
A diferencia de lo que imaginó Dante, el infierno, cuando ocurre en la tierra, no anuncia con un letrero su verdadera naturaleza. "Abandonad toda esperanza", escribió a las puertas del averno el poeta en su Comedia. Y la fuerza de la frase contrasta con aquel famoso "El trabajo os hará libres" con el que los judíos eran engañados nada más llegar a Auschwitz. Si algo nos han enseñado las millones de víctimas de la historia es que al infierno se llega casi siempre esperanzado. Quizá porque es el único requisito para poder desesperar una vez ya se está en él. Quien mejor lo imaginó fue C. S. Lewis en sus Cartas del diablo a su sobrino, pero esa es otra historia.
Al infierno, en realidad, se llega a través de la mentira, que se aprovecha de la debilidad de los ingenuos y que atrapa con falsas promesas a los infelices, tan propensos siempre a dejarse engatusar. Tampoco es algo de lo que sentir vergüenza, pues su amenaza es constante y no hay persona en la tierra que nunca se haya visto expuesta a ella. Hasta Cristo fue tentado en el desierto. Sin embargo, la historia está demasiado plagada de ejemplos como para dejarlos pasar. A estas alturas, debería ser un lugar común aquello de que el camino hacia las distopías siempre va señalizado con el nombre de alguna otra utopía imposible de implantar. Por eso, nunca está de más leer sobre el asunto.
Chaves Nogales escribió El maestro Juan Martínez, que estaba allí, en 1934. Esto es más de quince años después de que estallase la Revolución Rusa. Por entonces, España vivía los brotes sangrientos de su propia revolución incipiente, y el afamado periodista debió de sentir la necesidad de avisar a sus conciudadanos de que el paraíso nunca es tan perfecto como te lo pinta quien te pide que mates y mueras para llegar a él.

El infierno distópico que describió en la Odesa de principios de los años veinte, por ejemplo, era tan brutal que llegaba a desmentir algunas verdades tenidas por universales todavía hoy: "Los hambrientos, al principio, se sublevaban y promovían frecuentes rebeliones en las calles; pero los guardias rojos disparaban sobre ellos a mansalva y les obligaban a esperar resignadamente la muerte por consunción, que era mucho más cómoda que la muerte recibida a balazos. Aprendí entonces que no es verdad que las revoluciones se hagan con hambrientos", relata el maestro Juan Martínez casi al final de su relato, cuando su periplo a través de la revolución le ha llevado a una Ucrania que ni siquiera estaba cerca de conocer el Holodomor.
Lo que sí que es cierto es que para que algo así pueda ocurrir es necesario que la corrupción, la injusticia y los excesos de un sistema carcomido sean tan humillantes para los desfavorecidos que acaben sintiendo la necesidad imperiosa de darle la vuelta a la tortilla. Lo que el maestro Juan Martínez atisbó es que el colapso definitivo de cualquier sistema sólo ocurre cuando el de arriba deja de mantener el monopolio de la fuerza. Por eso, años antes pudo ver cómo sucumbía un régimen zarista que no había sabido evitar, entre otras cosas, que los soldados se rebelasen contra sus oficiales, uniéndose a una revolución que les prometía algo mejor.
Del infierno al infierno, pasando por el infierno
Otra cosa en la que la realidad difiere de la famosa obra de Dante es que las sociedades que han considerado necesario pasar por el infierno para alcanzar el cielo pocas veces han llegado al purgatorio. Ucrania, como cualquier lugar del mapa, es una tierra con una historia amarga. Pero sus últimos cien años han sido especialmente espeluznantes. Si en algo es sublime el relato de Chaves Nogales es en que no trata de aleccionar, pues lo desagradable de cuanto describe es ya lo suficientemente elocuente como para no necesitar ningún juicio posterior.
La parte más interesante, por el tema que nos ocupa, es la que transcurre en Kiev. Un punto del mapa lo suficientemente alejado de los principales focos revolucionarios de Moscú y San Petersburgo como para permitir analizar el avance de la revolución desde la distancia. El maestro Juan Martínez pasa por la ciudad en diferentes ocasiones, tanto antes como durante el conflicto, y va plasmando en impresiones lúcidas la evolución de una sociedad que terminó encerrada en el infierno. El drama, sobre todo, está en leer cómo tantas pobres gentes saltaron de la sartén para caer al fuego, sustituyendo un autoritarismo por otro y soportando por el camino los excesos que toda guerra trae consigo.

Durante casi media obra, tanto Juan Martínez como Sole, su mujer, viven atrapados en una ciudad que es tomada y retomada por diferentes bandos, cada cual igual de criminal que el anterior. Ganase quien ganase la plaza en cada ocasión, la que perdía siempre era la población civil. Si quien la tomaba era el Ejército Blanco, o los nacionalistas de Petliura, Juan Martínez podía volver a emprender para ganarse la vida. Si lo hacían los bolcheviques, debía dejar de trabajar e inscribirse en el sindicato de artistas, con el único objetivo de pasar por el embudo de la rígida burocracia del naciente régimen comunista. En cualquier caso, la vida no valía prácticamente nada para ninguno de los que ostentase el poder. Por eso, durante la última intrusión blanca, después de descubrir los crímenes de la checa y de sacar a la luz todos los cadáveres para que pudiesen ser reconocidos por sus familiares, Juan Martínez escribe esto: "Como los que se atrevían a ir al infierno eran sólo los familiares de los muertos por los bolcheviques, parecía, efectivamente, que toda aquella matanza la habían hecho los rojos, a juzgar por la indignación que reinaba contra ellos, pero yo vi allí los cadáveres de muchos judíos y muchos obreros que habían sido fusilados por el Ejército Blanco". En la escala de crueldad, es difícil determinar quién iba ganando la carrera.
Así mataba la checa
Lo que es indudable es que el terror rojo se impuso pronto y que se mantuvo mucho más allá de acabada la guerra. Una de las "excusas" que ponían los bolcheviques para hacer pasar la labor de la checa de "necesaria" era, precisamente, la necesidad de eliminar cualquier componente contrarrevolucionario que pudiese establecer una quinta columna capaz de decantar la guerra en su contra. La primera demostración de que la labor de la checa no se iba a circunscribir a los tiempos estrictos de la guerra, sin embargo, la encuentra Juan Martínez en Odesa cuando, terminado el conflicto y con el hambre haciendo estragos entre la población civil, la checa seguía masacrando a sus anchas bajo el criterio arbitrario de quienes tenían las pistolas.
Antes de eso, el maestro había podido ver cómo se las gastaban los miembros de la checa de Kiev. Por vicisitudes de la vida llegó a entablar una extraña relación con varios de sus componentes, teniendo acceso a su labor asesina y pudiendo describirla a grandes rasgos con la frialdad burocrática que siempre caracterizó a los bolcheviques. De esa forma, lo narra todo: desde la arbitrariedad con la que llenaban celdas de sospechosos hasta la facilidad con la que los condenaban a muerte, tachando sus nombres con un lápiz rojo, como si fuesen ganado. De todos los ejemplos que desvela, es llamativo el de su compañero Masakita, un conocido con el que solía jugar al póker y que se ausentaba a menudo a mitad de las partidas para conseguir más efectivo con el que continuar en la mesa. Su método era sencillo: acudía a la checa, asesinaba a varios presos y se quedaba con lo que llevasen encima.

Aunque, sin duda, el capítulo más desgarrador es en el que Juan Martínez, obligado por uno de los soldados blancos que acaban de tomar la ciudad, entra en la checa recién abandonada y se encuentra una montaña de cadáveres recién asesinados y descuartizados. Los bolcheviques, en la vorágine de la huida, todavía habían tenido tiempo para destrozar los cuerpos, en un último intento de dificultar la labor de identificación de los cadáveres.
Historias como esa llenan todo el relato y dibujan con la precisión de la mejor literatura el drama que vivieron tantos rusos y ucranianos hace exactamente cien años. Después, se asentaría el régimen brutal tan conocido, y su historia de opresión, hambre y muerte continuaría, entre altibajos, prácticamente hasta finales de siglo. Han pasado décadas desde que cayese el Muro y una nueva guerra está enfrentando a los ucranianos contra un déspota ruso. Por ahora, hemos conocido algunas de las imágenes más alarmantes de los crímenes de guerra perpetrados por Putin. Tristemente, relatar tanta miseria se convierte en una tarea imposible, ya que deja la eterna sensación de no poder ser completamente fiel al verdadero infierno que es capaz de producir el hombre. Como escribió Chaves Nogales al final de su relato sobre la Revolución Rusa: "Acaso no se deba nunca superar la medida de lo humano".

