
Tenía un estilo impecable, diseños sencillos de pura magia. Para la confección nupcial, su elegancia crecía exponencialmente. Era uno de los modistos con más prestigio de la época y le encargaron un vestido de novia que ocuparía todas las portadas de papel cuché. Debía tener su sello, pero a la vez destilar majestuosidad. Tenía claro el diseño, con él había alcanzado la maestría en el corte. Sin embargo, la cliente rechazó varios de los bocetos por el mismo motivo. "Eran demasiado regios", alegaba ella, de 32 años. "Tenga usted en cuenta que ha de llevarlo una reina", contestó Cristóbal Balenciaga a Fabiola de Bélgica. Ella, asintió sin replicar.

La unión de Fabiola de Mora y Aragón con Balduino I, el 15 de diciembre de 1960 en la catedral de San Miguel y Santa Gúdula de Bruselas, fue una de las más mediáticas de mediados del siglo pasado. Fue la primera boda real retransmitida en directo en televisión y el vestido enamoró a toda Europa. Fue confeccionado en el taller del couturier en Madrid y hoy se exhibe en el Museo Balenciaga gracias a la donación de Fabiola, siendo uno de los diseños más icónicos de la casa.
Un vestido eterno, que le trajo mil alabanzas que el modisto recibió desde la sombra. El mejor diseñador de la historia, etiquetado así por Dior y Coco Channel, era opaco, todo un misterio. No se dejaba ver en círculos sociales ni salía a saludar en sus desfiles. Tan solo concedió dos entrevistas en su vida - a la revista francesa Paris Match, en 1968, y al periódico inglés The Times, en 1971-. Incluso se especuló con que no existía, se dijo que era solo un nombre tras el que se escondían varios diseñadores en una novedosa estrategia comercial.

La escritora y periodista María Fernández-Miranda ha decidido titular su libro El enigma Balenciaga (Plaza y Janés), una investigación periodística a medio camino entre la biografía novelada y el ensayo especializado en el que despieza al maestro de la alta costura en ocho capítulos vitales de su vida, en lo personal o en lo profesional.
Por sus páginas, hablan compañeros de profesión como Rosa Clará o Lorenzo Caprile. Es una biografía para amantes de la moda, que se detiene en patronajes, diseños y tendencias. Se sostiene sobre el testimonio de sus amigos, tales como Sonsoles de Icaza, marquesa de Llanzol, y el diseñador Hubert de Givenchy. También aparecen dos de sus compañeros sentimentales: el franco-polaco Wladzio Jaworowski D’Attainville y, tras la muerte de este, el navarro Ramón Esparza.
Fernández Miranda, que ha trabajado para Elle, Yo Dona y Cosmopolitan, invita al lector a un viaje desde las calles de la Guetaria natal de Balenciaga, pasando por la sastrería
Casa Gómez, de San Sebastián, y aterrizando en las glamurosas avenidas parisinas que protagonizaron la edad dorada de la alta costura. Se describen los encuentros con Coco Chanel.
"Las diferencias entre Gabrielle y Cristóbal son notables. […] Pero si algo les unía a ambos por encima de todo, eso era la genialidad […] Ese talento desbocado que compartían explica que se hicieran amigos a pesar de todo lo que los separaba. De vez en cuando se los podía ver cenando juntos en el Allard de París y Coco llegó a hacerle a él varios regalos muy personales, como un retrato de sí misma o un pato de bronce que Cristóbal colocó amorosamente sobre su escritorio".

Hace un retrato de Balenciaga como un hombre solitario, auténtico, religioso, extremadamente educado, íntegro, perfeccionista y honrado.
Curiosamente, fue otro vestido de novia el que puso el punto y final a su carrera. El modisto recibió una llamada del Palacio del Pardo para que confeccionase el vestido de Carmen Martínez-Bordiú —nieta de Francisco Franco— para su enlace matrimonial con el duque de Cádiz, Alfonso de Borbón. Fue su última creación. El diseñador falleció de forma repentina el 23 de marzo de 1972, a los setenta y siete años.