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El rey de Redonda ha muerto

No hay un Carlos III en el panorama literario español ahora que el trono del Reino de Redonda ha quedado vacío. 

No hay un Carlos III en el panorama literario español ahora que el trono del Reino de Redonda ha quedado vacío. 
Javier Marías | Cordon Press

Javier Marías no me gustaba, pero era un gran novelista, un articulista imprescindible y un madridista de pies a cabeza. No me gustaba Marías, pero me leía (casi) todo lo que publicaba. Cuando digo que no me gustaba Marías no quiero decir que no me gustase la persona, a la que no tenía el placer de conocer, sino el escritor. O, mejor dicho, su escritura. Se suele identificar el gusto subjetivo con el objetivo por parte de aquellos que son incapaces de reconocer lo bueno cuando no se somete a sus sesgos, preferencias y prejuicios. En mi caso, la prosa alambicada, al tiempo imprecisa y rigurosa de Marías, no es la que prefiero en cuanto a la literatura, lo que no es óbice para que reconozca que dentro de su estilo era el mejor. Y es que si alguien tenía estilo, una forma de escribir que hace un texto reconocible de un autor como la huella dactilar de un individuo, ese era Javier Marías. En la tradición de Juan Benet y Thomas Bernhard, quería Marías destacar por un estilo antes que por una trama, por la forma y las ideas antes que por la emoción. Sus novelas no es que fuesen de ideas abstractas en el sentido habitual, ese tipo de literatura ideológica y comprometida sobre algún problema social o causa política y que tiene irremediablemente fecha de caducidad, sino que estaban hechas de ideas psicológicas como otras están cargadas de símbolos, diálogos o aventuras. Ideas que no eran filosóficas sino fundamentalmente idiosincráticas, ya que la acción de sus novelas transcurrían sobre todo en la mente de sus personajes. No es de extrañar que sintiese como una traición la adaptación de su novela Todas las almas al cine, pero es que haría falta todo el talento de un Víctor Erice para volcar en imágenes los ecos que reverberan dentro del cráneo de los protagonistas sin recurrir a la manida voz en off.

Allá donde en la literatura era sutil y complejo, en el artículo periodístico era directo y sencillo. El doctor Jeckyll novelístico se transmutaba en un Mr. Hyde panfletero. El Cervantes irónico y amable de la novela, en el Quevedo sarcástico e hiriente del periódico. En la novela es ridículo y hasta monstruoso que el autor se erija en juez, pero en el artículo es su derecho y hasta una necesidad. En una ocasión, Félix de Azúa y él iban a ser entrevistados por una televisión francesa como las nuevas promesas literarias españolas, y se compincharon para aparecer con un palillo entre los dientes como un chiste sobre la tópica imagen que tendría el francés medio de lo que debía ser un novelista español típico, a medio camino entre Camilo José Cela y el Fary. Ese mismo talante burlón y desafiante lo trasladaba a sus artículos en los que solía pisar callos, no por superficial ánimo de epatar al burgués, sino simplemente diciendo lo que le parecía verdad en una época chestertoniana en la que afirmar que la hierba es verde te puede llevar al cancelamiento. A Marías lo censuraron en la revista dominical en la que escribía, el XLSemanal, porque encendió los ánimos de la tribu facha, y se pasó a El País Semanal, donde siguió siendo insobornable y despertando críticas iracundas, en este caso de la tribu progre, que también pedía de vez en cuando su cabeza opinadora. De nuevo, seguía sin gustarme la mayoría de lo que escribía, en este caso por sus puntos de vista, pero los consideraba razonados y razonables. Junto al mencionado Azúa y a Fernando Savater, Marías era uno de los poco motivos para seguir leyendo el diario que se ha convertido en ‘Lo País’.

Por último, tampoco estaba de acuerdo con Marías en su madridismo antimourinhista, aunque como en su faceta novelística, por el estilo, y periodística, por el contenido de sus columnas, prefería estar en desacuerdo con el escritor madrileño, por la firmeza de su convencimiento y la riqueza de su razonamiento, que de acuerdo con tantos forofos abonados al fanatismo "manque pierda".

Si escribo de Marías en pasado es porque, como ya sabrá o habrá adivinado, Javier Marías ha fallecido a los 70 años incorporando la lista de aquellos candidatos al Nobel que no lo recibieron mereciéndolo tanto o más que los finalmente premiados. Seguramente no se lo dieron porque sabían en Suecia que no lo habría aceptado. Avisó hace tiempo que era refractario a los premios institucionales, demasiado vinculados a los poderes establecidos, sobre todo estatales. Tampoco le concedieron el Cervantes, claro. Al fin y al cabo, era hijo de quien era, un Julián Marías que también fue refractario a todas las tribus filosóficas y políticas, y del que heredó, además de una personalidad poderosa, un gran amor al cine. En este aspecto, sí compartía los gustos de Javier Marías, que se explayaba con gusto y conocimiento en el programa de José Luis Garci.

Tras el fallecimiento de Isabel II pudieron exclamar en el Reino Unido aquello de "La Reina ha muerto. ¡Viva el Rey!". Pero no hay un Carlos III en el panorama literario español ahora que el trono del Reino de Redonda, la corte literaria de la que era señor, ha quedado vacío. Y todavía peor, como en el caso de su admirado Modric, me temo que no habrá sustituto posible.

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