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España, 1978: un Estado sin nación

Hace unos días tuvo lugar la presentación del último libro de José María Marco, Después de la nación.

Hace unos días tuvo lugar la presentación del último libro de José María Marco, Después de la nación.
José María Marco, en Es la mañana de Federico. | LD
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La intuición inicial, la idea básica sobre la que José María Marco ha construido su último libro —Después de la nación (Ciudadela)—, es poderosa. Juan Carlos Girauta la resumió así durante la presentación que organizó hace unos días la agrupación ciudadana Pie en Pared: "Lo que nosotros hemos llamado siempre pacto constitucional, el que alumbró la Constitución de 1978, José María lo llama el pacto post-nacional". ¿Qué quiere decir esto? Nadie mejor que su autor para explicarlo: "Lo que quiere decir es que los padres de la Constitución, al redactarla, apartaron la idea de nación de la comunidad política que se estaba creando".

Desarrollemos. "Hoy la idea de nación española", apuntó Girauta, "ha desaparecido de cualquier lugar salvo de las mentes de algunos de quienes estamos aquí". ¿Pero cómo se explica eso? Lo más rápido es acudir al artículo 2 de la Constitución, tan aparentemente paradójico como controvertido: "La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas".

Ocurre una cosa curiosa, según Marco, y es que el propio Gregorio Peces-Barba dejó dicho que la primera parte de ese artículo, de una incorrección intolerable para muchos de los actores de la vida política española en la actualidad, "fue una concesión que debieron hacerle al búnker franquista". Ese mensaje "sentó las bases de una idea que cada vez tiene más predicamento y que viene a sugerir que toda la Constitución española se eleva sobre un pacto apócrifo". Pero, aún así, para José María Marco ni siquiera eso es suficiente. "Hay algo más profundo que explica por qué quienes redactaron ese artículo lo hicieron de esa forma tan alambicada, dejándonos la sensación de que no podían decir exactamente lo que exactamente querían decir", señaló. En pocas palabras, que la idea de nación española ya era conflictiva entonces, y que había que abrir vías para neutralizarla. "Una vez se comprende que la Constitución parte de un pacto en el que se quiere construir un nuevo Estado y una nueva comunidad política poniendo entre paréntesis la idea de nación, se comprenden mucho mejor algunas de las cosas que han pasado y que nos están pasando todavía hoy".

De forma concisa, Marco resumió el desarrollo histórico español de las últimas décadas: "Primero se pretendió construir una democracia sin nación. Por tanto, desapareció la necesidad de hacer explícito el fondo común que nos une a todos en la nueva comunidad política que se fundó. Desde entonces, vivimos en un lugar llamado España que ha retirado la idea de nación de sus símbolos, de su sistema educativo, de su opinión pública… Nación es hoy por hoy una palabra censurada, negada, apartada". Las consecuencias, explicó después, "son gigantescas". Porque "ya no hay forma de ponerse de acuerdo. No hay punto común que nos una a todos. En su día, construimos un edificio sobre la nada".

La revolución del 75

El origen de este fenómeno, sin embargo, "no debería achacarse a una conspiración premeditada de los padres de la Constitución", explicó Girauta. "Esa es una explicación demasiado simplista". El libro de Marco aporta una más sofisticada y compleja. También más iluminadora. De forma escueta, sería necesario tener en cuenta "la irrupción de la posmodernidad", no sólo en España, sino en todo occidente, durante aquel periodo concreto que se solapó con el fallecimiento de Franco. De forma más concreta, habría que hablar de una revolución discreta que fue diagnosticada en Francia y que terminó operando en toda Europa: la llamada Revolución del 75. O, por explicarlo un poco más a fondo, la confirmación definitiva de un zeitgeist nuevo en este lado del mundo, que había comenzado a mostrar sus efectos en Mayo del 68 y que llegó con la intención de derribarlo todo imponiendo un individualismo exacerbado pero carente de unos sólidos cimientos sobre los que mantenerse en pie. Fue por aquel entonces, a mediados de los 70, cuando ideas fuerza como las que fundamentan la religión o la nación terminaron de ser rechazadas definitivamente sin demasiados cuestionamientos. "Todo en el espectro ideológico comenzó a confluir hacia un centro" ambiguo, vacío de fundamentos sólidos. Las democracias liberales experimentaron el primer gran resquebrajamiento dentro de sus sistemas ya establecidos, hasta hoy. Y la peculiaridad española fue que justo entonces murió Franco y hubo de escribir su propia Constitución.

Girauta, para resumir esta idea, recogió una cita directa del libro: "Los que alcanzaron la juventud en los años 70 no han sabido nunca ni son capaces de imaginar lo que es vivir en una sociedad estable, segura de sí misma, capaz de comprenderse en su integridad y de formularse como tal en términos de futuro. Todo eso desapareció en 1975, justamente cuando moría Francisco Franco".

¿Por qué nación española no, pero nacionalidades regionales sí?

Claro que toda esta explicación nos deja una pregunta del millón, sobre todo si atendemos a la particularidad española más remarcable de las últimas décadas: sus nacionalismos periféricos. ¿Cómo es posible que, con la idea de nación tan denostada en medio mundo, hayan crecido robustamente nacionalismos regionales como el vasco o el catalán —por no hablar de otros movimientos parecidos en Galicia o incluso Andalucía—? Marco aportó dos explicaciones solapadas entre sí: "Por un lado es necesario señalar el término nacionalidades —presente en el famoso Artículo 2— y entenderlo en profundidad. Porque no es una palabra inocente. En realidad es una bomba de relojería perfectamente diseñada. Proudhon fue el primero en usarla como forma de tratar de impedir la consolidación de naciones grandes y centralizadas como la francesa. Él estaba en contra de la unificación italiana, por ejemplo. Consideraba que Italia es una federación natural. Y Pi y Margall fue el encargado de trasladar el término al vocabulario político español".

Por otro lado habría que hablar del krausismo, enormemente influyente en España a finales del XIX y todavía poderoso durante el primer cuarto del siglo XX a través de la Institución Libre de Enseñanza. "El Krausismo llegó a España por una voluntad de modernizar el progresismo del XIX", explicó Marco. "Krause era un filósofo de cuarta, alemán, que preconizaba, en la línea grande del idealismo alemán, un mundo de esferas autónomas, sin centro. Esferas que constituirían la armonía del universo. De lo que se trataba, por tanto, era de reproducir la armonía del universo en términos políticos". Entre risas y veras, remató su explicación así: "La idea es que uno de los orígenes del sistema autonómico español es la armonía de las esferas autónomas sin centro". En definitiva, y por no alargarnos más de la cuenta, la convergencia de una serie de ideas que se fueron desarrollando y consolidando desde finales del XIX hasta mediados de los años 70, con sus particularidades especiales en este rincón, terminaron por alumbrar una Constitución para un Estado sin nación, pero repleto de nacionalidades. Y así hemos llegado hasta aquí. ¿Qué futuro nos vendrá?

La charla continuó más allá, igual que el libro continúa también. Baste esta introducción para incitar al lector.

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