
París le ha puesto una calle a David Bowie. Este lunes, en el que hubiera sido el septuagésimo séptimo cumpleaños del genial artista británico, será rebautizada la vieja "VoieDZ/13" –parece el título de una canción instrumental de su trilogía de Berlín–, sita en el distrito 13 de la capital francesa, entre la estación de Austerlitz y la biblioteca François Mitterrand. Ocho años después del alumbramiento de Blackstar, esa bomba de hidrógeno musical, mortal y bruna que, a los dos días de su publicación, terminó de desvelar su verdadero, atroz y, a la vez, hermosísimo rostro: ningún otro compositor ha hecho un arte tan elevado con su propia e inminente muerte como materia prima.
Bowie hizo del planeta Tierra un lugar menos mediocre durante medio siglo. Conviene destacarlo ahora, casi con urgencia, en este supermercado ruidoso de morralla efímera, autotunera y necesitado de logopedas. Sonroja, cuando no conduce al vómito, comparar al autor de maravillas como "Ashes to Ashes" o "Where Are We Now?" con la mayoría de los considerados popes contemporáneos de la música popular –música que, bien pensado, nunca hizo–. Bowie, el magnífico e inigualable Bowie, fue uno y fue muchos: su mutación no cesó y, sin embargo, siempre se le reconoció una voz, un discurso, un camino. Nos brindó Young Americans, pero también Earthling; Hunky Dory, pero también Low… así, hasta llegar a veintiséis álbumes de estudio. Unos mejores, otros peores, pero siempre con un mínimo común múltiplo de calidad más que notable –¡ya lo quisieran tantos!– y, desde luego, reconocible: un disco de David Bowie sólo puede ser un disco de David Bowie.
Llevo varios días escuchando sin parar The Next Day, su penúltimo LP. Este trabajo sirvió para romper, inesperada y festivamente, un silencio creativo que duró nueve años. No creo que sea su mejor álbum, ni siquiera que esté entre los cinco o seis mejores, pero el disco es una verdadera pasada. The Next Day tiene algo como de resumen actualizado de toda su carrera. Intramuros, Bowie mira por el retrovisor de su vida; extramuros, se manifiesta cínico y pesimista, combinando elegancia, ironía y mala leche. En la bellísima "You Feel So Lonely You Could Die", no hace prisioneros: "Puedo verte como un cadáver / colgando de una viga. / Puedo leerte como un libro, / puedo sentirte cayendo, / te escucho gemir en tu habitación. (…) Pero te irás sin sonido, sin un final. / El olvido te poseerá. / Sólo la muerte te amará". Ya intuyó en 2003, tal y como declaró en una entrevista concedida a la revista estadounidense Soma, que el fin de la cultura había llegado, que las viejas estructuras estaban derrumbándose y que nos hallábamos en "una transición en la que nos convertiremos en una humanidad que acepta el caos como premisa básica". The Next Day es, en parte, una postal nihilista de una fase ulterior de esa transición. Conviene señalar, ojo, que Bowie no fue ningún cenizo y que sólo chapoteaba por ese lado oscuro en sus canciones, "el único espacio en el que me permito funcionar de esa manera".
Me gustaría saber qué opinaría Bowie sobre los días que estamos viviendo y, especialmente, cómo reflejaría el espíritu de este tiempo en un nuevo disco. Pensándolo bien, creo que me remitiría al Diamond Dogs, álbum que vio la luz en mayo de 1974. Escúchenlo y, además de disfrutarlo, saquen sus propias conclusiones.
