
Terminamos el serial de los Juegos Olímpicos diferentes, atípicos, con el que probablemente sea el capítulo más especial de todos ellos. Porque aunque parezca un guion de una película taquillera, fue real: en plena Segunda Guerra Mundial, en el corazón de la Alemania Nazi, en un campo de concentración… se llevaron a cabo unos Juegos Olímpicos.
Todo, y a diferencia de lo sucedido en 1940, con la complicidad de las autoridades nazis que custodiaban el campo. Una muestra de la humanidad en medio de la muerte. Del valor del espíritu olímpico en la barbarie de la Segunda Guerra Mundial.
Y no sólo eso: en realidad, fueron dos campos de concentración. Paralelamente. Sin saber el uno que en el otro se estaba llevando a cabo la misma proeza. La misma gesta deportiva que ha quedado para la eternidad.
II-C Woldenberg, sede olímpica
Cuesta creer que la decisión de que se aceptaran unos Juegos Olímpicos en un campo de Polonia fuera real, teniendo en cuenta la política restrictiva de los alemanes con cualquier actividad deportiva –y no deportiva- con los polacos. Pero así fue.
Tuvo lugar en el campo II-C Woldenburg, en la provincia de Brandengurgo, a donde habían sido enviados más de 500 prisioneros de guerra polacos nada más producirse la invasión alemana del país. Desde entonces se convertiría en un pequeño pueblo encerrado, si es que se puede denominar así a un campo alemán, con unos 7000 habitantes. Un campo sin cámaras de gas, ni crematorios. "Fue uno de los campos de Prisioneros de Guerra más suaves", diría Michal Puszkarski, director de educación y promoción del Museo de Deportes y Turismo de Varsovia.
Porque allí, a pesar de todo, a pesar de los duros trabajos a que eran forzados y la precaria situación en que debían vivir, se les permitían pequeñas libertades, como estudiar, o incluso disputar algunos encuentros de fútbol. Aunque no dejaba de estar rodeado por una doble valla de alambre de púas, y controlado por ocho torres de vigilancia con ametralladoras.
Lo que no se imaginaban jamás es que la solicitud de llevar a cabo unos pequeños Juegos Olímpicos en 1944, año en que debían celebrarse los Juegos de Londres que evidentemente fueron cancelados, la respuesta sería afirmativa.
El espíritu olímpico, presente
Lo harían con restricciones, claro. Todo debía estar bien controlado, bajo la supervisión de los comandantes alemanes, y varias de las actividades propuestas no serían aceptadas, como la esgrima, el tiro con arco o el salto de pértiga. Había temor de que el equipamiento necesario para realizarlas pudiera ayudar a los prisioneros a escapar o, peor aún, agredir algún alemán.
Así que, efectivamente, y por increíble que parezca, aquella suerte de Juegos Olímpicos en un campo de prisioneros alemán tendría inicio el 23 de julio de 1944. Con una escueta pero real Ceremonia de Apertura. "La emoción en todo el campo era increíble", diría el exprisionero de aquel campo Arkady Verjizinsky, en un artículo de la NBC que se publicaría durante los Juegos Olímpicos de 2004. "Allí estábamos todos juntos. Fue un gran momento, y luego se izó la bandera olímpica, la única en el mundo, justo en este lugar". Una bandera confeccionada con sábanas y bufandas de colores.
Aquellos valientes prisioneros llegarían a preparar un programa olímpico, con las actividades a realizar y los participantes en las mismas. También sellos conmemorativos, impresos en el mismo campo, y del que se siguen custodiando ejemplares. Incluso se llegarían a preparar entradas –gratuitas, claro- para todos aquellos reclusos que no participaran, pero querían gozar de aquel espectáculo. De aquella pequeña libertad en mitad de la brutalidad.
Durante más de 20 días –hasta el 13 de agosto- se celebrarían las competiciones. 16 modalidades deportivas formarían parte, con cerca de 400 participantes. Se disputaron pruebas de atletismo, como los 100 metros, la milla, el relevos de 4x100, o salto de longitud. Pero también campeonatos de fútbol, de baloncesto, de balonmano, de voleibol, de tenis de mesa, e incluso de ajedrez. También hubo competiciones culturales de música, escultura o pintura.
En total, hubo 48 encuentros entre todos los eventos. Y los ganadores obtendrían sus medallas… aunque de papel.
También en Gross-Born
Paralelamente, y sin conocimiento de que se estuviera realizando en otro lugar, también en el campo de II D Gross-Born, un campo con cerca de 3.000 prisioneros en la Provincia de Pomerania, se llevarían a cabo una especie de Juegos Olímpicos prohibidos. A menor escala, quizá; pero igualmente encomiables.
Allí, el 30 de julio de 1944, una semana más tarde que en Woldenburg, arrancaría la competición. También con una ceremonia de apertura. También con una bandera olímpica confeccionada a base de retales. Y también con la connivencia de las autoridades nazis, quizá por su intención de dar la sensación de que, a pesar de todo, los campos de prisioneros alemanes no tenían nada que ver con los soviéticos.
De ese modo, durante dos semanas, hasta el 15 de septiembre, los prisioneros de II D Gross-Born disputarían competiciones de fútbol, voleibol y atletismo. Poco más se sabe de aquellos Juegos, a diferencia de lo sucedido en Woldenburg, más allá de una importante colección de sellos conmemorativos, que confirman que, efectivamente, aquellos Juegos se celebraron.
Todo, con el objetivo de mantener en el recuerdo eterno que, a pesar de las atrocidades, a pesar del indudable periodo negro que les tocó vivir, hubo un tiempo, unos días, en los que en el corazón de la Alemania Nazi aquellos hombres fueron libres para celebrar unos Juegos Olímpicos. Para mantener vivo el espíritu olímpico. Cuando parecía imposible. Cuando era imposible.
Aunque el horror de la Guerra tardaría poco en volver. Unos meses más tarde, ante el avance de las fuerzas aliadas, aquellos mismos hombres serían enviados a las brutales Marchas de la Muerte. La mayoría de los participantes en los Juegos Gross Born y Woldenberg fallecerían. También sería ejecutado el coronel Morawski, el mismo que había recibido el permiso para organizar las actividades deportivas en el campo II-C Woldenburg.
Fue un trágico final para los héroes de los Juegos Olímpicos en los campos de prisioneros. Pero para siempre han quedado su esfuerzo y su capacidad para buscar algo de luz en la mayor de las oscuridades.
Un esfuerzo que ahora, a horas de comenzar unos nuevos Juegos Olímpicos, conviene recordar. Y ensalzar.
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