
La editorial JdeJ acaba de publicar Por qué Franco ganó la guerra, del periodista e investigador Miguel Platón. Un libro con una edición muy cuidada que combina rigurosos estudios históricos con una amplia selección de imágenes representativas de la época a modo de álbum. Y es que la contienda fratricida contó con la presencia de los mejores fotógrafos de la época, internacionales y nacionales, como Robert Capa, Gerda Taro, David Seymour, Kati Horna, Agustí Centelles, Juan Guzmán, Santos Yubero y otros grandes autores cuyos nombres permanecen en el anonimato.

Entre los ensayos encontramos: Estructura de una guerra civil, La izquierda resiste: Los avances de Franco y Mola; La intervención extranjera: Italia, Francia, Alemania y la Unión Soviética; Tres Españas; Fracaso en Madrid. El ejército Popular se impone al Ejército Nacional; El norte: la campaña decisiva o el que le ofrece Libertad Digital en exclusiva: Dos Economías.
Y es que el desenlace de la Guerra Civil, con la victoria del bando encabezado por el general Francisco Franco, no fue un resultado inevitable. La rebelión de julio de 1936 pudo haber sido derrotada y durante la guerra se produjeron vaivenes, que podían haber convertido a los vencedores en vencidos, y viceversa. El libro desmiente los bulos de una contienda manipulada.
El libro recoge aspectos más desconocidos como la revolución que llevó a cabo la izquierda en la zona gubernamental: vulneró el derecho de propiedad y la libertad de empresa. La gran mayoría de los emprendedores, los profesionales cualificados, los altos funcionarios y en general la clase media respaldaron la rebelión contra el Frente Popular. El general Franco tuvo la habilidad de utilizar esos factores para ganar una guerra que en julio de 1936 parecía tener perdida.
Dos Economías
"La comida empezó a escasear de manera alarmante" Arturo Barea, La forja de un rebelde.
La victoria económica del bando nacional resultó decisiva para alcanzar la victoria del general Franco, lo que era algo que parecía del todo imposible en julio de 1936, con la práctica totalidad de los recursos económicos y financieros del Estado en manos del Gobierno del Frente Popular, en cuyo territorio se asentaba además casi toda la industria.
¿Cómo ocurrió? El economista Juan Velarde Fuertes lo ha sintetizado así: en la Zona Nacional, "siguió existiendo el sistema capitalista con los aditamentos de la economía castiza habituales entre nosotros". En la Zona Republicana "se pretendió destruir rápidamente el capitalismo". Los nacionales practicaron un nacionalismo económico que renunció al populismo de algunos aspectos utópicos del programa falangista, no compartidos por otras fuerzas del campo sublevado. Los gubernamentales pusieron en práctica un sistema generalizado de expropiaciones, que redujo la productividad de su economía y comprendió experimentos como las colectividades anarquistas.
El marco internacional fue asimismo más cómodo para los rebeldes. Tres causas: "La primera, que la más influyente banca internacional era más proclive a la España nacional que a la republicana. La segunda, que las bazas políticas -por ejemplo, el voto católico, esencial para el Partido Demócrata en los Estados Unidos- se jugaban mejor por el gobierno de Burgos que por el republicano, con consecuencias económicas inmediatas. La tercera, que el mercado de capitales fue mucho más cómodo para la España nacional que para la republicana. De ahí que esta se viese incluso obligada a malbaratar su oro en favor de la Unión Soviética, que así logró beneficios económicos muy por encima de todo lo imaginable".
En los grandes círculos financieros internacionales, el Gobierno del Frente Popular era contemplado con "odio y desprecio, debido en primer lugar a los asesinatos de dirigentes financieros españoles, bien conocidos por sus colegas extranjeros, combinado con la huida aterrorizada de otros". "Esa oposición instintiva ante aquellas atrocidades contrastaba con las noticias que sobre estos grupos sociales llegaban procedentes de la España nacional, donde con las limitaciones propias y conocidas de toda guerra, se exhibía una economía de mercado sin especiales sobresaltos". Seguía viva, además, la experiencia de la Rusia soviética, donde se habían generalizado expropiaciones, saqueos y asesinatos. "Por afecto y por interés era conveniente ayudar a la España nacional y dificultar la vida material de sus enemigos".
Esa continuidad de la actividad económica favoreció que en la zona nacional se viviera una relativa normalidad, sin recurrir al racionamiento de productos básicos, mientras que en la zona republicana se produjo un progresivo desabastecimiento, hasta llegar al hambre. No fue algo inevitable. Los recursos agrícolas se habían repartido al comienzo de la guerra con cierto equilibrio. En el territorio del Frente Popular se producían el 90 % de las naranjas, el 95 % del limón, el 50 % del aceite, el 80 % del arroz y la mayor parte de la producción hortofrutícola. La costa mediterránea, asimismo, tenía una importante producción pesquera. El territorio de los sublevados disponía de las dos terceras partes de las reservas y de la producción de trigo, el 60 % de la producción de leguminosas, más de dos tercios de la producción de patatas, el 90 % de la de azúcar, la mayor parte del ganado de leche y de tiro, el 75 % del vacuno, el 70 % del ovino y gran parte de la producción lanera. La principal industria pesquera y conservera radicaba en Galicia.
Esta ventaja de los rebeldes la compensaba el Gobierno con la industria, al controlar el 80 % de la producción de acero, el 67 % del cemento, el 66 % de la de explosivos y el 68 % de la marina mercante, necesaria para la importación de todo tipo de suministros.
La conducción de la economía decidió la guerra
La clave era la administración de esos recursos. "La gran diferencia, no suficientemente estudiada ni destacada en términos de su contribución al éxito militar de los sublevados - ha escrito José Ángel Sánchez Asiain - fue su conducción de la economía. Un modelo que para los gestores de la República fue de corte revolucionario y anticapitalista, con alto y creciente contenido anarquista, mientras que para el Gobierno de Burgos fue absolutamente centralizado. El desarrollo de los acontecimientos fue poniendo a la República en manos de unas fuerzas políticas que tenían un contenido ideológico, especialmente en materia económica, muy dispar y contradictorio, lo que hacía imposible llevar a cabo una política coherente. La estructura gubernamental no se correspondía con la realidad de la calle, donde los poderes obreros y populares se iban haciendo con rapidez con el control de las instituciones. De esta manera, se incautaron de tierras e industrias, asumieron competencias como la emisión de papel moneda, la sanidad, los abastecimientos y el transporte. El efecto distorsionador de esta revolución popular sobre el marco jurídico y económico del Estado fue de tal magnitud, que se hace necesario tenerlo en cuenta si se quiere hacer una correcta interpretación global de la guerra y de su final".
El precio que pagó la población de la zona republicana a causa de la revolución fue el desabastecimiento, cuando no el hambre, que se acentuó con el paso del tiempo y deslegitimó al Gobierno de Juan Negrín. "En los últimos meses de la guerra los residentes en Madrid recibían de forma oficial solamente 100 gramos diarios de pan, más varios gramos de arroz, alubias o lentejas cada dos días. La carne enlatada o congelada se limitó a 100 gramos al mes. El hambre impedía a civiles y soldados trabajar y luchar y les obligaba a emplear el día en buscar comida. Mujeres muertas de hambre recorrían parques y campos cercanos a la ciudad en busca de algo comestible. Solo los buenos contactos daban acceso a la carne de caballo, burro o mula".
El desabastecimiento era similar en las otras grandes ciudades. "La situación en Valencia había empeorado, y con el paso de los días se volvió cada vez más desagradable. La escasez de alimentos era mayor, sobre todo desde la caída de Málaga. Las autoridades habían pedido a la población que renunciara a comer pan durante tres días para poder alimentar a los refugiados de Almería. Pero, incluso en circunstancias más normales, encontrar pan, azúcar, carne y muchos otros alimentos era todo un problema. Las condiciones de alojamiento se habían vuelto intolerables y no pude conseguir una habitación en un hotel. Me hospedé en casa de unos amigos, donde experimenté más de cerca las dificultades para conseguir comida. Las reacciones de las mujeres en las largas colas que se formaban ante las tiendas se volvieron tan desagradables como en Barcelona. Por lo que yo sé, empezaron a maldecir la guerra. En Valencia no había nada del heroísmo que todos los observadores referían desde Madrid. Y la acusación de que gente con cargos importantes se valía de métodos clandestinos para procurarse alimentos, que no era en absoluto infundada, hacía que las quejas fueran especialmente amargas".
La incautación y colectivización de empresas, generalizada en Cataluña, sería ruinosa. Aumentaron los gastos, por los sueldos de los trabajadores y el mayor coste de los bienes importados, debido a la devaluación de la peseta republicana. Al mismo tiempo disminuyeron los ingresos, por la pérdida del mercado en los territorios dominados por los rebeldes. Las pérdidas fueron cubiertas por los fondos propios y cuando éstos se agotaron por subvenciones públicas, que eran cada vez más insuficientes, por causa de la hiperinflación.
El envío a la URSS de las reservas de oro, en una operación que se llevó a cabo entre septiembre y octubre de 1936, fue innecesario. Tanto Madrid como Cartagena permanecieron en manos del Gobierno republicano hasta marzo de 1939. En caso de ser enviadas fuera de España había destinos -Francia, Gran Bretaña, Suiza- más seguros que una tiranía comunista en la que no existía seguridad jurídica. Solo tiene sentido desde una posición de chantaje por parte soviética, como requisito para el envío de armas, así como de una proclividad ideológica por parte de Largo Caballero y su ministro de Hacienda, Juan Negrín, ambos socialistas.
En total se enviaron a la Unión Soviética el 72 % de las reservas y el 28% restante a Francia: 510 toneladas de oro aleado frente a 200. Las primeras equivalían a 460,5 toneladas de oro fino. Un intento de recurrir al crédito del mercado internacional -emisión de obligaciones al 3,5 %, en julio de 1938- fracasó. Los mercados apostaban ya por la victoria del Ejército Nacional de Franco.
Además del envío a la URSS de las reservas de oro, el Gobierno del Frente Popular expolió numerosas riquezas, tanto del Patrimonio como de la Iglesia y particulares: cajas de seguridad del Banco de España y de los bancos privados, depósitos de los Montes de Piedad, obras de arte... Algunas supusieron pérdidas irreparables, como la colección de monedas del Museo Arqueológico Nacional, que figuraba entre las mejores del mundo. Fueron incautadas 2796: 60 griegas antiguas, 830 romanas, 297 bizantinas, 322 hispanovisigodas, 585 árabes, 94 españolas medievales y modernas, 543 extranjeras y 67 medallas. No se emplearon para la adquisición de bienes o la financiación de la guerra, sino que fueron un botín que dirigentes socialistas se llevaron al exilio, en particular Indalecio Prieto, que cargó el tesoro con otras alhajas, en el yate Vita, que lo llevó a México.
"No se conoce en la Historia -ha escrito Martín Almagro-Gorbea, académico anticuario de la Real Academia de la Historia- ninguna actuación semejante de robo y reparto entre los dirigentes políticos que lo han cometido de los bienes del Patrimonio Histórico propiedad de su propia nación. Nada semejante se encuentra en las más negras páginas de la historia de nuestro Patrimonio Artístico. Ni en la devastadora invasión napoleónica, que era una invasión extranjera, ni en la desastrosa desamortización de Mendizábal que, al menos en teoría, respetó los bienes de la nación. Tampoco ningún hecho paralelo semejante puede aducirse en otros países del mundo, ni democráticos ni siquiera no democráticos, pues ni en la Revolución Francesa, ni en la revolución bolchevique de la Rusia soviética o en la revolución cultural de Mao hay noticia de que haya ocurrido un hecho semejante, que los bienes más significativos del Patrimonio Histórico, propiedad del Estado, hayan sido sacados oficialmente -y con implícitas amenazas- para ser utilizados para el beneficio y lucro personal de dirigentes políticos".
El 3 de octubre de 1936 un Decreto de Madrid ordenó la expropiación del oro, plata, perlas y joyas en manos de particulares. Tuvieron un valor de más de 200 millones de dólares, equivalentes a 60 toneladas de oro fino. Al final de la guerra en la zona republicana se había llegado a una primitiva economía de trueque. Un ejemplo: la CNT catalana monopolizaba los entierros, que debían ser pagados con dos kilos de arroz.
Los nacionales imponen la austeridad
El bando nacional no se limitó a favorecer la continuidad de la actividad económica, sino que tomó numerosas medidas para equilibrar las cuentas públicas y hacer frente a los gastos de la guerra, con la colaboración profesional de la inmensa mayoría de los dirigentes de las instituciones financieras, un capital humano del que prescindió, cuando no despreció, el bando republicano.
En las primeras semanas la peseta fue devaluada con relación a la libra esterlina, para favorecer el comercio con Gibraltar. Se estableció una política general de austeridad, que comprendió la reducción de los sueldos de funcionarios que ganaran más de 4000 pesetas al año; el aplazamiento en agosto de 1936 del pago de los intereses de la Deuda Pública; el aplazamiento de la mayor parte del pago del 60 % de los suministros de guerra; un impuesto de Beneficios Extraordinarios; otro de Subsidio al Combatiente; el Día del Plato Único y el Auxilio de Invierno. Los vehículos particulares fueron requisados y también diversas explotaciones mineras. Un Servicio Nacional del Trigo, de nueva creación, aseguró los ingresos de los labradores cerealistas, muy numerosos en la meseta norte.
Además, unas veces de manera espontánea y otras a requerimiento del nuevo mando político y militar, centenares de miles de familias efectuaron donaciones para contribuir a los gastos de guerra: dinero, joyas, valores y productos en especie, desde alimentos y ropa a ganado. En muchísimos casos hombres y mujeres se desprendieron de sus anillos de boda y todo tipo de alhajas. Incluso se entregó para ser fundida la corona de oro de la Virgen Macarena. La que se llamaría Suscripción Nacional comenzó en el mismo mes de julio de 1936. En Cádiz, el día 29, ya se habían recaudado 120 000 pesetas. En Sevilla, el 31, se superó el millón: 1 153 223,15. Un número indeterminado, pero importante, ofreció su trabajo voluntario.
Numerosas empresas e instituciones también contribuyeron. Era la forma de hacer frente a la opresión que habían sufrido durante el mandato del Frente Popular. Las donaciones no solamente se aplicaron a gastos militares, sino también a financiar los comedores populares de organizaciones como Auxilio Social, que solamente en Sevilla atendían a 12 000 personas. En total, durante el conflicto, las aportaciones internas, más la ayuda italiana y alemana, supusieron a los sublevados unos ingresos de 3700 millones de pesetas, insuficientes para atender un gasto de 12 000 millones. Los 8300 millones de déficit fueron cubiertos por el Banco de España, mediante préstamos y créditos.
Un dato bien significativo fue el de la retribución de la tropa. Los milicianos de izquierda recibían diez pesetas diarias. Los soldados del Ejército sublevado, tres, más un eventual complemento por circunstancias familiares. Era la diferencia entre la posesión de abundantes recursos y carecer de ellos.
Con el fin de evitar la especulación, desde el comienzo de la guerra se ordenó que los precios no fueran alterados, salvo autorización expresa y previa, por causa justificada. El efecto de estas políticas fue que en la zona nacional el índice de precios, con base 100 en julio de 1936, creció hasta un 140,7 en 1939. La zona republicana sufrió una hiperinflación que le hizo llegar al 1440,2 en enero de 1939. Ello afectó al tipo de cambio respecto a las monedas extranjeras. En enero de 1939 un dólar se cotizaba a 25 pesetas republicanas, mientras que en marzo del mismo año equivalía a 9,10 pesetas nacionales. En el caso de la libra esterlina, 117 y 42,45. Por lo que se refiere a la URSS, aunque su paridad oficial era de 5,3 rublos por dólar, para el armamento suministrado a España se aplicó unas veces el cambio de 4,2 rublos por dólar, otras el de 3,6 y en ocasiones 2,5 rublos por dólar.
"Ello respondía a los complejos criterios de valoración que se aplicaban en el interior de la economía soviética, de tal manera que los precios no eran determinados por la actuación autónoma del mercado, sino por los responsables del Gosplan, que aplicaban distintas valoraciones a las diferentes mercancías. En ello influían razones objetivas, como la escasez relativa, pero también razones estratégicas, para orientar los procesos de producción y el consumo, y, en última instancia y especialmente, razones de carácter político".
El bando nacional se benefició, por otra parte, de ayudas inesperadas de gran importancia. El presidente de la compañía Texas Petroleum, Torkild Rieber, vendió a los rebeldes más de tres millones y medio de toneladas de productos petrolíferos, por valor de 20 millones de dólares y pagaderos a crédito. Rieber, que se entrevistó dos veces con Franco, ni siquiera cobró los fletes. Su comercio a puertos españoles estaba prohibido por las leyes norteamericanas, pero se entrevistó con el presidente Roosevelt, pagó una multa y siguió abasteciendo a la España nacional.
Otras empresas norteamericanas -las automovilísticas General Motors, Ford y Studebaker, y la química Dupont de Nemours- también se las arreglaron para vender sus productos a la España nacional, y aceptaron ser pagados a crédito, confiados en la victoria de Franco. En total vendieron unos 12.000 camiones, que resultaron fundamentales para el transporte del EN. Términus, el camión que utilizaba Franco para su empleo en el frente, era un Ford 817T de 1937, carrozado para que dispusiera de una pequeña cama y una mesa de reuniones.
El transporte, elemento crucial en toda guerra, se hizo de forma mayoritaria, en el Ejército Nacional, con vehículos norteamericanos y gasolina norteamericana. Mientras el gobierno de Franco se ocupaba de obtener los recursos necesarios, los gobiernos republicanos ponían el acento en proclamas de intelectuales "antifascistas". Por ello unos ganaron y otros perdieron.
Después de la guerra y por razones éticas, para evitar que los ciudadanos que habían permanecido en zona republicana fueran víctimas de la irresponsabilidad de los sucesivos gobiernos, el ministro de Hacienda José Larraz promovió en noviembre de 1939 una Ley de Desbloqueo, que adjudicó un valor a las emisiones monetarias republicanas, de acuerdo con un marco objetivo: la cotización de ambas pesetas en el mercado de divisas de París. Los billetes republicanos fueron así cambiados por las pesetas del nuevo régimen, desde un 90 % los más antiguos hasta el 5 % de los más recientes. Esta operación supuso un aumento de 4400 millones de pesetas de la oferta monetaria.
El pago de la deuda con Italia y Alemania se llevó a cabo en condiciones favorables. El Gobierno de Roma concedió una quita, de modo que en marzo de 1940 el importe del empréstito italiano se fijó en 5.000 millones de liras, a pagar en 25 años, con intereses crecientes a partir del 1,4 %. La inflación experimentada por Italia en la posguerra mundial favoreció el pago de esa deuda, que se canceló en 1965. En cuanto a Alemania, su peso fue inferior al italiano y se canceló durante la Segunda Guerra Mundial, con cargo a exportaciones de materiales estratégicos, como el volframio destinado a la fabricación de proyectiles perforantes, la División Azul y otras partidas, incluidos alimentos, como aceite y naranjas.
Ha sido director de Información de la Agencia EFE, consejero de Radiotelevisión Madrid y director de Multimedia. También es autor de una decena de libros de historia contemporánea. Entre ellos, La amenaza separatista (1994); El fracaso de la utopía (1997); Alfonso XIII: de Primo de Rivera a Franco (1998); Hablan los militares (2001); y El primer día de la guerra. Segunda República y Guerra Civil en Melilla (2013); Segunda República: De la esperanza al fracaso (2017) o Así comenzó la Guerra Civil. Del 17 al 20 de Julio de 1936: Un golpe frustrado (2020).
