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Las mejores anécdotas de Pujol, según Pujol

El expresidente de la Generalidad desgrana momentos clave de su vida en varios libros que eran de lectura obligatoria en Convergencia.

Al presidente de la Generalidad le han intentado explicar por activa y por pasiva, pero ningún hagiógrafo de Pujol han sido tan satisfactorio como Manuel Cuyás, un veterano y prestigioso periodista de Mataró que ha tenido la paciencia y la capacidad de ordenar y dar forma a sus dictados, notas y recuerdos. En reconocimiento, las memorias de Pujol recogen una nota del editor en la que la firma del expresident se completa con la frase: "Con la colaboración de Manuel Cuyás".

Con ayudas o no, Pujol se las da de escritor y ya ha publicado varios volúmenes de memorias donde él mismo relata las anécdotas y momentos culminantes de una vida apasionante, entre la política y los negocios o en ambas cosas a la vez.

El primer libro de memorias se titula Jordi Pujol, historia de una convicción y abarca desde su nacimiento en 1930 hasta el año 1980, en el que gana por primera vez las elecciones a la presidencia de la Generalidad. Una pequeña selección muestra al Pujol más humano, al místico, al romántico, al luchador y al patriarca del pueblo. Es la vida y anécdotas de un personaje que se cree imprescindible contada por él mismo:

El tío Bruno y un payés de ocho años

"Cuando tenía ocho años, en aquel huertecillo de la masía del abuelo, hice crecer un pequeño campo de patatas. Un día que estaba entreteniéndome allá, mi tío Bruno, que estaba faenando, descargó el azadón sobre mi cabeza. El sol le daba a contraluz y no había visto que yo pasaba por delante. La herramienta me dio en la ceja derecha. Todavía se me ve la cicatriz. Si mi tío llega a golpear medio palmo más arriba, en ese momento se hubiera acabado Jordi Pujol" (página 12 del primer volumen de memorias).

Imaginando su propio funeral

"Cada Navidad, por la mañana, homenajeo a Francesc Maciá, mi primer antecesor en la Generalidad en época moderna. Maciá, como es sabido, murió ese día del año, en 1993. Voy al cementerio de Montjuic, me situo ante su tumba y rezo. (...) He presidido la Generalidad de Cataluña casi 24 años. No he sido un president mítico como Maciá. No he sido un president mártir como Lluys Companys. No he sido la mente ordenadora que fue Prat de la Riba. Pero he gobernado mi país durante casi un cuarto de siglo y en una época decisiva. Seguro que he hecho algunas cosas mal durante ese periodo, pero otras han sido un acierto, porque durante mi gobierno, Cataluña ha dado un evidente salto adelante. Quizás sí, pues, pienso en las mañanas de Navidad, tendré que ser enterrado en un panteón como prohombre, si se me permite decirlo" (página 23 del primer volumen).

La primera vez que construyó un país

"He retenido en la memoria la narración de un niño que, con guijarros y palitos, construía un país alrededor de un charco que se había formado en el suelo después de llover. Un día que en Premiá de Dalt había llovido, quise imitar al protagonista del relato y construí también un país en los márgenes del charco que había surgido en los bancales del abuelo. Era un país con varios pueblecitos, un puerto y carreteras. Una vez acabado, el charco se fue secando, como ocurría en el cuento. Pero mi país tuvo un final más brusco. Antes de que se secara, el abuelo avanzó con el arado y sin darse cuenta destruyó lo que había hecho. El corolario de esta anécdota lo añado yo, setenta años después, y cuando ya hace cuatro que he dejado la presidencia de la Generalidad (2009, en pleno tripartito): los políticos tenemos que estar preparados para que nuestro charco se seque o llegue alguien y arrase con lo que hemos construido. Tenemos que estar preprados, pero al mismo tiempo tenemos que intentar evitarlo" (página 29).

Al psiquiatra con doce años

"Me salvé del ardor religioso dominante gracias a la familia y al catalanismo. Algunos domingos iba a misa a una iglesia de la calle Roselló. Todo lo que no se decía preceptivamente en latín era servido en castellano: las homilías de contenido horroroso, las confesiones, severas... Coincidió con una temporada en la que yo, con doce años, tenía la cabeza llena de cavilaciones. Mis padres se preocuparon y me llevaron al doctor Jeroni de Moragas, un psiquiatra infantil de prestigio (...) Me pidió que hiciera unos dibujos. A partir de la observación de mi obra sentenció: 'Este niño nunca será un buen dibujante pero en otras cosas sí que sabrá sacar provecho a la vida'. Después dijo que mi problema era que tenía muchas manías y que me convenía cambiar de confesor: 'Escúchame, no vayas a esta iglesia. Ve a la de los Capuchinos de Pompeya y pregunta de mi parte por el padre Hilari d'Arenys" (página 37).

Un nacionalista consciente

"Es una vieja idea que debió de penetrar en mí por muchos caminos y de muchas maneras, pero que a menudo, por darle corporeidad, haciendo una simplificacion falsa pero fácil de entender, relaciono con una anécdota muy antigua, del año 40 o 41. De cuando mi tio había acabado de salir de prisión y me llevó con uno de sus compañeros al Tagamanent (un pico de la comarca del Vallés Oriental de 1.055 metros). Y me contaban, mientras subíamos, que en lo alto había un par de masías, una iglesia y una era. Pero cuando llegamos, todo estaba destruido. A los hombres que me acompañaban aquel espectáculo los abrumó (...) '¡Cuántos años pasarán antes de que podamos reconstruir todo esto!' (...) Y concluyo: Será o no contradictorio; habrá sido más o menos eficaz; se habrá entendido o no; pero mi programa, mi programa como ser humano, el programa de mi vida es ese que arranca en el portal del Tagamanent: construir Cataluña (páginas 48 y 49).

El 'héroe' antifranquista

"Mi detención, tortura y encarcelamiento causaron un impacto desproporcionado en relación con lo que yo era objetivamente; respecto de lo que representaba, no. Como he dicho antes, representaba un nuevo catalanisno, no el de anes de la guerra, se me identificaba con el mundo católico que comenzaba a moverse; era un hombre de condición burguesa, muy conocido gracias a mis actividades sobre el terreno realizadas a través del CC (Cristo y Cataluña). La divulgación de mi nombre por Cataluña contribuyó a darme a conocer, no lo niego. Pero que esta popularidad tuviera alguna influencia en mi ascenso a president de la Generalidad veinte años más tarde es algo que corresponde a los historiadores, no a mí" (página 154).

Así despidió a Pla de Destino

"Baltasar Porcel había sustituido a Néstor Luján en la dirección de la revista (Destino). Él y yo comunicamos a Pla que no era ésa la línea que era necesario seguir (había escrito un artículo a favor de Salazar). Pla insistió en seguirla. Le dijimos que escribiera de lo que quisiera menos de política, y al final Pla nos dejó. (En unos textos inmediatamente posteriores a estos acontecimientos, que se han recogido en uno de los últimos volúmenes de la Obra Completa que Vergés le publicaba, Josep Pla dedica unos cuantos dicterios a mi persona y a los proyectos políticos que yo empezaba a desarrollar. Más tarde, siendo president, me reencontré con Pla, primero en su masía de Llofriu y finalmente en el hospital de Figueras, donde murió en 1981. En las dos ocasiones me atendió correctamente y con afecto. (...) Cometí un error comprando Destino" (página 245).

El karaoke, la cucaracha y el embajador

Ya siendo president, la anécdotas se multiplican, son celebradas como verdades reveladas y confirman a los catalanes que están ante la presencia de un personaje providencial, el constructor de Cataluña, un hombre que paseaba por el cementerio imaginando su propio funeral. Hasta el pasado viernes 25 de julio en el que cayó el mito sobre el que se edificó la desespañolización de Cataluña, la marginación del idioma español y un régimen político que las urnas ratificaron durante 23 años y del que ahora reniegan hasta en el partido que fundó. Se mofan del "enano" y cuentan otras anécdotas, como la de la embajada japonesa en Madrid, cuando cantó "la cucharacha, la cucaracha ya no puede caminar" en el karaoke del embajador Sakamoto. Ese día en el que Antoni Subirats, casado con una prima de Pujol y conseller de Industria, Comercio y Turismo, mandaba vaciar los ceniceros al jefe de protocolo de la Generalidad. Allá por los felices noventa.

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