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SERIEMENTE

La segunda temporada de Poquita Fe (Movistar+) es espectacular

Poquita Fe ha llegado a Movistar con ocho nuevos capítulos con el desahucio de José Ramón y Berta en el centro de todo.

Poquita Fe ha llegado a Movistar con ocho nuevos capítulos con el desahucio de José Ramón y Berta en el centro de todo.
Poquita Fe | Movistar

La segunda temporada de Poquita Fe son ocho capítulos, cuatro menos que la anterior. Y quizá eso ayuda a que la serie de Movistar+, sobre las desventuras vitales de una pareja de mediana edad, José Ramón y Berta, sin objetivos claros ni emociones particularmente fuertes, funcione igual de bien que la primera.

Es más, la serie de Pepón Montero y Juan Maidagán, creadores de Camera Café, certifica en un registro distinto y junto a la reciente Muertos S.L. lo bien que funciona la comedia española en pequeñas píldoras. Mientras en cine todo se reduce a fórmulas probadas para el público familiar, la tradición negra, pintoresca y friqui del humor patrio pervive en la pequeña pantalla.

Raúl Cimas y Esperanza Pedreño prestan su tono de voz monótono a dos personajes que reflejan la mediocridad de la existencia. Y, por el camino, todo lo que nos ofrecen Montero y Maidagán es una apología de, precisamente, lo mágico de esa existencia irrelevante. Si en la primera temporada hubo hallazgos virales como el cuadro de Franco o el excremento en el zapato de la suegra, en esta tenemos el inquietante cuento de hadas repleto de sonrisas o la bragueta abierta del padre.

Quizá la segunda temporada, centrada en el problema de la vivienda de José Ramón y Berta, pierde algo de verdad y amargura. La crisis marital de la pareja proporcionaba a los doce primeros capítulos una tensión de la que quizá, esta más compactada segunda temporada carece. Pero Montero y Maidagán profundizan en el picadísimo montaje de reacciones que propulsan el agotado formato del "mockumentary" a nuevas cotas, permitiendo que unos personajes se contesten a otros y el caleidoscopio de cada guion se disperse para regresar segundos después a su cauce; la soberbia imitación de un diálogo de necios en un bar hecha guion.

El resultado es casi una conversación de la serie con el espectador, que asiste a una deriva que Montero y Maidagán controlan absolutamente en su aparente caos. La serie tiene perfectamente claro lo que quiere contar y los cortísimos capítulos, en ocasiones de apenas poco más de un cuarto de hora, colaboran a ello. La edición y el montaje son, por tanto, complejísimos y espectaculares, a lo que colabora el "timing" cómico de todos sus actores.

El fondo amargo de Poquita Fe se sigue manifestando en el forzado episodio de "ninismo" de la pareja, su espera a que los acontecimientos de la vida encajen por sí solos para, al final, dejarse llevar por otro cauce completamente distinto. Al final, dejar el barrio, el nido, es algo inevitable, pese a la poquita fe con la que José Ramón y Berta tratan de cambiar las cosas. En el fondo, quizá hasta sea una serie optimista.

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