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José Antonio Marina: "Necesitamos una vacuna contra la estupidez"

El filósofo y ensayista publica Historia universal de las soluciones.

El filósofo y ensayista publica Historia universal de las soluciones.
José Antonio Marina. | Archivo
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José Antonio Marina es filósofo, ensayista y pedagogo. Ha dedicado su labor de investigación a la elaboración de una teoría de la inteligencia que comienza en la neurología y termina en la ética. Fruto de ese trabajo, ha recibido galardones como el Premio Anagrama de Ensayo, el Premio Giner de los Ríos de Innovación Educativa o el Premio Nacional de Ensayo. Ahora llega a las librerías con Historia universal de las soluciones (Ariel), un repaso a las diferentes formas con las que la humanidad ha tratado de dar respuestas éticas a los problemas políticos que la han avasallado. "Diría que lo más novedoso del libro, lo que puede levantar más suspicacias entre algunos de mis colegas, es que defiendo que puede desarrollarse una ética universal", nos comenta, en charla telefónica. "Quien se instala en el relativismo ético lo hará por pereza o cuquería, pero no porque tenga razones para ello". Ahondando en esa cuestión, hablamos con él:

Pregunta: Escribe que el ser humano es el animal más diestro a la hora de buscar soluciones. ¿No será porque también lo es a la hora de encontrarse problemas?

Respuesta: Sin duda. Una de las cosas que hace la inteligencia humana es multiplicar los deseos y las necesidades. Estamos siempre reinventando fines nuevos. Y a medida que los vamos actualizando, aparecen problemas. El ser humano es un ser intrínsecamente problemático.

P: ¿Qué deseamos exactamente? ¿La felicidad?

R: Bueno, ese concepto, lo que llamamos felicidad, es un concepto muy vago. Todos los animales tenemos la tendencia a ir satisfaciendo nuestras necesidades. Lo que ocurre es que el resto lo van haciendo sobre la marcha. Nosotros, sin embargo, somos conscientes de ello y capaces de abstraer incluso un fin último, un objetivo de supuesta colmación de nuestras aspiraciones. Al final, ese punto en el horizonte, inalcanzable, pero que dirige la navegación, es a lo que llamamos felicidad. En ese sentido, sí, lo que deseamos es la felicidad. De hecho, somos los únicos animales que deseamos la felicidad.

P: En el libro escribe que, además de a problemas científicos, el ser humano es capaz de enfrentarse a problemas éticos. ¿Cómo se explica esa "expansión"?

R: Por la persecución infinita de ese punto cardinal que mencionabamos. Este tema, cómo interfiere el problema de la felicidad en el comportamiento humano, lo traté en mi libro anterior: El deseo interminable. La inteligencia humana siempre está insatisfecha. Los hombres siempre estamos buscando más allá. Estamos condenados a una permanente insatisfacción. Pero, al mismo tiempo, precisamente por eso avanzamos, progresamos e innovamos en todos los ámbitos. No sólo buscamos formas más placenteras de vivir. También buscamos formas más nobles de vivir, o más espirituales. Soñamos con llegar al otro lado del horizonte. Y esa forma de esforzarnos constantemente por alcanzar sueños inalcanzables es lo que nos hace tan tremendamente expansivos.

P: Dice que su libro es un libro sobre la faceta política del ser humano. Habría que diferenciar la búsqueda de soluciones desde el plano individual y desde el plano colectivo.

R: Sí. Mira, mis últimos libros han estado muy volcados hacia la historia. Yo no soy historiador, pero me sirvo de ella porque es una base de datos riquísima. En el pasado están todos los intentos que la humanidad ha ido probando a la hora de tratar de solucionar los problemas a los que se ha enfrentado. En ese sentido, uno de los primeros cambios que marcaron nuestra evolución, es decir, el tipo de problemas a los que debimos hacer frente, fue la aparición de las ciudades. En el momento en el que aparece la polis, aparece la política. ¿Cómo se organiza una colectividad cada vez más grande y más estable? Es una pregunta recurrente que se ha ido renovando con el paso de los siglos. Y a mí me interesa repasar todas las respuestas que se le han ido dando. Creo que es un ejercicio muy útil.

P: Hace tres diferenciaciones a la hora de valorar la efectividad de la política, a ese respecto: las respuestas enfocadas al win-win, las del win-lose, y las del lose-lose.

R: Sí, aunque no se trata de una escala necesariamente compartida por todo el mundo. Quiero decir, no todo el mundo considera, como podría parecer lógico, que las mejores respuestas son las del win-win, es decir, aquellas en las que las dos partes en conflicto salen ganando. Algunos defienden que los mejores acuerdos son aquellos en los que uno gana y el otro pierde. El problema de la política es que suele plantearse en el formato conflicto. Cuando pasa eso, cuando nos enfrentamos a un conflicto con otra persona, o con otro grupo de personas, sólo podemos vernos como amigos y enemigos. Y la mejor manera de solucionar un conflicto, por tanto, es erradicar a los enemigos. Es un juego de suma cero, en la línea de Carl Schmitt. Yo defiendo otra vía: analizar el conflicto no como un conflicto, sino como un problema. Es decir, si tenemos un problema común, veamos cómo podemos resolverlo. Dedico un capítulo a Cataluña y analizo lo que, para mí, es un problema que se ha planteado siempre en formato conflicto. No hay solución. Los grandes políticos, sin embargo, son aquellos que tienen la capacidad de convertir los conflictos más irresolubles —el que enfrenta a Israel y Palestina, se me ocurre—, en problemas. Porque lo que ocurre cuando formulas los conflictos como problemas es que puedes comenzar a buscar las soluciones. Adolfo Suárez fue un ejemplo de esto que digo. La Transición española fue un ejemplo de gran política, llevada a cabo por diversos actores que compartían esa capacidad.

P: Hoy sin embargo la imagen de los políticos, en general, es muy negativa. Más que solucionadores de problemas, son percibidos como generadores de conflictos que sólo piensan en su propio beneficio.

R: Bueno, lo que habría que preguntarse es por qué, en este momento, toda la política está diseñada en un formato de mantenimiento del poder. Se ha perdido la política ilustrada, la que dio a luz la Constitución de 1812. "¿Cuál es la función del gobierno? La pública felicidad". Ahora lo único que se persigue es el poder. ¿Por qué? Yo creo que todos los ciudadanos hemos ayudado, en una medida u otra, a que esto haya ocurrido. Lo que hoy tenemos es una política de supermercado. Un supermercado al que todos acudimos a que nos vendan una serie de marcas perfectamente limitadas. El asunto está en si pudiéramos sacar la política del supermercado. En el fondo, nos hemos equivocado en una cosa que yo creo que es muy importante: todos damos por sentado que hay una sociedad política y una sociedad civil; y que la sociedad civil es la buena. ¿Quién ha hecho esa separación? Se trata de una separación falsa y discriminatoria. Y es la que precisamente le da todo el poder a la clase política. No. Todos los ciudadanos que conforman la polis son políticos. Y tienen poder político. Esa es la esencia de la democracia. Lo que pasa es que dentro del grupo de todos los ciudadanos, de todos los políticos, hay unos que se dedican a gobernar y otros que no se dedican a gobernar. El poder de los no gobernantes influye en los gobernantes, y viceversa. Por eso hablo yo de la necesidad de una academia del talento político. Es necesario que desarrollemos el talento de los gobernantes, pero también el de los gobernados. Pero eso no se ha hecho. Por eso es tan fácil que veamos lecturas maniqueas en todas partes: ahi están los que controlan el poder y aquí los que sufrimos el poder. Bueno, pero eso es así porque usted lo ha permitido. Es una profecía autocumplida. Si decimos a todas horas que todos los políticos son unos sinvergüenzas, todos los políticos terminarán siendo unos sinvergüenzas. Lo que necesitamos en estos momentos es emprender una reivindicación muy fuerte de la nobleza del político. Para poder exigir que sea noble, más que nada. Porque de lo contrario, si damos por sentado que se trata de una casta que va a lo suyo, nadie le exigirá nada más elevado que eso. El político es la profesión a la que se debería exigir el máximo nivel intelectual y moral de toda la nación. Lo contrario es pegarse un tiro en el pie.

P: Tocqueville hablaba del peligro de la anomia ciudadana. ¿Es combatible, teniendo en cuenta que los principales interesados en extenderla son los propios políticos?

R: Sí lo es. A ver, es cierto que cuando una democracia va bien y la gente está satisfecha, tiende a no meterse en política. Eso es peligroso porque después, en momentos de crisis, con gran parte de la autoridad moral política malbaratada, lo que prefiere es resguardarse en un poder fuerte, centralizado, en un cirujano de hierro que aporte seguridad. En el fondo, se trata del último estadio de la degeneración democrática. Ocurre después de mucho tiempo, cuando la polarización de la vida pública ya ha cronificando los problemas reales y los ha vuelto aparentemente irresolubles. Es entonces cuando acaba siendo vista como necesaria una salida drástica. La manera fácil, la manera que nos pide el cuerpo siempre, es plantear los problemas en modo de conflicto. Y a la gente es mucho más fácil movilizarla cuando se plantean los problemas en modo de conflicto. Nosotros tuvimos un momento de lucidez cuando murió Franco. Quienes teníamos por entonces edad para intervenir. Porque hacia donde iban las cosas era hacia una ruptura. Afortunadamente, no se hizo así. Se plantearon en formato problema. Y una vez formuladas así, todo el mundo se dio cuenta de que había que resolverlo. No nos liamos a trompazos. Lo triste es percatarse de que en estos momentos toda la política parece haberse metido en ese callejón sin salida de la polarización. La filosofía posmoderna, que está haciendo estragos en las universidades, sobre todo en las americanas, se ha sumado a eso, además. Lo que viene a decirnos es que no debemos buscar la verdad ni la justicia en política, porque lo único que existe es el poder. El poder es el que define qué es lo verdadero y lo justo. Se acabaron los argumentos. Lo que hay que hacer es conseguir el poder. Pero yo pienso que en este tiempo en el que estamos, con los retos a los que nos vamos a tener que enfrentar, se nos debería exigir que desarrollemos de verdad un talento político que lleve la contraria a esas nociones. Si no, el auge de los totalitarismos es casi inevitable. Tú mencionabas el peligro de la anomia. Sin duda es un riesgo importante. La gran tentación de la pereza. Ese bombardeo constante de la idea de que hemos nacido exclusivamente para disfrutar. "Encárgate tú de disfrutar", vienen a decirnos. "Deja que nosotros nos encarguemos de lo demás". No sólo los políticos están interesados en ello. Las grandes tecnológicas también. Y, a la larga, lo que estamos es convirtiéndonos en una suerte de animalitos domésticos, cada vez más dependientes de los amos que se dedican a solucionar todos nuestros problemas. Indudablemente, es una gran tentación. Pero el riesgo es que, paulatinamente, lo que cosechemos sea la renuncia de la libertad. Hace unos años le leí a un alto cargo sueco, con posibilidades de llegar algún día a presidir su gobierno, la idea de que había que prescindir de las elecciones. Su tesis es que estamos sumergidos en una "guerra climática" y que en tiempos de guerra no debemos dar pie a divisiones parlamentarias. Es decir, existe, a día de hoy, la tentación de abrazar una dictadura ecológica que nos resuelva todos los problemas. Por otro lado, ahí tienes el éxito de Trump. Todo es fruto de la decepción de la política, cada vez más extendida entre buena parte de la población occidental. Todo es fruto de una mezcla endiabladamente tóxica.

P: ¿Cómo enfocaría la educación política esa academia que usted propugna?

R: Yo parto de la idea de que la esencia de nuestra educación, a todos los niveles, debería centrarse en enseñarnos a identificar los problemas. Sin ese paso previo, es imposible aprender a solucionarlos, que es la esencia de la política. Esto aplica a todo: problemas personales, afectivos, sociales, económicos… Vivimos rodeados de problemas. Potenciar nuestra competencia heurística, por tanto, debería ser prioritario. Muchos de los problemas, además, son de carácter ético. Por eso, la última parte del libro lo que hace es recopilar algo así como el conjunto de las mejores soluciones que el ser humano ha dado a los diversos problemas a lo largo de la historia. No propongo una nueva moral, ni mucho menos. Pero indago en las diversas respuestas morales que las distintas culturas han encontrado a problemas que son iguales para todos. La ética es eso, a fin de cuentas. Analicemos qué respuestas éticas han demostrado ser mejores y peores. ¿Serán las definitivas? No. Pero es que la ciencia tampoco lo es. Lo que sí serán es las mejores que tenemos en este momento. Me parece un cambio de actitud muy sano.

P: Esa última parte diferencia ocho problemas éticos fundamentales. ¿Por qué ocho?

R: Bueno, yo lo que he intentado es desarrollar una base común que pueda encontrarse en cualquier otra época y cultura. Muchos colegas míos, filósofos, a día de hoy, consideran que no puede hacerse una ética universal porque, por alguna razón, le tienen un respeto al multiculturalismo un poco bobo. Es decir, una cosa es que haya que respetar a otras culturas y otra decir que todas las culturas resuelven con el mismo grado de respetabilidad los diversos problemas éticos a los que se enfrentan. Por ese lado, yo creo que sí que se puede justificar que existen éticas mejores que otras, y por tanto sí se puede trabajar por construir una ética universal. Es una búsqueda inductiva. Vamos a mirar cuáles han sido los problemas que surgen en todas las culturas. Veamos luego qué soluciones se han dado y cuál es la mejor solución. Yo habré repasado unas ochocientas culturas distintas. Y al final he discernido que, a la larga, existen ocho grandes problemas que se dan en todas ellas. ¿Habrá más? Pues probablemente sí. El caso es que estos ocho se dan en todas. Uno es el valor de la vida. Es decir, la pregunta sobre si todas las vidas valen lo mismo; si hay vidas de primera y de segunda; si puede darse la esclavitud… ¿Es bueno pensar que todas las vidas son iguales, o es mejor pensar que unas son buenas y otras malas? Eso habrá que justificarlo, digo yo. Otro problema es la relación del individuo con la tribu. ¿Qué es más importante, la tribu o el individuo? Bueno, pues las culturas occidentales dicen que el individuo y las orientales que la colectividad. Los nacionalismos dicen que la nación está por encima del individuo y el liberalismo dice que el individuo está por encima de la colectividad. ¿Aquí quién tiene razón? En tercer lugar: los bienes, su función y su distribución. Es decir, todo lo que tiene que ver con el derecho de propiedad. ¿Debe existir? ¿No debe existir? ¿Debe ser absoluto? ¿Debe tener una función social? Cuarto problema: ¿Qué pasa con la sexualidad y la familia? Quinto: ¿Qué hacemos con los débiles? ¿Qué hacemos con los niños, con los enfermos, con los discapacitados, con los ancianos? Sexto: El poder, su titularidad y sus límites. Séptimo: ¿Qué hacemos con los extranjeros? Octavo: ¿Qué hacemos con la muerte? ¿Qué hacemos con los dioses? ¿Y con el más allá? Imagínate si no son problemas comunes… La cuestión entonces es indagar en cómo los ha ido tratando de resolver la humanidad y analizar qué respuestas consideramos mejores. Es una tarea complicada. No me puedo levantar una mañana y elegir al tuntún. Uno debe estudiar detenidamente el asunto. Ver qué consecuencias tiene elegir una respuesta sobre otra. Ver también si casan las diversas soluciones… Por esto, elaborar una ética tiene una complejidad mayúscula. Este adanismo actual que la desdeña, como si todo fuese más o menos válido en base a un supuesto sentido común… Levantarse un día y decir: "El aborto es bueno". O: "El aborto es malo". Bueno, ¿me quiere usted explicar por qué?

P: ¿Estamos contagiados de relativismo?

R: En buena medida sí. Por varias razones. Primero, hemos llegado a este punto porque durante varios siglos se ha venido a decir que la única fundamentación que existía de la ética era religiosa. Se imponía un sistema normativo que había que acatar. Solamente la obediencia era la virtud necesaria. Bueno, a medida en que la religión pierde fuerza, en su caída, arrastra de paso a la moral. En el fondo todo es fruto de la más absoluta ignorancia. Heródoto contaba que cuando moría el rey de Persia, durante cinco días se suprimían todas las leyes. ¿Eso llevaba a cinco días de libertad? No. Eso daba pie a cinco días de horror. El relativismo ético, es decir, que cada uno decida lo que es bueno o malo, funciona hasta que otro se lo toma en serio. Si todos nos lo tomásemos en serio, lo que tendríamos, en la práctica, es la ley de la selva. La ley del más fuerte. Nada más. Defender el relativismo moral sólo lo pueden hacer o los ignorantes acomodados que no valoran lo que tienen, o los que tienen mucho poder. Aquí, si sacas a relucir en una conversación el argumento de los derechos humanos, mucha gente puede llegar a contestarte aburrida, como si fuesen una antigualla sin demasiado valor. Cuando hablas de derechos humanos en países sudamericanos, sin embargo, la gente te escucha con los ojos como platos. Porque se dan cuenta de que esa es la solución. Los derechos son desdeñables para quienes no se sienten víctimas. Si tú eres creyente de una religión que impone la doctrina ética de una nación, por supuesto que no quieres libertad de conciencia. Si formas parte de una minoría, sin embargo, ya lo creo que pides libertad de conciencia. De manera que yo creo que el relativismo se desmonta sólo, simplemente llevándolo a sus últimas consecuencias. Es una postura profundamente infantil. Y precisamente por eso no soporta una mínima crítica seria. Indudablemente, lo que sucede ahora es que la educación es de un analfabetismo moral apabullante. Están saliendo nuestros alumnos, incluidos los de las facultades de filosofía, con una ignorancia de los temas éticos absolutamente patética.

P: ¿Existen motivos para el optimismo, entonces?

R: Por supuesto. El optimismo de la inteligencia. La inteligencia es la que nos sirve para resolver los problemas. Tenemos una llamada de atención. Todo aspirante a tirano está interesado en convencer a sus súbditos de que son incapaces de resolver nada. Eso es de primero de manual del perfecto dictador. Lo dejó dicho Aristóteles. Para esclavizar al pueblo lo primero que hay que hacer es conseguir que se pelee entre sí. Después, convencerlo de que no tiene capacidad para resolver los problemas. Y por último, si le causas dificultades económicas, estará demasiado preocupado por ellas como para pensar en política. Lo tenía claro. El asunto pasa por degradar la capacidad heurística de la civilización. Lo que yo llamo en el libro la confabulación de lo irremediable. Es decir, que la gente piense que los problemas no tienen remedio o, de tenerlo, que ese remedio sólo lo puede aportar el dictador. El optimismo pasa, por tanto, por que nunca es tarde para desarrollar nuestra capacidad heurística. Lo que necesitamos es una vacuna contra la estupidez. Y eso pasa, primero, por aprender a detectar los agentes patógenos que tenemos en nuestra política. Para, una vez detectados, controlarlos. Eso sería la gran política.

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