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Bretaña en cuatro tiempos

Han pasado más de 20 años. El ciclo bretón, que creía haber encerrado entre dos tapices, el de Bayeux y el de Angers, se abre de nuevo.

Han pasado más de 20 años. El ciclo bretón, que creía haber encerrado entre dos tapices, el de Bayeux y el de Angers, se abre de nuevo.
Mont Saint-Michelle | Archivo

Abril-Mayo 2021. Librería Cronopios. Santiago de Compostela

Porque el azar lo dispone así, este viaje empieza por su etapa más próxima en el tiempo real y se enlaza con la más lejana, aquella que fue el punto de partida de mi relación con Bretaña. Hace escasamente dos meses recibo la primera señal que me lleva a ese lugar que ha jugado un importante papel tanto en mi vida profesional como familiar. En el mostrador de novedades de la librería Cronopios de mi ciudad, un libro: Asombro y desencanto de J. B., una crónica de dos viajes, uno por la ruta del Quijote, otro por al Oeste de Francia, en el que Bretaña ocupa un espacio destacado. Entre lo francés y lo castellano. Entre el casticismo y la ilustración. Unos días después un segundo aviso, en la misma librería, en el mismo expositor, otro libro me sonríe: Canción de infancia, J. M. G. Le Clézio (Random House, abril 2021).

Le Clézio (Niza, 1940), premio Nobel de Literatura en 2008, proviene de una familia bretona emigrada a la Isla Mauricio en el siglo XVIII. Padre inglés, madre bretona. Vivieron en África, donde su padre era cirujano en las Fuerzas Armadas Británicas. Durante la guerra su padre se quedó en África. Él y su hermano en Niza, con su madre y su abuela. Ellas le enseñaron a leer. Cuando tenía 8 ocho años se trasladaron a África durante un tiempo. Ese viaje y la figura de su padre son el origen de dos de sus libros: Onitsha (1991), y El Africano (2004). Canción de infancia retoma esa mirada de un niño que pasó unos meses todos los veranos, entre 1948 y 1954, en un pueblecito, Sainte-Marine del departamento de Finistère, en Bretaña. Son los recuerdos de esos veranos los que perduraron "porque África era otra vida, lo que hice fue olvidarla, no rechazarla, sino borrarla como algo irreal".

La Bretaña que describe Le Clézio no es un relato cronológico sino una suma de imágenes que se agolpan en su memoria: El pueblo de Sainte-Marine, con su calle larga que va hasta la punta de Combrit. Hoy, con la construcción del puente de Cornuailles, uniendo las orillas del estuario del Odet todo ha cambiado. Los chavales del pueblo con los que se juntaba en el embarcadero y que aún hablaban en bretón. Algunos personajes singulares: Raymond Javry, el mejor pescador que si no pescaba, pintaba marinas y paisajes. O Madame Le Dour, la granjera a la que iban a comprarle leche todos los días, el escritor y su hermano. Vivía en una casa pegada a las dunas, con el suelo de tierra batida, el techo, un entramado de vigas ennegrecidas por el humo, la penumbra de un solo quinqué de petróleo. Vestida siempre de negro y con mandil. Es esa Bretaña de los caminos encajonados que comunicaban entre sí las aldeas y las casas aisladas, la fiesta de la siega, la iglesia los domingos, los tojos, el brezo, los grillos en las noches de verano, la gaita y el biniou... Es exactamente la Galicia que viví en la aldea de mi abuela cuando llegamos en 1952, a mis cuatro años. Solo una diferencia, el mar, tan presente en su Bretaña, algo exótico y lejano en la Galicia interior.

Hoy Le Clézio prácticamente no reconoce nada. El cambio más sorprendente para él es el abandono de la lengua bretona que él considera responsabilidad exclusiva de los propios bretones: "Fue como un vendaval que arrasó toda Bretaña y sacudió hasta los cimientos de las instituciones, identificando el legado ancestral con el miedo al atraso". "Que en el plazo no ya de una generación, sino de década, de mis 15 años a los 25, la música de la lengua bretona hubiera dejado de sonar, me resultaba incomprensible". En Galicia los cambios: técnicas de explotación agraria mejores, concentración parcelaria, carreteras y autovías tardaron mucho más en llegar. Sin embargo el advenimiento de la democracia en España con la Constitución de 1978, la configuración del Estado de las autonomías poco después, favorecieron el uso del gallego, que se había convertido en una lengua rural, hoy presente en la enseñanza, en las ciudades y en las instituciones.

Julio 1973. Mont Saint-Michel

En 1970 termino mis estudios de Filología Francesa en Salamanca y empiezo a trabajar en un instituto de Orense donde viven mis padres. En el mes de julio de 1973 sigo un curso de verano para profesores de francés en la Universidad de Tours. Una compañera de esas clases, de la que solo recuerdo que era de un pueblo de Valencia con la que simpaticé enseguida, me propone una escapada de fin de semana al Mont Saint-Michel. El encanto del lugar, hace casi 50 años, sin apenas turistas, nos atrapa. Es la primera vez que pongo un pie en Bretaña que se convierte en el destino preferido de mis viajes. Así fue durante bastantes años en los que nunca faltó la visita a Saint-Michel.

Mayo 1984-Agosto 86. Lorient. Morbihan

En septiembre de 1980, después de haber pasado por otros dos destinos como profesora de francés, en Vigo y Padrón, llego a Santiago, al Instituto E.P. He vuelto a Bretaña ese verano. Dos semanas por la costa de la península armoricana. De Nantes al Mont Saint- Michel.

Dos cursos después el Ministerio envía al Instituto al primer lector de francés. P. K. Es bretón. De Douardenez, un puerto pesquero importante cerca de la Sainte Marine de Le Clézio. Los cambios en la sociedad española llegan a la educación. Se convocan ayudas para intercambios escolares, premios a la innovación educativa. La idea de un viaje de estudio con los alumnos empieza a germinar. Con mi colega de departamento L.P., lanzamos el proyecto de intercambio con el Collège Kerolay de Lorient. Una expedición de 45 alumnos con tres profesores y el lector emprende el viaje de más de 1.000 kms en autobús para una estancia de 15 días en esa ciudad de la Bretaña Baja. Es el año de la conmemoración de la Liberación y el fin de la II Guerra Mundial. La guerra que vivió de niño Le Clézio. Lorient, destruida por los bombardeos fue reconstruida casi en su totalidad. Es un lugar sensible a lo que ocurrió donde todavía viven testigos de los acontecimientos. Un segundo intercambio y un proyecto de un trabajo sobre las huellas de la historia se pone en marcha. Los alumnos tienen la consigna de elaborar un diario del viaje y en particular sobre aquellas visitas y actividades que giren en torno a ese momento histórico. Con esos materiales de base, al regreso del viaje, empezamos a dar forma al trabajo Una educación para la paz que en 1986 recibe el 3 º premio Giner de los Ríos a la Innovación Educativa.

En ese mismo verano pasamos el mes de agosto en una vieja ferme / casa de aldea, al lado de una playa, cerca de Lorient. La ferme y su árboles hacen las delicias de nuestros hijos, de cuatro y ocho años. También la playa abierta al Atlántico, enorme y de agua helada. El puesto de citrons bleus/helados de limón azul. Los menhires de Carnac, los pardons, Pont-Aven, Concarneau, toda la Bretaña de postal en la que no puede faltar otra vez el Mont Saint-Michel.

Noviembre 1998. Nantes

Ahora la Xunta de Galicia amplia las ofertas educativas y ofrece estancias de tres semanas para profesores que intercambian su puesto con colegas de otros países europeos. En nuestro caso con profesores de centros de la región Pays de la Loire. Nantes es la ciudad que nos acoge en sus collèges y lycées. Trece profesores nos haremos cargo de las clases de español de otros tantos franceses que imparten nuestras clases en Galicia. Una experiencia extraordinaria, muy recomendable para los profesores de lenguas europeas. En mi caso especialmente afortunada por las dos familias que me acogieron. Por el centro que me asignaron: el Lycée Talensac. Por la ciudad, una sorpresa, en plena transformación. Y porque me permitió empezar a descubrir la Loire, en sentido contrario del habitual, desde su desembocadura, río arriba. Es difícil escoger, entre todos los recuerdos de ese otoño dorado en Nantes. Me decido por el primer domingo de diciembre que pasamos en Angers. Allí, con una fuerte bajada de las temperaturas, pude ver la Francia del Norte, en blancos y grises, la Loire helada, un espejo de plata al pie del castillo que esconde la maravilla de su Tapiz de la Apocalipsis. En el 86, camino de las playas del Desembarco habíamos admirado, en Bayeux, la Tapicería de la Reina Mathilde, una narración bordada de la conquista de Inglaterra por los normandos.

Junio 2021. Han pasado más de 20 años. El ciclo bretón, que creía haber encerrado entre dos tapices, el de Bayeux y el de Angers, se abre de nuevo: Nolwen, una estudiante de Nantes. de 20 años llega el próximo miércoles para ayudarme en el cuidado de mi nieta de dos años. Ella y sus padres están ya en esta casa hasta el final del verano. Bretaña retoma el hilo suelto de mis visitas...

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