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Jesús Fernández Úbeda

Y Gardel desquició a Borges

En 'El tango. Cuatro conferencias' (Lumen, 2016), el escritor argentino reivindica los orígenes alegres y pendencieros del baile rioplatense.

En 'El tango. Cuatro conferencias' (Lumen, 2016), el escritor argentino reivindica los orígenes alegres y pendencieros del baile rioplatense.
Jorge Luis Borges, fotografiado en Roma en 1982. | Cordon Press

Me topo en una librería de segunda mano –las más interesantes, sin duda– del Foro con un Borges raro, inédito hasta hace cosa de ocho años, que se llama El tango, que publicó la editorial Lumen y que recoge cuatro conferencias, pronunciadas en octubre de 1965, en las que aborda el origen clandestino del baile rioplatense, su metamorfosis internacional o el momento en el que la superestrella Gardel, que el autor de El Aleph considera francés, lo absorbe "y lo hace dramático".

El tango ve la luz porque un emigrante gallego, Manuel Román Rivas, que se fue a la Argentina de niño chico y después trabajó como productor musical en Alemania, grabó aquellas conferencias en unos casetes. Medio siglo después, las cintas acabaron en las manos del escritor Bernardo Atxaga, que las arregló y donó, se las mostró a César Antonio Molina y éste, a su vez, las compartió con María Kodama, la viuda del genio, quien certificó su autenticidad.

Sitúa Borges la oscura génesis del tango en la milonga, en las "casas de mala vida", con los compadritos –jóvenes de condición social modesta que residía en los arrabales–, los niños bien patoteros –quienes no necesitaban "cuchillo para pelear"– y las mujeres, criollas o "extranjeras, importadas", como actores principales. Sólo se bailaba entre hombres porque las minas conocían su "raíz infame" y se tocaba con instrumentos como el piano, la flauta o el violín, "que no son populares, y que corresponden a medios económicos superiores a los del compadrito y su conventillo", y que, posteriormente, fueron fueron incorporados la guitarra y el bandoneón.

Ubica Borges "los años de auge del tango" en el periodo 1910-1914, cuando, con la Primera Guerra Mundial, "queda anegado bajo esa guerra". Subraya que conmocionó la noticia de que se bailaba en París, donde se convirtió en una suerte de "paseo voluptuoso", y rechaza la teoría de que la tristeza, el languidecimiento y la quejumbre progresiva del tango se debiera a la inmigración italiana: "Si pensamos en tangos de la "Guardia vieja", ¿en qué nombres pensamos? Yo pensaría, en primer término en Vicente Greco. Greco, aunque signifique "griego", es ciertamente un apellido italiano". Hace unos años, el gran escritor y periodista rosarino Reynaldo Sietecase me decía justo lo contrario:

Yo tengo bastante estudiados a los poetas del tango. En el litoral, nosotros somos casi todos hijos o nietos de italianos. Mis abuelos son sicilianos. En Argentina, la primera oleada migratoria es española; la segunda grande es italiana. Mira lo que dejaron: dejaron el país, dejaron la familia, muchos contactos se perdieron en esa época, y dejaron la lengua: el español es tan potente que desapareció el italiano. Son tres abandonos. ¿Cómo no va a ser dramática la poesía del tango? ¡Gira en torno al abandono! El abandono es la gran marca argentina.

Se irrita con Gardel, quien "toma el tango y lo hace dramático" y le culpa de haber alterado su espíritu golfo: "Una vez que Gardel ejecutó esa proeza, se escribieron tangos para ser cantados de un modo dramático. (...) En los cuales el hombre simula alegrarse de que la mujer lo ha dejado, pero, al final, la voz se le quiebra en un sollozo. Y todo está hecho especialmente para el cantor. Todo esto nada tenía que ver con el antiguo compadrito". En su visita a Madrid de 1985, Borges declaró: "Gardel no me interesa mucho, me interesa el tango".

Finalmente, celebra el género porque, "oyendo un tango viejo", sabemos que hubo hombres no solo valientes, "sino valientes en su alegría también". A modo de conclusión, defiende que, a través del tango, se pueden "estudiar las diversas vicisitudes del alma argentina". Razón no le faltaba al hombre.

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