
El arte que bulle por la sangre de Eduardo Guerrero (Cádiz, 1983) viene de Tartessos, de las puellae gaditanae que hipnotizaban a Marcial y escandalizaban a Juvenal –"Estas diversiones no caben en mi casa"–, de Antonio el Bailarín, de Joaquín Cortés y de Aída Gómez, entre muchos otros. Actúa el bailaor en el Corral de la Morería, templo ilustrado y golfo del flamenco, del 6 al 19 de septiembre. Junto a la bailaora Sara Jiménez, las cantaoras Cristina Soler, Ana Polanco y Pilar Villar La Gineta, y al guitarrista Benito Bernal. Sobre el escenario, se desprenden de su humanidad o, más bien, la trascienden de tal forma, que se asemejan a dioses. Maridan lo arcano con el siglo XXI en una mascletá de taconeos, palmas, quejíos, acordes, sangre, piel y alma. LD entrevista a un artista que supura autenticidad de la buena, de la que no se puede fingir, de la que tan poca queda en el ecosistema cultural patrio. Al menos, a esos niveles.
P: Señor Guerrero, ¿de dónde le viene el baile?
R: El baile me nace de casualidad. Visitaba a mi abuela en su casa los domingos y, justo debajo de donde vive, hay una escuela de baile. Mi abuela vive en un primero. Cada vez que pasábamos, escuchábamos zapatear, movimiento, etcétera. Uno de los días, me asomo por los barrotes de las ventanas, me quedo observando y, nada más subir a la casa de mi abuela, le digo: "Quiero bailar". Ahí lo solté. Mi madre me dijo lo típico: "Sí, quieres bailar, y ser bombero y veterinario… Todos los días quieres ser algo". La siguiente vez que visité a mi abuela, ésta me había comprado unos zapatos de baile. Me dijo: "¿Quieres bailar? Toma". Llegué, cogí mis botas, entré a la sala, me quedé observando lo que ocurría y me enamoré del arte. Por suerte.
P: Tengo entendido que, de niño chico, se ponía a bailar durante los descansos de los partidos del Cádiz.
R: Eso es historia familiar. Mi tío es utillero del Cádiz, mi padre trabajaba en el marcador, mi hermano es futbolista profesional del Cádiz… Soy el menor de tres hermanos. Mi madre tenía ir al estadio: tenía al marido, al hermano y al hijo jugando (risas), la visita era obligatoria. Mi madre era también muy futbolera. Así que iba a la grada y, en el descanso entre el primer y el segundo tiempo, ponían en el altavoz la música. Yo saltaba, pusieran la música que fuera. Y se convirtió en un acto recurrente. Sabes que, durante el descanso, la gente se baja al bar, se compra la cerveza, etcétera. Bueno, pues la gente se quedaba y tocaba las palmitas (risas).
P: En su opinión, ¿quién es el Mágico González del baile flamenco?
R: Hay muchos. Para mí, Antonio el Bailarín es un referente muy importante. Vicente Escudero, Antonio Gades, Mario Maya… Luego, pasamos a la generación de Antonio Canales y Joaquín Cortés, unos referentes más cercanos.
P: Las bailarinas Eva Yerbabuena, Aída Gómez y Rocío Molina fueron muy importantes en su trayectoria.
R: Aída Gómez acababa de entrar en el Ballet Nacional. Llevaba trabajando en el ballet desde muy pequeña, pero la nombran directora y sale rápidamente a trabajar con Carlos Saura. Yo, justo en unas vacaciones que tenía del conservatorio en Cádiz, me voy a hacer unos cursillos con una maestra a Almería. Llegando a la estación de Almería, vemos un cartel de unos cursillos de danza española. En esos cursillos, andaba Aída Gómez. Nos animamos, entramos, terminó el curso y Aída me dijo: "¿Te quieres venir para Madrid?". Claro, era el sueño de cualquier bailarín que Aída Gómez te llamara para su compañía, aparte de pisar Madrid por primera vez, y con una compañía de esa envergadura. Nada más llegar a Madrid, Saura le propone hacer la película Salomé, la hicimos y ese espectáculo tuvo una gira muy importante. Con Aída me ve Eva Yerbabuena, hace una audición, me presento y me coge. Y de estar con Eva, hacemos una gala con Flamenco Festival en EEUU, en Miami y en Washington. Rocío Molina hace una gala estrella a la cual vamos Pastora Galván, Belén López, Rocío Molina, Manuel Liñán y yo. Y Rocío decide contar conmigo como bailarín. Son tres mujeres muy importantes en mi carrera, me han indicado muy bien en la profesión y me han enseñado a querer tanto este arte.
P: La formación es importante, pero sin duende, si no hay un aje, no se va a ningún lado. Juan Moneo, El Torta, decía: "No creo que sepa cantar, yo lo que hago es transmitir". Un artista que no transmite…
R: Difícilmente va a conectar con el público. La danza no tiene un lenguaje verbal, tiene un lenguaje corporal. Entonces, o transmites o no conectas. Puede existir una infinidad de artistas que tenga una técnica inmejorable, pero si falta la emoción, si falta esa conexión, la flecha directa al corazón… Cuando aparece el duende, aparece para uno mismo y para el que está viéndolo. Por eso nadie sabe definir el duende realmente. Hay gente que lo trata como una emoción, como algo que no recuerda… Muchas veces, veo vídeos míos y digo: "Ni me reconozco. ¿Eso ocurrió?". Supongo que en ese estado de trance, en ese momento en el que aparece el duende, no sabes si eres tú el que está.
P: Cuando baila, ¿qué quiere expresar?
R: Sobre todo, la verdad que uno tiene. Hay que olvidarse de muchas cosas, de los tapujos de uno mismo. Uno quiere contar la desnudez del alma. No te quitas la ropa, sino la piel, los huesos. Sólo piensas en lo que estás haciendo. Y es de las cosas más bonitas que puede ocurrirle a un artista. Cuando llegas a ese estado, dices: "¡Qué alegría, qué gusto, qué suerte el poder dedicarme a esto!".
P: ¿Lo consigue siempre?
R: A veces, llegas a través de otros canales. El estar es una cosa, pero llegar a algo sublime y sentirte satisfecho no siempre se puede lograr. Sería falso si te dijera lo contrario. Hay veces en las que no estás preparado y dices: "Hoy no estaba ahí. Estaba en otro lugar. Algo está ocurriendo, no es esta la vía". Pero siempre intentas llegar a ese lugar, claro.
P: En mitad de tanta farfolla, de tanto plástico, ¿el flamenco es un refugio de autenticidad? ¿Son los flamencos animales en extinción, linces ibéricos?
R: Es cada vez más difícil encontrar esa autenticidad en el artista. Hoy en día, la industria está construida a través de un producto, y el producto viene más bien dado por alguien...
P: Se pasa de la artesanía a la industria.
R: Por eso, realmente, sigo viniendo al tablao. Creo que el tablao es el lugar con más verdad que puede existir. Hay mucho fan, pero también mucho público que viene a descubrir el flamenco por primera vez. Y esa cercanía sólo la tienes aquí. Olvídate de que vaya a haber las mejores luces del mundo: aquí es la verdad, sin más. Te tiras al ruedo y lo que te pase, te va a pasar. Aquí hay mucho de improvisación, y es la genialidad del tablao. Ojo, hay mucho construido. En el guion, en la estructura, está la profesionalidad. Para mover algo con honestidad y con verdad, tiene que haber un esqueleto. Y luego, hay que dejar paso a la espontaneidad, a la frescura. Esto es como un armario con muchos cajones: tienes que tener la posibilidad de abrir cajones y de ir sacando artesanía de dentro de ellos.
P: ¿Hay en el flamenco una guerra entre la tradición y la vanguardia? En tal caso, ¿en qué bando se posiciona?
R: Me gusta estar en el equilibrio de las dos cosas. Creo que eso es lo magnífico y lo más necesario para cualquier artista. Hay veces en las que lo tradicional supera a la vanguardia, o al revés. Los artistas de hoy en día trabajamos con eso.
P: Estoy recordando que el cajón se lo trae Paco de Lucía del Perú…
R: Y lo que hoy están haciendo Rosalía, C. Tangana, Israel Fernández o Kiki Morente lo hizo en su momento Enrique Morente con Lagartija Nick en Omega. No creo que estemos tan distanciados. Las propuestas tienen que ir relacionadas con los tiempos que corren si queremos ser honestos con nosotros mismos. No puedo hablar desde la fragua o desde la mina. Desde ahí, no puedo contar mi historia.
P: No es su verdad.
R: Claro, no estaría siendo sincero. Estaría ocupando el lugar de alguien que sí ha vivido eso, que te cantaba de las entrañas y de un dolor insufrible. Nosotros tenemos que contar desde otro lugar, y es un lugar más urbano, más del presente. La tecnología tiene que aparecer sí o sí porque forma parte de nosotros. En el TikTok baila todo el mundo y mucha gente se relaciona con el flamenco a través de ahí. Al final, creo que hay que respetar las dos vertientes, no hay que perder una para hacerse de la otra. El equilibrio es lo mejor. Lo más importante es que se deje al artista hacer lo que quiera y lo que sienta. Con respeto.
P: Y, para acabar: si le digo Corral de la Morería…
R: Templo del arte y de la sabiduría.

