personas que no eran siquiera hermanos nazarenos de la misma. En 1933, no hubo ninguna procesión en Sevilla tras los incendios y las amenazas. En 1934, sólo salieron 13. En 1935, casi se recuperó la normalidad, pero la victoria del Frente Popular en febrero de 1936, ahora se sabe que fraudulenta, sumió de nuevo la Semana Santa en las catacumbas urbanas.
Tres ejemplos. La Estrella tuvo que ser escondida en casa de la familia Rodríguez González, desmontada y metida en una caja de zinc. La Esperanza de la Macarena fue llevada en una furgoneta oculta en un cajón a la clínica veterinaria de Antonio Román Villa en la calle Orfila. La Amargura fue cubierta en otro cajón. Hay quien afirmó que las derechas manipularon a las cofradías contra la República, lo cual pudo ser cierto, pero los hechos básicos son testarudos y omito los peores y más escandalosos para no reavivar tantas heridas.
Viene esto a cuento de la "amargura" que uno, que no es creyente, siente ante la imposibilidad de conseguir que se traten los hechos por historiadores de oficio que lo pongan todo encima de la mesa sin ocultaciones ni tergiversaciones. Con unas leyes sobre la Memoria, Histórica y Democrática sucesivamente, que no tienen en cuenta lo ocurrido durante la II República e incluso antes, no puede entenderse por qué media España fue aterrorizada por la otra media hasta el punto de creer que su exterminio físico y social era inminente.
Hay quien ha dicho que el régimen del 14 de abril fue una "revolución elegante". Tan refinada fue que terminó en la guerra civil más feroz. El historiador Ángel Viñas reconoce que memorias históricas hay varias. Cita tres. La suya juzga que los intereses de monárquicos, propietarios e Iglesia desearon la Guerra Civil. Pruebas suficientes hay de que otros, como el PSOE de Largo Caballero y sus aliados, la provocaron desde 1934. Si se persiste en escribir historias sesgadas por interés político, no me cabe duda de que aparecerán nuevos libros donde todos los hechos y todos los nombres de la otra parte, ahora silenciada, vuelvan a ser contados. Más amargura.