

Existen datos aparentemente intrascendentes pero que, bien mirados, están en el origen de todo. Mario Vargas Llosa, por ejemplo, era peruano. Es decir, iberoamericano. Es decir, hispano. Es decir —y ya sé que es mucho decir— español. Esto, en sí, no aporta demasiado. Aporta más decir algo tan simple como que fue un individuo. Es decir, la base libre y consciente de toda sociedad.
En la tarde de este miércoles se reunieron en el Ateneo de Madrid ocho expresidentes, todos individuos iberoamericanos y españoles, para hablar de un libro en el que han dejado escritos sus particulares homenajes al recientemente fallecido premio Nobel de Literatura. Por la disposición de las sillas, la escena recordó a una última cena, sólo que en lugar de ser la última era la primera sin el maestro. Moderó la conversación su hijo, Álvaro Vargas Llosa. Y así, poco a poco, pudimos los presentes ir sumergiéndonos en el legado verdadero del autor de La fiesta del chivo o de Conversación en La Catedral; que no es, como pudiera parecerle a un extraterrestre que cayera por allí, una retahíla de contactos con altas esferas de poder internacional, sino el empuje de un ciudadano tan comprometido cultural y políticamente con los principios de la democracia y de la libertad que, inevitablemente, aprovechó la influencia que le confirió su pluma para desbordar fronteras en busca de quienes mejor le pudiesen escuchar.
Algo así mencionó, en un vídeo proyectado al inicio del acto, María Corina Machado desde su trinchera venezolana. "No puede haber coraje allí donde no hay amor y convicción. Somos valientes cuando amamos de verdad y cuando el destino nos coloca en la encrucijada de tener que defender nuestras convicciones aún a riesgo de perder la propia seguridad". El libro homenaje a Vargas Llosa se titula El polemista arriesgado (Debate). Y el sinfín de anécdotas y recuerdos de los ponentes durante su presentación terminaron de perfilar la silueta de un hombre que escribió, actuó y habló siempre jugándoselo todo, por amor y convicción.
Quizá quien mejor resumió ese espíritu fue el expresidente mexicano Felipe Calderón al recordar a su padre, escritor y principal promotor de la obra de Vargas Llosa en su casa, cuando discutía con él de adolescente acerca de la inutilidad de la política en un país secuestrado por la corrupción. "No se hace política para ganar; se hace política porque es un servicio que uno puede hacer y que, si no lo hiciese, nadie más haría", citó. Mario Vargas Llosa perdió en su intento por salir elegido presidente de Perú, por ejemplo. Y lo hizo "después de bajarse de la torre de marfil, sin necesidad", añadió el colombiano Iván Duque. "Y perdió", entre otras cosas, "por nunca renunciar a la sinceridad; por llamar, sin pelos en la lengua, a las cosas por su nombre". "¡Pero qué maravilla ser inoportuno en un mundo de oportunistas!", resonó la voz de Calderón justo antes de ponerse a hablar de aquella vez en que el peruano se plantó en un foro celebrado en México para explicarles a los locales —entre ellos Octavio Paz— cómo funcionaba la sutilísima maquinaria de su dictadura perfecta, capaz de echar raíces en el poder sin necesidad de exhibir nunca su fuerza bruta.
Durante el tiempo que duraron las intervenciones se hizo más patente que es innecesario, por imposible, separar al Vargas Llosa intelectual del escritor o del político. En todos los sentidos fue un Vargas Llosa liberal. Un antipopulista, contrario a la violencia, enemigo de la superstición, del adanismo, comprometido con la democracia —no entendida como el sistema perfecto, pero sí el más abierto a la progresiva perfectibilidad—, con el Estado de derecho, con la primacía de la ley, con la separación de poderes, con la libertad económica y, antes incluso de todo eso, con la libertad individual. Su literatura está impulsada por esa innata intuición. A fin de cuentas, "fue el mejor cartógrafo del poder", recordó Iván Duque. Y por eso, para no pocos iberoamericanos, "sus libros enseñaron más historia política que las enciclopedias, de una forma más viva y empapuzante", añadió la costarricense Laura Chinchilla.

Vargas Llosa y España
Antes de ponerse a recordar su relación con el escritor, José María Aznar señaló uno de los retratos que decoraban la sala. "Me parece importante hablar de Cánovas", dijo, "porque él fue el artífice del primer encuentro entre españoles. Él fue quien hizo posible por primera vez que aquí, desde la política, se reconociese al adversario y se trabajase conjuntamente por la convivencia y por la paz. La segunda vez fue la Transición. Y recuerdo esos momentos hablando de Mario porque, durante otro de los episodios más graves que hemos vivido aquí, durante el proceso catalán, me dijo exactamente eso: que había que inspirarse en ellos para continuar, todos juntos, la historia de España". La pregunta que le había hecho Álvaro Vargas Llosa había recordado la intervención de su padre durante la manifestación constitucionalista del 8 de octubre de 2017 en Barcelona. Otro ejemplo más de su desbordamiento internacional, siempre prestando su voz por la causa de la democracia en los países que confeccionaban su ámbito cultural.
A Mariano Rajoy, Álvaro le preguntó —si hubo sorna, desde luego, no pareció su intención— qué se ha hecho mal desde el liberalismo para que los populismos y los nacionalismos hayan resurgido con tanta fuerza. Y qué tendría que hacerse mejor. Así que no quedó del todo raro que el expresidente comenzase su intervención casi excusándose, hablando de la dificultad extrema que él tuvo que vivir durante su mandato y agradeciendo a Mario el ser uno de los que demostraron más apoyo frente al auge nacionalista-populista que le tocó vivir a él. "Él siempre priorizó una cosa: la defensa de la libertad", repitió. Por eso era enemigo de los populistas, "porque los populistas son enemigos de la libertad". "El populismo", resumió, "es adanismo, es un estilo de liderazgo propio de Jomeini, es el desprecio por la democracia, por el Estado de derecho, por la ley, en fin, por la libertad". Como el nacionalismo, termina sacrificando al individuo en el altar de la colectividad, "pero ninguna reivindicación colectiva puede estar nunca por encima de los derechos y libertades individuales".
Sobre qué hacer mejor, a Rajoy le parecería bien "que los grandes partidos volviesen a entenderse en los grandes temas". "Desde la Transición, la mayoría de los mayores avances se han logrado por consenso. Luego llegó el gobierno Frankenstein y liquidó en entendimiento básico, transversal, apoyándose exclusivamente en nacionalistas, extremistas y gente contraria a España". No explicó cómo hacer ese entendimiento posible si el principal responsable de esa ruptura es precisamente uno de los grandes partidos. Sí que dijo que para recuperar la convivencia "son esenciales políticas económicas eficaces a largo plazo, que generen bienestar; y que sea la gente verdaderamente competente, y brillante, la que se dedique a la política". Terminó, todo lo rajoyanamente que Rajoy es capaz, lanzando un rezo de optimismo como quien alza su copa al sol sin levantarse del sofá: "Vendrán tiempos mejores. Pensar lo contrario es un ejercicio que no tiene sentido hacer". Y se acabó.

