

La poeta y editora Natalia Litvinova, bielorrusa afincada en Buenos Aires, ha sido galardonada con el II Premio Lumen de novela, dotado con 30.000 euros, por la obra Luciérnaga, presentada con el título La niña de los brazos de acero y bajo el seudónimo de Darina.
Narra los recuerdos de una infancia marcada por el desastre de Chernóbil y la resistencia de las mujeres con el telón de fondo de la guerra, la disolución de la URSS y la emigración. El jurado destacó que sigue "la tradición de la mejor literatura rusa" y pasa "del realismo a lo mítico con naturalidad", recurriendo al humor y la ironía para narrar "una historia que todavía no habíamos leído".
La protagonista es Natalia que, a los treinta y seis años y tras haberlo dejado con su pareja, regresa a casa de su madre, en Buenos Aires, y así emprende un viaje hacia un pasado entre dos mundos: el de su país de origen, Bielorrusia, en el que la autora nació pocos meses después de la explosión de la central nuclear de Chernóbil, en un momento de caos, pobreza y miseria, y el del país de acogida, Argentina, adonde la familia de Natalia emigró en 1996 en busca de un futuro mejor, pero que se reveló menos acogedora de lo previsto.
Natalia Litvinova aborda la identidad, los lazos familiares y la memoria, según reconoció en rueda de prensa. La escritora dejó Bielorrusia y llegó a Argentina con 10 años, momento en el que sintió que algo se rompió en ella y en su familia: "Una grieta en la que luego entró luz, por eso la novela fue escrita para entender muchas cosas que quise olvidar para poder sobrevivir".
Luciérnaga estará a la venta en librerías el próximo 12 de septiembre. Así comienza:
No quería nacer en otoño en un país radiactivo. Pero el médico me sacó a través de un corte realizado con bisturí, y con mis pies toqué la tragedia, mientras que con las manos intentaba aferrarme a las entrañas de mi madre.
El tajo de mamá no cerró bien. Era demasiado largo y su organismo no tenía las vitaminas suficientes para curarse. Y aunque ya pasó mucho tiempo, cuando le cuento algo gracioso, al reír, ella se agarra de la panza como si fuera una granada a punto de estallar, y me pide: «Basta ya, me voy a descoser y se me van a salir las tripas».